Para los cinéfilos agradecidos, no para los críticos que
desde hace 20 años lo tienen como su punching ball preferido, Woody Allen es un
amigo de toda la vida, que una vez al año nos invita a una cena que él mismo
cocina. A veces el menú es genial, otra exquisito y las menos, apenas
digerible. Nosotros, los cinéfilos agradecidos, comemos con deleite (sincero a
veces, de fabricado entusiasmo otras), nos limpiamos la boca y agradecemos
siempre el convite. Porque él es un amigo y los amigos no tienen por qué ser
siempre geniales. Tiene sus mañas, filma rápido, mucho plano y contraplano, y a
veces le da pereza revisar los guiones. Se lo decimos, entre bromas, con
educación y respeto, porque es un amigo. Pero en el fondo no nos importa y se
lo perdonamos porque ¿qué amigo es perfecto?
Últimamente, alejado de su musa Nueva York, se le dio por
pasear por Europa. Ya anduvo por Londres, Barcelona, París y ahora le toca el
turno a Roma. Para la próxima vuelve a los Estados Unidos, más precisamente a
la muellística y puentística San Francisco.
Roma es la Ciudad eterna y con Woody tiene un poco menos de
suerte que París, la Ciudad luz. Y sí, A
Roma con amor no es Medianoche en París.
Aunque, claro, los críticos me adelantaron que me encontraría con un bodrio
indigerible, insulso y malcocido, y, oh sorpresa, A Roma con amor no figurará entre sus mejores obras, pero está
lejos de esos títulos que rozan la impresentabilidad, que también los tiene.
Se vertebra en cuatro historias, dos con italianos y dos con
norteamericanos. Un puestista de ópera jubilado (Woody Allen), casado con una
psiquiatra (Judy Davis), viene a Roma a conocer al novio (Flavio Parenti) de su
hija (Alison Pill) y descubre que su futuro consuegro (Fabio Armiliato) es un cantante
de ópera magnífico. Salvo que sólo puede cantar en la ducha. Una pareja de
recién casados, Antonio (Alessandro Tiberi) y Milly (Alessandra Mastronardi)
llega a Roma a hacer buenas migas con los parientes ricachones y bienudos de él.
Pero ella se perderá y atajará los manotazos del primer actor Luca Salta
(Antonio Albanese) y él terminará “liado” con una prostituta, Anna (Penélope
Cruz). Un arquitecto rico y famoso, John (Alec Baldwin) aconsejará a un
estudiante de arquitectura, Jack (Jesse Eisenberg) indeciso entre dos mujeres, Sally
(Greta Gerwig) y Mónica (Ellen Page). Y un italiano común y corriente, Leopoldo
(Roberto Benigni) disfrutará y padecerá los “15 minutos” de fama.
Como siempre con Allen, hay referencias cinematográficas directas
e indirectas. Por ejemplo, la historia de Alec Baldwin evoca a la inolvidable Nos habíamos amado tanto (Ettore Scola,
1974). Y el policía de tráfico y el vecino del final recuerdan a los narradores
de algunos films de Fellini. La historia de la parejita tiene más de una
impronta de De Sica. Mientras que al
segmento de Benigni, bien lo podrían haber firmado Monicelli o Risi.
Se preocupa porque Roma luzca bella, hay cuidado en la puesta
en escena y todos los actores brillan. Aunque hay problemitas de guión, unas
cuantas podas no le vendrían mal y más líneas brillantes le vendrían bien. Pero
su oficio es tan grande que algunas situaciones están muy bien planteadas y
mejor resueltas.
Se dijo por ahí que abusa de la moralina. Más que una crítica
es una descripción de estilo. Las cuatro historias son cuentos morales con
moraleja explícita. No se necesita ser un experto en Allen para saber que esta
vez los subrayados son a propósito. El hombre tiene una larga historia con
films de implicancia indirecta sin ningún acentuado. Frenen con la mala leche,
críticos del mundo, y fundamenten lo que digan. Gánense el mango con decencia y no digan pavadas.
Woody Allen repite su personaje habitual con más de un guiño
para su público habitual. Judy Davis tiene un personaje mal armado o armado a
medias, de todas maneras se luce porque Allen le reservó los remates brillantes
que la actriz emite con placer e inteligencia. Penélope Cruz es una prostituta descarada
deliciosa. Roberto Begnini está perfecto en su don nadie bendecido y maldecido
por la súbita fama. Alec Baldwin, Jesse Eisenberg y Ellen Page están felices de
filmar con Allen y pulen sus parlamentos y personajes. Los demás actores
italianos están tan cómodos y fluidos que parecen haber trabajado con Allen
toda la vida.
En resumen, no fue el plato de fideos babosos con salsa ácida
que me dijeron que era, no, es más bien un plato de fideos de paquete con salsa
casera, sencilla y sabrosa. Tal plato de fideos puede que no sea inolvidable,
pero está mal de la cabeza quien niegue que cuando hay hambre no sea éste un
plato de lo más bienvenido.
Un abrazo, Gustavo Monteros