viernes, 31 de agosto de 2012

Vacaciones explosivas





Mel Gibson es un hombre complicado (para decirlo amablemente). Se permitió comentarios homófonos pesados, exabruptos xenófobos y si hemos de creerle a las ex esposas (en los juicios de divorcio se puede llegar a decir cualquier cosa, son un strip tease emocional no siempre veraz) es un misógino violento. O sea que sin pelos en la lengua podríamos decir que es un ser humano despreciable. Y sin embargo es un artista atendible. La historia de las artes nos enseña que no es una paradoja infrecuente. Muchos grandes han sido miserables en la intimidad.

Mis amigos saben que hubo una época en que le tuve particular afecto y simpatía. Lo conocí como casi todos por Mad Max, que no en vano le dio proyección internacional. Después vino el inolvidable período con Peter Weir con quien hizo dos películas maravillosas: Gallipoli y El año que vivimos en peligro. Se convirtió en súper estrella de acción con Arma mortal, puesto que defendió con El rescate, El complot y El patriota, se lució en la comedia con Dos pájaros a tiros, Maverick y Lo que ellas quieren, fue un buen Hamlet para Zeffirelli, hizo un despropósito con Win Wenders (El hotel de un millón de dólares) y descolló en la dirección con Corazón valiente y la polémica Pasión de Cristo. Y se portó muy bien en el peor período de Robert Downey Jr. Lo hizo protagonizar la más que interesante El detective cantante, cuando Hollywood estaba dispuesto a lincharlo por caótico, alcohólico y drogadicto.

Y en medio de todo eso, el desbarrancamiento comenzó, se fue de boca varias veces, terminó en la Corte y troqué afecto y simpatía por desilusión y distancia. Y como casi todos también, me tuve que tragar el juicio moral lapidario cuando estrenó la excepcional Apocalypto. Hasta sus detractores más feroces tuvieron que reconocer su valía. Pero siguió metiendo la pata al reincidir con más barbaridades. Hizo un buen policial, Al filo de la oscuridad, del que De Niro huyó por diferencias con el director Martin Campbell. Sobrevino un divorcio sangriento con detalles escabrosos y su amiga Jodie Foster vino al rescate y le sacó su mejor actuación dramática hasta la fecha: La doble vida de Walter. Y otra vez sus detractores debieron tragarse los chistes ponzoñosos y reconocer que tiene talento.

Ahora regresa con una buena película que será maltratada, vilipendiada o ignorada, y sin duda rescatada cuando sobreviva en el cable. Vacaciones explosivas (Get the gringo) es un film cínico y nihilista que se contacta con Revancha de Brian Helgeland que protagonizó en 1999. Coincido con el crítico de The Guardian que dijo que de no haberse mandado Mel Gibson tanto moco en su vida, Get the gringo/ Vacaciones explosivas sería saludada por lo que es, una buena película de acción que cualquier actor querría tener en su currículum.

El tráiler que adjunto, creativo y original, les da una idea que no es un resabio del cariño que le tuve el que habla. Dirigió Adrian Grünberg, el guión es de Grünberg y Gibon y fue, claro, producida y protagonizada por Gibson.

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 24 de agosto de 2012

Cuando los chanchos vuelen


La expresión en español, al menos el de estos lugares, es Cuando las vacas vuelen, o sea la imposibilidad de lo utópico. Como la película gira alrededor de un chancho se tradujo más o menos literalmente el título en inglés (When Pigs Have Wings / Cuando los chanchos tengan alas). Porque en inglés sí, los que vuelan son los chanchos y no las vacas. Chanchos y vacas aparte, el título original en francés es El chancho de Gaza (Le cochon de Gaza), que alude a otro dicho en español rioplatense: el del chupete ya sabemos dónde. Porque si hay un lugar en el que el chancho está desubicado es en Gaza. Los dos bandos en pugna en esta conflictiva región, los árabes y los judíos, consideran impura a la carne de chancho.

El protagonista, el iraquí Sasson Gabay (a quien viéramos en La visita de la banda) es un actor carismático y simpático como pocos. Arranco con él porque gracias a su encanto, uno se pasa toda la proyección deseando que la película sea mejor de lo que es. En remotas épocas pretéritas nos pasaba lo mismo con Peter Sellers. Él también nos hacía desear que algunas de esas películas flojitas, flojitas que solía protagonizar fueran mejores.

El inicio une a Sasson Gabai con el chancho en una impronta que consideraremos de “realismo mágico” para no descartarla como una absoluta tontería. Jafar (Gabai) es un pescador y como está prohibido apartarse mucho de la costa, tiene que tener mucha suerte para pescar otra cosa que zapatillas viejas, latas vacías y otras basuras. No va que un día atrapa en sus redes a un chancho. ¿Cómo llegó el chancho ahí?, sabrán los guionistas. Después se dice que el chancho pudo haber venido de ¡Vietnam!

Obviamente Jafar intentará desembarazarse del chancho y su precaria vida se verá alterada. Habrá situaciones que con mucha buena voluntad podrían considerarse humorísticas, personajes de trazo grueso que con mucha buena voluntad podrían considerarse simpáticos y chistes que con mucha buena voluntad podrían considerase graciosos. Y si uno no ha agotado la mucha buena voluntad se llega a un final obvio-simbólico que dice que los árabes y los judíos están más cerca de lo que creen y que podrían vivir en paz. Los buenos deseos siempre se aplauden aunque, como declara con poca fe el título, vayan a pasar cuando los chanchos, las vacas o los corderos vuelen.

Esta película de Sylvain Estibal ganó el César (el Óscar francés) a la Mejor Ópera Prima, ¿cómo habrán sido las otras?

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 17 de agosto de 2012

La era del rock


Camino del cine, La era del rock más que intriga me provoca un suspenso atenazador. Desde su estreno en los EEUU me cruzo con opiniones dicotómicas tan claramente diferenciables como el Norte y el Sur. De un lado están los que piensan que es un bodrio irredimible y del otro los que creen que con un mínimo de buena voluntad es divertida. Yo ¿de qué lado me pondré? Buena voluntad me sobra, pero me he incinerado tantas veces… Como voy caminando, tengo tiempo de pensar. Me digo que los musicales me gustan y que tiendo a tenerles indulgencia. ¿Acaso no vi completa y sin pestañar Grease 2? Sí, pero ¿y Bailarina en la oscuridad? También la vi completa aunque fue una experiencia tan traumática que casi abandono el cine por completo. Tardé como una semana en ver otra película. Me tranquilizo con que ésta viene para el lado de la comedia. Sí, pero ¿hay algo más triste que una comedia que sale mal? Me consuelo con que nada en que estén Bryan Cranston, Alec Baldwin o Catherine Zeta Jones pueda ser del todo malo. Claro, pero si no tienen buen material con el que trabajar, juntos o separados pueden dar lástima. OK, OK, pero tanto los sostenedores como los detractores coincidieron en que Tom Cruise está bien. El hombre puede ser un poco “tieso” cuando es el protagonista, pero hace desparramo de talento en los secundarios (Magnolia, Una guerra de película). Se acaba el suspenso, ahora viene el deleite, la paciencia o el padecimiento: entro al cine.

Y hubo un poco de los tres, nomás. Experimenté deleite, ejercí la paciencia y padecí. Pero comencemos por el principio.

La era del rock fue primero un jukebox musical de Broadway, o sea un musical armado en base a temas populares archiconocidos, con canciones de Poison, Twisted Sister, Scorpions, Def Leppard, Pat Benatar, Joan Jett, Warrant, Foreigner, Journey entre otros, en este caso. Una celebración del rock de los ochenta. La historia transcurre en 1987. Broadway es Broadway y Broadwayriza todo lo que toca y el rock made in Broadway pierde algo de su salvajismo y se asimila en un punto al showtune tradicional, lo cual no está mal ni bien, es una descripción de hechos. El argumento de los jukebox musicales es otro asunto. Suelen ser tan leves como el batido punto nieve. Más una excusa para hilvanar las canciones del período elegido que otra cosa. Y es ahí donde entró a tallar mi paciencia.

La era del rock se cimenta en fórmulas narrativas que ya eran viejas en el cine mudo. Bah, ya eran viejas cuando los griegos inventaron la comedia. No hay nada malo con las fórmulas. Toda narración puede reducirse a una, pero cuando no es más que un esquema pelado y visto hasta el hartazgo, estamos en problemas. Tenemos aquí a “chico (Diego Boneta) conoce chica (Julianne Hough), chico pierde chica y chico… adivinen, sí, chico recupera chica”. Y “chicos pueblerinos (los mencionados) llegan a la ciudad a triunfar y… adivinen, sí, ¡triunfan!”. Si les parece que lo han visto en todas las películas de cantantes, desde las de Elvis hasta las de Palito, no se equivocan. Pero hay más. “Estrella de rock (Tom Cruise), estancada artísticamente y en vertiginosa autodestrucción se recupera a través de… adivinen, sí, ¡del amor! (la bella Malin Akerman), y hasta ¡funda una familia! Y “representante desalmado (Paul Giamatti) manipula a estrella en problemas (Tom Cruise, of course)”, ¡qué novedoso! Y “fanática político-religiosa (Catherine Zeta Jones) quiere destruir a estrella (el susodicho Cruise) por… adivinen, sí, ¡despecho!”. Más “dos personas (Alec Baldwin y Russell Brand) que ya son pareja en todo menos en los hechos, un día lo descubren y… adivinen, sí, ¡lo aceptan!”.

Si la historia me obligó a hace acopio de paciencia, padecí lisa y llanamente el “supuesto” humor de la propuesta. Los chistes son tan pero tan malos que me dejan sin aumentativos ni superlativos. Pero, claro, Hollywood puede ser obvio aunque a veces no muy estúpido. Saben que si un guión es malo, buenos actores quizá no lo rescaten, pero al menos pueden hacerlo más soportable. El gran Bryan Cranston, como el político esposo de Zeta Jones, a fuerza de mucho oficio y tremendo talento transforma un no-gag en gag y no-chiste en chiste. El no menos grande Paul Giamatti hace un caldo cuasi nutritivo con el hueso pelado de su “representante desalmado”. Catherine Zeta Jones sobreactúa a más no poder y se lo agradecemos porque otra cosa no puede hacer y le da color a un personaje que en el fondo no es nada. Alec Baldwin y Russell Brand están divertidos en el montaje paródico de la pareja feliz, aunque no hacen mucho para dar sustento a sus personajes. No los culpo, tienen algunas de las peores líneas cómicas de toda la historia de la comedia cinematográfica. Hay también que sufrir algunas de las resoluciones escénicas más torpes que se hayan visto jamás, como la del notero corriendo micrófono en mano entre los bandos de los roqueros y de las anti-roqueras. No abundo para no aburrir, sin embargo, créanme, hay otras secuencias antológicas de inenarrable torpeza.

Y ¿el deleite? Vino por el lado del primer número de Zeta Jones, exageradamente tenso pero efectivo, del breve diálogo de la parejita en el último encuentro detrás del cartel de Hollywood, no es porque fuera muy bueno, pero por como veníamos, parecía de un Neil Simon inspiradísimo, y (jamás pensé que lo diría, el caballero dista mucho de ser santo de mi devoción) por lo que hace Tom Cruise. Está estupendo de toda “estupendez”.

En definitiva, en la dicotomía que mencionábamos al comienzo ¿dónde me pongo? En el medio. La era del rock alterna permanentemente una de cal y una de arena. Es un bodrio, pero algunas canciones, los actores y la cantante Mary J Blige la salvan de la caída al abismo de los bodrios irrecuperables, aunque juega todo el tiempo con el borde del precipicio. Dirigió, es una manera de decir, Adam Shankman.

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 10 de agosto de 2012

La fuerza del amor



Luc Besson es más francés que le croissant, la baguette o l’éclair. Sin embargo es el más hollywoodense de los realizadores europeos. A las pruebas me remito: Azul profundo, Nikita, El perfecto asesino, El quinto elemento. Aunque le ha dado un toque de finesse, d’auteur a la estandarizada receta yanqui del cine de acción.

La fuerza del amor (The lady, en el original) es su segunda biopic (película biográfica) si consideramos como tal su pochoclerísima Juana de Arco. Se centra en Aung San Suu Kyi, una líder pacifista birmana que se opone a una dictatorial Junta Militar. Ya se sabe, en las dictaduras la vida no vale nada y Suu conserva su pellejo primero por la superstición de un general y después por la siempre atendible razón de que contra un enemigo vivo se puede luchar mientras que con un mártir no queda otra que verlo agigantarse. La dama, que lo es en todo el sentido de la palabra, cuenta con el apoyo incondicional del marido y padre de sus dos hijos, Michael Aris, un erudito inglés en cuestiones orientales.

The lady comete todos los pecados veniales y mortales de una biopic. Idolatra a su protagonista, simplifica lineamientos políticos que se intuyen más complejos y banaliza dilemas éticos inconmensurables. Con buen criterio Besson muestra cuidado y reserva en el registro de las atrocidades de una dictadura, lo que resulta paradójico en alguien que no tuvo restricciones en pergeñar sadismos varios en producciones anteriores. Pero claro aquello era ficción pura y esto realidad amarga: la crueldad de los dictadores supera la imaginación descabellada de cualquier autor. De todos modos el peor pecado del film, la santificación de su protagonista (de la que se ríen en un tierno diálogo) es absuelto por la franqueza que exhibe. Es una película militante, el problema sigue sin resolverse, Birmania continúa bajo una dictadura y se dice por ahí: Ustedes que tienen libertad ayúdennos a obtener la nuestra. La señora ganó en 1991 el otrora significativo Premio Nobel de la Paz, devaluadísimo ahora desde que se lo dieron a ¡Obama!

El film triunfa o sea gana en temperatura emocional cuando se concentra en detalles: la radio sin pilas, el teléfono espasmódico que incomunica más que comunica, el piano que enseña la palabra música o los dedos del asesino que se despiden en el gesto de disparar un arma. Es cuando lo político se convierte en peripecia humana que se logra la conmoción y la solidaridad del espectador.

Me costó entrar en la película, un problemita que tengo últimamente. Es que el cine contemporáneo es tan previsible, tan verificable, tan fácilmente decodificable que uno al segundo fotograma ya sabe de qué viene el trámite y se padece un déjà vu que dura toda la proyección. Como siempre los actores vinieron a mi rescate. Una mirada desesperada, triste y piadosa de Michelle Yeoh me hizo entrar y la historia ya no me soltó. Yeoh nació en Malasia y tiene una carrera muy particular. Estudió danza en Londres, fue reina de la belleza, triunfó en el cine haciendo acrobacias y artes marciales en películas de acción, hasta coprotagonizó un par con, nos ponemos de pie y hacemos una reverencia, el genial Jackie Chan. Occidente la conoció cuando James Bond era Pierce Brosnan en El mañana nunca muere y alcanzó notoriedad mundial con la inolvidable El tigre y el dragón. Después Hollywood la usó en varios despropósitos, pero no importó, porque ya sabíamos que era una actriz maravillosa. Aquí deslumbra. Hay una foto del estreno, en la que Besson se inclina y le besa la mano. No es un aspaviento francés, es el reconocimiento sincero a una grande. El bueno de David Thewlis es el marido, que hace una cosa medio rara, por momentos su actuación tiene profundidad y sutileza y en otros un trazo grueso con acabado de hilo chanchero. Sea como fuere, tamaño contraste lo vuelve hipnótico.

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 3 de agosto de 2012

Amigos intocables

Para no perder la esperanza, a veces cosas extrañas suceden. Alguien comprende y pide disculpas, un alumno aprende o Dios deja de hacer bromas chejovianas y quienes deben conocerse se encuentran.

Philippe (François Cluzet) es un francés cincuentón rico, aristocrático, culto, sin ninguna necesidad a satisfacer,  con un pequeño problema, está tetrapléjico después de un accidente en parapente. Driss (Omar Sy) es un senegalés treintañero pobre que acaba de salir de la cárcel, sin oportunidades, con todas las necesidades a satisfacer. Driss está en la casa de Philippe, bueno, un palacete de aquellos en realidad, para ser rechazado en el trabajo que se ofrece o sea cuidarlo. Tres rechazos le permitirán acceder al seguro de desempleo. Sin embargo el desparpajo, la espontaneidad, la indiferencia o más bien la falta de lástima por su condición conquistan a Philippe y a Driss le ofrecen el trabajo. Cada uno tiene lo que el otro carece y más allá del contrato que los une, surgirá una amistad incondicional.

Amigos intocables, si no se basara en un documental que registra esta historia verdadera, sería desestimada como el colmo del caradurismo de un guionista manipulador a ultranza. Tiene todos los elementos de un melodrama ramplón y el catálogo completo de las triquiñuelas marketineras berretas, pero más allá del derroche de encanto que se permiten en la narración, el hecho existió y confirma que  la vida se comporta de vez en cuando como un cuento de hadas.

Esta película de Olivier Nakache y Eric Toledano fue un tremendo éxito en las pantallas francesas el año pasado y se vendió muy bien en los países en los que fue distribuida. Es comprensible. Está filmada con elegancia clásica, sensibilidad astuta y bastante buen gusto. Como si se hubieran dicho: Tenemos una historia linda y “buena”, hagámosla lo más linda y buena posible (según los cánones comerciales de “bondad” y belleza más estandarizados, claro).La musicalización es tan dulce que si uno obvia la culpa y el prejuicio el oído se deja acariciar con placer.  Y los actores redimen la historia de todos sus excesos de seducción y de su obstinada voluntad de agradar.

Cuando comenzó, pensé que iba a detestarla, pero la convicción con que está contada, el nivel de compromiso con los personajes es tal que terminé “comprándola”. El  final certifica que es honesta y que todo cinismo fue inútil. Que se le va a hacer, habrá que aceptar que los milagros también se dan.
Un abrazo, Gustavo Monteros