sábado, 28 de enero de 2012

J Edgar




Es imposible llegar a un film de Clint Eastwood en estado de bendecida ignorancia. Más después de algunos meses de atraso de su estreno en EEUU. Por más que recorté y guardé los artículos que me interesaban con la firme promesa de leerlos después de ver la película, tanto tardaba en llegar y tan apremiante era mi curiosidad, que sucumbí a la tentación y los leí a todos. Si miles de palabras se escriben ante cualquier estreno, ante una película de Eastwood, de Scorsese o de Spielberg se escriben tantos kilómetros que bien podríamos circunvalar el mundo unas cuantas veces poniendo las palabras en fila. 

De todo lo que leí, prefiero transcribir las palabras de sus hacedores: Clint Eastwood, director, hombre que no necesita presentación y Dustin Lance Black, guionista, que ganó un Óscar por el guión de Milk, aquel film de Gus Van Sant protagonizado por Sean Penn, sobre la vida del activista gay. Pero antes, pongámonos en autos de quien fue J Edgar. John Edgar Hoover fue el fundador del FBI y lo dirigió durante 48 años, pasó por 8 presidentes, a los que llegó a chantajear con dar a conocer “pecadillos” para conservar el poder. Vivió con su madre, hasta la muerte de ésta.  Nombró a Clyde Tolson, su compañero de toda la vida, subdirector del Buró. Fue un homosexual no asumido y se dijo que se lo vio disfrazado de mujer. Murió en 1972 a la edad de 79 años.

Dijo Clint Eastwood: Varias cosas me llevaron a hacer una biopic (película biográfica) de Hoover. Una es que crecí oyendo hablar de él. En 1930, cuando nací, Hoover ya llevaba seis años como director del FBI. Desde su nombramiento tuvo una gran repercusión. El presidente Coolidge confió en él para sanear una agencia estatal que se hallaba seriamente corrompida. Y los años 30, cuando yo era niño, fueron los de su mayor fama. Fue entonces cuando emprendió –otra vez con una gran repercusión mediática– la guerra contra el gangsterismo. Y después se siguió hablando de él. Lo otro que me interesó fue el guión en sí. La forma en que Dustin Lance Black lo había estructurado, yendo y viniendo de la juventud de Hoover hasta su vejez, permitía asistir al arco de su declinación. La vida de Hoover es un ejemplo de cómo el poder absoluto corrompe absolutamente. (…) Creo que durante mucho tiempo fue el hombre más poderoso del país, el más poderoso del planeta. En algún sentido, más poderoso que los propios presidentes, ya que sobrevivió a ocho de ellos. No hay que olvidar que Hoover se mantuvo nada menos que medio siglo al frente de la agencia de investigaciones más importante del país, atravesando la Gran Depresión de los ’30, el gobierno de Roosevelt, la Segunda Guerra, el gobierno de Eisenhower, el de Kennedy, el de Nixon, la Guerra de Vietnam... (…) Es gente que para hacer cumplir la ley eventualmente llega a violarla. Son personajes llenos de contradicciones, y eso los hace interesantes. Hoover logró avances importantes en la lucha contra el crimen, pero a la vez se dejó llevar por su sed de poder. Era incorruptible, pero el cultivo excesivo de la imagen podía llevarlo a mentir, a engañar, a fabular. Perfeccionó todos los sistemas de fichaje de datos preexistentes, pero llegó a usar esa información como forma de chantaje personal, para defender y sostener su propia posición de poder. (…) Creo que más que en el mundo de la política, donde el poder suele no ser tan duradero (un político llega a presidente y, en el mejor de los casos, si es reelecto, va a estar en el sillón ocho años), para encontrar paralelismos habría que buscar en otras áreas. El director de un estudio de cine, el director de una corporación, el dueño de una cadena de medios, todos ellos pueden llegar a acumular un poder equiparable al que tuvo Hoover. A escala, desde ya. (…) Pero en lo que realmente creo es en que debemos dejar a la gente en paz. Darle a la gente la oportunidad de vivir la vida que le dé la gana. Me importa un carajo quién se quiere casar con quién. Y francamente me importa un carajo si Hoover era gay o no. (La traducción no es mía.)

Dijo Dustin Lance Black: Para mí, Milk y Hoover eran una suerte de extremos, uno era el espejo del otro. Uno de ellos tuvo un poder político extraordinario, el otro simplemente trató de adquirir una pequeña porción de ese poder. Uno salió del closet y al hacerlo difundió esperanza. El otro se quedó en el closet y difundió miedo e inseguridad. Pero las especulaciones que corrieron durante generaciones sobre Hoover, ese ‘oh, sí, iba por ahí corriendo en vestidos de fiesta’, a mí nunca me resultó creíble, y mis investigaciones probaron que no era verdadero. A su vez, si uno revisa su performance heterosexual –qué hizo y qué no hizo, más allá de que haya consumado– verá que fracasó miserablemente. Cuando uno compara su vida y comportamiento con los de los gays de su época –a muchos de los cuales conocí y entrevisté–, se ajusta muy bien al estereotipo. Y cuanto más examinamos su relación con Clyde Tolson, más encontraremos cómo refleja las relaciones que tenían lugar en la era pre–Stonewall, antes de la revolución sexual. Es evidente que si viajaban juntos al trabajo y almorzaban y cenaban juntos, no era para ahorrar viáticos; y la colección de fotos de Tolson durmiendo que tenía Hoover también me dice algo. Es cierto que alguna gente, parte del público gay, saldrá decepcionada del cine porque no hay una escena fuerte de sexo. Se preguntarán ‘¿Por qué no es más definido? ¿Por qué el tema no se discute más abiertamente?’. Habría sido deshonesto respecto de la época. Las escenas incluidas en el guión están basadas en investigaciones: existen varios testimonios de la pelea en la habitación de hotel entre Tolson y Hoover que vemos en la película (y en la que J. Edgar rechaza agresivamente un beso de Clyde); de hecho, Tolson no fue a trabajar durante una semana porque tenía un ojo negro. Y si no hay una gran escena de sexo es porque realmente no sé si tuvieron relaciones sexuales. (…) OK, no encontramos pruebas de que Hoover fuera gay, pero mucho menos de que fuera straight (heterosexual). Hay testimonios de muchas mujeres que lo conocieron, incluyendo algunas famosas, como Dorothy Lamour y Ginger Rogers, que se quedaron esperando de él una señal que nunca llegó. Su relación de décadas con Clyde Tolson es cosa probada, así como su apego por la madre. Más allá de esos indicios es imposible saber, porque si de algo se ocupó este hombre público, dedicado a investigar la vida privada de los ciudadanos, fue que la suya resultara inexpugnable. Así que tuve que tomarme libertades e imaginar qué pudo haber pasado puertas adentro. Una de esas libertades tiene que ver con la famosa leyenda sobre su afición por el travestismo, lo cual tampoco está comprobado. Como no encontramos pruebas de su homosexualidad, no me parecía correcto dar por sentado que él y Tolson hayan mantenido una relación abiertamente gay, mostrándolos a los besos o algo así. Igual, se puede ser gay sin concretarlo sexualmente: lo gay tiene que ver con la elección del objeto de deseo. Y ahí tengo menos dudas en cuanto a qué era Hoover. (La traducción no me pertenece.)

Fui hacia el cine con todo ese bagaje informativo, más la lectura de una docena de críticas que no me influían en lo más mínimo. Aunque, nobleza obliga, el concepto con el que José Pablo Feinmann cerraba su nota del domingo pasado, me hacía retintín. No porque no pueda discutir a Feinmann o porque me duela disentir con él, lo he hecho muchas veces, sino porque el hombre, al margen de sus logros académicos y su erudición cinéfila, fue el guionista de Eva Perón, la película de Desanzo con la que la Goris accedió al Olimpo de las mejore actrices nacionales, internacionales, planetarias o intergalácticas. A lo que voy es que José Pablo puede pifiarla como cualquiera, pero lo que diga siempre es atendible. Escribió: “Que Eastwood haya hecho con semejante personaje un film casi intimista y aburrido es imperdonable.” Aunque en la subnota daba a entender que hubiera preferido una película menos sutil sobre el personaje. No lo culpo, yo querré lo mismo cuando se estrene La dama de hierro con Meryl Streep.

Y sí, casi intimista es, aburrida no, a lo sumo un poco monótona. Sí, el guión no se acota a la cronología, lo que se agradece, va y viene en el tiempo, salta de un Hoover joven a uno viejo, haciendo uso del siempre rendidor truco de dictar la propia vida a unos escribas, así, en plural, porque son varios. La película no subraya, deja que el personaje se presente y se queme solito, hasta que la contradicción flagrante, muy típica yanqui, se enuncie solita: faltar a la ley con el cuento de defenderla mejor. Sí, Hoover es un fanático, un paranoico, un déspota, un mentiroso, pero también, le guste a quien le guste, un pobre tipo. A los 80 años, a Eastwood parece interesarle reflejar una vida en todas sus complejidades, sin voluntad de caer en maniqueísmos o preconceptos. Y sí, el retrato queda un poco monótono, porque la única visión que se ve y oye es la de Hoover. Y sí, también, bastante antes de su fin, la idea rectora del film está expresada.

Coincido con los que dicen que a Di Caprio lo robaron. Su actuación merecía no sé si el premio, pero sí, una nominación para el Óscar. Aunque el maquillaje de viejo no lo ayuda mucho, da una actuación memorable. El prácticamente desconocido, Armie Hammer (hacía de los mellizos Winklevoss en Red Social) está muy bien como Tolson y desgarra en la escena de la pelea. Como la madre, Judy Dench y está todo dicho, adjetivar su desempeño es como intentar abarcar el aire. Y sí, estoy de acuerdo con José Pablo, tampoco le voy a discutir todo, la luz con la que ilumina a Naomi Watts es cruel y opaca su belleza, no su talento, que es inapagable. Puede que esa luz le viniera bien al personaje de Di Caprio, pero como ella está siempre en el mismo plano, la mata. No importa, la chica, hasta afeada,  es un deleite. Un comentario frívolo, ¿de vieja no se parece un poco a Jane Fonda ídem?

En resumen, mis amigos del cine, pese a los reparos, un Eastwood, como un Scorsese, un Spielberg, un Allen, es imperdible. No siempre rayan alto, pero igual son un remanso de gozo entre tanta bazofia que nos tiran los yanquis.
Un abrazo,
Gustavo Monteros

2 comentarios:

  1. Al final he visto, 'J Edgar' de Clint Eastwood y ha superado mis expectativas. Me la habían puesto muy floja y resulta ser, más allá de algún que otro maquillaje terrible, una película interesante y reveladora. Di Caprio, de nuevo, magnífico. Toda una sorpresa. Un saludo!!

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  2. Sí, el maquillaje es muy malo! Saludo grande!

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