sábado, 4 de febrero de 2012

La dama de hierro



Sólo mi amor por Meryl Streep me impulsa a ver La dama de hierro. Nunca un amor ha sido más puesto a prueba. En lo personal, Margaret Thatcher figura en los mismos niveles de detestabilidad que Hitler. Leo por ahí que Meryl dice ser consciente del rechazo que genera Thatcher, y concluye: “Pero ese rechazo debo trabajarlo desde el modo en que repercute sobre el personaje, no como prejuicio sobre él.” Camino del cine, me repito la frase como un mantra. No alcanza para disipar el disgusto que me produce ver esta película. Sé que intentarán justificarla humanizándola. No se molesten, queridas, por lógica un hombre es un hombre, no un monstruo. Pero hay hombres con comportamientos monstruosos y por ellos deben ser juzgados. Hitler no dejará de ser un genocida porque amara a sus perros y disfrutara de la compañía de Eva Braun. Thatcher no dejará de ser una mujer miserable porque ahora esté gagá o porque su marido la quería. En tren de entender podemos comprenderlo todo, pero ciertos hechos, por la mera protección de la especie, deben permanecer imperdonables.

Por suerte, La dama de hierro es en esencia una película fallida. Las tres muchachas detrás de esta película (a partir de ahora, cuando les hable a ellas, les diré: Chicas), la directora, Phyllida Lloyd, la guionista Abi Morgan y la actriz Meryl Streep, caen en el ridículo de pretender hacer una película no política sobre una política. Un absurdo. Como pretender hacer un policial sin crimen ni delito o hacer una omelette sin huevos.

Chicas, entre muchas otras hazañas, la “señora” hizo moco el estado de bienestar alcanzado por los que menos tienen, después de siglos de lucha y sangre, para beneficio de los cuatro vivos de siempre, que no dudaron en darle la espalda cuando las papas quemaban, total, si ya tenían otra vez los bolsillos llenos, con los trabajadores sumidos en la precariedad, la miseria y la esclavitud. Estos logros, chicas, requerían un punto de vista. No me hubiera molestado si como muchos ex progresistas se hubieran vuelto más gorilas que los que protegía Sigourney Weaver en la niebla. La pluralidad es democrática. Y claro, las hubiera apoyado si le hubieran dado con un caño, pero lavarse las manos y quedarse en ni chicha ni limonada es una cobardía que no esperaba de ustedes. La semana pasada contaba que José Pablo Feinmann se quejaba de que Clint Eastwood no hubiera hecho una película más “combativa” con Hoover; a mí, en realidad, la ecuanimidad de Eastwood me importaba un comino. Hoover es un personaje creado y aguantado por los yanquis, como nuestra sociedad creó  y aguantó a Roca, para mencionar un personaje del pasado y no abrir polémicas con los del presente (el delfín de los vetos, por ejemplo) o del pasado cercano (Carlitos Primero de Anillaco, sin palabras). Pero Thatcher es un personaje que tuvo relevancia directa en nuestra realidad y no me conforma una “supuesta” ecuanimidad.

Chicas, como buenas feministas bienintencionadas que son, declararon que salieron de este proyecto con una “cierta” admiración por la Thatcher, por aquello de haber ganado un lugar en un mundo de hombres. Pero, chicas, la victoria fue pírrica. No se ganó un lugar por imposición de lo femenino sino por ser más masculina y feroz que los hombres. Para decirlo clarito, por ser más hombre que los hombres. Chicas, pongámonos serios, ¿consideran a ésa una victoria femenina?

Por más preparado que estuviera (había leído el guión que estuvo publicado en la página oficial de la película y había visto las secuencias pertinentes en Youtube), me costó ver las escenas de la guerra de Malvinas. No se trata de la guerra de Crimea, un enfrentamiento ocurrido lejos en el tiempo y la geografía, sino algo de lo que fui testigo y que costó sangre de compatriotas.

Dos cosas son indiscutibles: el maquillaje y Meryl; no en vano con nominaciones para el Óscar en las respectivas categorías. Meryl da una caracterización impecable, quizá algo más glamorosa y con humor que el original. La “dama” estaba más lejos del glamour que un puerco espín y tenía menos humor que un caracol amargado. Meryl lleva años y varias nominaciones sin ganarlo. Parece que este año lo logrará. Creo que en el fondo de su almita buena, preferiría engalanar su historia personal con un tercer Óscar por un personaje más encomiable y menos detestable.

Meryl, querida, no se me ocurre de qué otro modo podrías poner a prueba mi amor, pero, por favor, por mi salud mental y física, no me sometas a otro sacrificio. Ver La dama de hierro fue una experiencia emocional devastadora, una experiencia intelectual paupérrima y una experiencia física horrible que me mantuvo todo el tiempo al borde de la nausea.

Un comentario frívolo para sacarme el gusto a acíbar: ¿Olivia Colman, la actriz que hace de hija no tiene un aire a Carmen Maura?
Un abrazo, Gustavo Monteros

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