sábado, 24 de septiembre de 2011

Juan y Eva



Esta vez comenzaremos por el final: Juan y Eva de Paula de Luque es una buena película. Ayuda, y no poco, a consolidar sus méritos el haber elegido un período acotado para contar la historia. El film va desde el terremoto de San Juan, el 15 de enero de 1944, al 17 de octubre de 1945. Eso le permite profundizar aspectos y circunstancias que otras películas dan por sentado o repasan a vuelo de cóndor, y nos da la oportunidad de atisbar cómo nació, creció y fructificó la historia de amor entre estos dos personajes históricos. Íntima, como toda historia de amor, y pública, porque la relación entre el secretario de trabajo del gobierno de facto del general Ramírez y una actriz en ascenso no podía pasar desapercibida. Eufemismo para el rechazo que algunos cuadros militares sentían, Perón en un tramo del film dirá: Dígale a esos tipos que le mandan a hablarme que la bragueta me la prendo yo.

La evidente simpatía que la directora y guionista siente por los personajes no le nubla la vista para resaltar aristas poco halagüeñas que evidencian sus personalidades. Se equivoca el que quiera ver que hay aquí un retrato idealizado. No pormenorizo porque los detalles hacen a la gracia o al placer de ver la película. Pero los dobleces y máculas son evidentes, están bien a la vista.

El guión, salvo la primera cena que comparten en la que hay un exceso verborraico, es elocuente y fluido. La primera parte está narrada con maestría y la última tiene la fuerza necesaria, pero por el medio hay una caída de ritmo que tiene más que ver con la dirección que con el guión. Hay decisiones estéticas acertadísimas como la de los dos números musicales (la gran Karina K como una apasionada cancionista en el recital a beneficio de las víctimas del terremoto en el Luna Park, y Carlos Casella como el cantante del cabaret), los ambientes claustrofóbicos en que crece el romance,  y otros muy discutibles, como el abuso del cigarrillo; sí, lo muestran las películas de la época, la gente fumaba mucho, pero aquí los personajes fuman más que Humphrey Bogart en todas sus películas juntas. Dicho así parece exagerado, pero hay momentos en que tanto cigarrillo distrae de la acción principal. Y salvo la protagonista, las demás actrices tienen un corte de cara muy parecido, lo que a veces dificulta identificar a sus personajes. Puede que esto sólo sea problema mío, pero como me pasó, lo cuento. Juro que estaba descansado y atento cuando la vi. Y, lamento decirlo, la música es francamente fea.

Julieta Díaz está muy bien y aprovecha la ventaja de tener que interpretar a Eva cuando todavía no es Evita, lo que le permite apartarse de la paradigmática, magistral e insuperable encarnación de Esther Goris en la película de Desanzo.  Pero el film, sin duda, marca la consagración de Osmar Núñez como un gran actor y protagonista. Su Perón es magnífico por donde se lo mire. También se luce y mucho Fernán Mirás, tiene un par de escenas inolvidables. Y Alfredo Casero le da a Braden un bienvenido y sutil toque pintoresco.

Ratificamos, entonces, el inicio de esta crónica. Juan y Eva es un film bueno y valioso que ilumina un hueco hasta hoy no explorado por el cine: la historia de amor detrás de la foto icónica de la gala del Colón con Perón de impecable uniforme y Eva con el strapless blanco.


Un abrazo, Gustavo Monteros

sábado, 17 de septiembre de 2011

Paul



Simon Pegg es un cómico inglés tan talentoso como completo. No sólo actúa como los dioses sino que ha firmado los guiones de sus películas más personales entre las conocidas por estos lugares. En la fabulosa Muertos de risa (Shaun of the dead )(2004) se ríe de los films de zombies. En Arma fatal (Hot fuzz) (2007), mi favorita hasta la fecha, se burla de los policiales estilo Arma mortal, Duro de matar y hasta de los ambientes cerrados plagados de asesinos de Agatha Christie. En Corre, gordo, corre (2007) se divierte a lo grande a expensas de la comedia romántica. Como se ve, al hombre le gusta la parodia, pero se diferencia de la escuela de ¿Dónde está el piloto? (la saga de La pistola desnuda, Scary movie, etc.) y se acerca a algunos de los mejores films de Mel Brooks (El joven Frankenstein, La última locura del Dr. Mel Brooks, Los productores) porque elige desarrollar una historia antes que supeditarse a gags sueltos o a diálogos brillantes pero deshilvanados. Prefiere ceñirse a personajes bien armados que caen en situaciones que van corriéndose de lo real y se expanden en el absurdo; privilegia historia, personajes y situaciones antes que un efecto cómico gratuito; persigue la sonrisa constante antes que la carcajada ocasional, que también llega, pero como consecuencia natural, por acumulación, explosión o desenlace lógico.

En Paul, escrita en conjunto con su co-equiper actoral de Shaun of the dead y Hot fuzz, el gordito Nick Frost, le ha tocado el turno a los films con alienígenas. Dos amigos ingleses (Pegg y Frost) llegan a los EEUU para una convención de cómics de ciencia ficción y afines, y se embarcan luego en un itinerario que deambula por los lugares míticos de encuentros de extraterrestres y esas cosas. Se chocan con Paul, un alienígena que huye de la NASA y que debe ir al encuentro de una nave que lo devolverá a su mundo de origen. Paul, que fuera asesor de Spielberg para ET (se oye la voz del vero Steven en una conversación telefónica; Nick Frost, fana de verdad del cine de ciencia ficción confesó que casi muere de la emoción cuando conoció a Spielberg), no se parece en nada al personaje de ET. Es cínico, bebe como un cosaco, fuma más que Humphrey Bogart (en su caso, no sólo cigarrillos de tabaco ya que también lo pierden los porros) y es un experto en malas palabras. Los dos ingleses y el alienígena conocerán a una fanática religiosa que usa una remera inolvidable y serán perseguidos por un trío de hombres trajeados que se las traen.

En consonancia con los modelos elegidos, Shaun of the dead y Hot fuzz son ácidas y chirriantes, pero Corre, gordo, corre y Paul son más tiernas y hasta ingenuas. Paul divierte de punta a punta y hasta regala algunos momentos altamente gozosos. Maneja varios running jokes (chistes continuos con variación de reacciones) desopilantes, en especial, el de la cubierta del libro de historietas que hizo el gordito, el del autor que adoran, pero que casi nadie conoce, y el de que todos los toman por una pareja gay.

Las películas con cómicos exigen prerrequisitos para su completo disfrute: que se guste del cómico en cuestión, que se acepte su estilo (no es lo mismo Jacques Tati que Olmedo), y que se esté dispuesto a entregarse al juego que proponen y a las convenciones y características del género. Uno no debe sentarse a ver una película cómica con la misma actitud y expectativa que enfrentamos un film de Bergman. Perdonen si lo que digo les parece de una obviedad supina que los insulta, pero conozco espectadores y críticos que se olvidan de esta premisa básica, y se sentaron a ver La pistola desnuda como si estuvieran por ver un Visconti. Por algo hay dos caretas representando al teatro, la de la risa y el llanto; usar los mismos parámetros para analizar un bufón y a un trágico es como pretender que es único lo que es doble. Ya demasiado castigo tienen los cómicos con ser ignorados en las premiaciones como para encima cargar con el equívoco crítico de que deben hacernos reír con las prolijidades del drama épico.

En resumen, una de risa, muy pero muy buena.


Un abrazo, Gustavo Monteros

Invasión a la privacidad



Juliet (Hilary Swank) es una cirujana que cose corazones destrozados a cuchillazos con la misma destreza con que mi mamá zurcía medias, o sea es una chica moderna y profesional. Duerme en un hotel porque descubrió a Jack, su media naranja (Lee Pace) en su propia cama con otra. Jack se disculpará después diciendo que se sentía dejado de lado, y… la modernidad es así, ahora son los hombres los que se sienten relegados. Como la pobre Juliet no puede dormir en un hotel por tiempo indeterminado está buscando departamento. Y ya se sabe, hallar departamento en Nueva York es más difícil que hallar una virgen en una orgía. Le muestran pocilgas con camas empotradas y ventanas que dan a muros ciegos y le dicen que son comodísimas y con grandes vistas; y encima le quieren cobrar un ojo de la cara, cosa que no puede dar porque es cirujana. Como puso un cartelito en el hospital diciendo que busca departamento, recibe una llamada ofreciéndole uno. Lo va a ver, y es un tremendo piso, grande como Versalles, amplio como la cintura cósmica del Sur, con una arrebatadora vista de tarjeta postal, y barato como una liquidación. El dueño (Jeffrey Dean Morgan) es apocado, sensible, un poquito desencajado y algo encantador… como Norman Bates, pero de cuarta. El muchacho le dice a la chica que es barato porque es ruidoso ya que pasa un traqueteante tren a toda hora y tiene mala recepción para los celulares. Y como en el afiche, el muchacho la está agarrando del cogote a la chica, uno supone que el ruido del tren ahogará sus gritos y que no le andará el celular cuando más lo necesite. Para colmo de males, en el departamento de al lado vive el abuelo del muchacho, Christopher Lee, que en la vida real es más bueno que Lassie y que mata de amor a las actrices recitándoles dulces poesías románticas, pero que en la pantalla es más malo que jerarca del FMI; entonces uno supone que jugarán con la ambivalencia que el viejo Christopher puede crear y que no sabremos si en el momento culminante ayudará a la chica o contribuirá a que la despanzurren. Error, error, error. El tren no ahogará ningún grito, el celular funcionará de lo más bien y el viejo Christopher tendrá tanta relevancia como un cactus en sala de espera. Y no porque quieran revolucionar el género creando expectativas falsas, no, quieren respetar todas las convenciones y los lugares comunes, pero no saben cómo hacerlo. El guión es tan malo que parece escrito por alguien que vive en Alaska, vio muy pocas películas e hizo un curso por correspondencia y perdió las últimas clases por una huelga de carteros. Y el director, el finlandés Antti Jokinen, parece no dominar mucho el inglés y no hacerse entender muy bien. Preferimos darle ese beneficio de duda a decir que es un inútil que no puede ni dirigir una fiesta escolar.

Invasión a la privacidad es un intento muy fallido de resucitar el subgénero paranoico que hacía furor a principio de los noventa, el del enemigo cercano, el del peligro al otro lado de la puerta del living, el de los locatarios locos como Michael Keaton que hacía la vida imposible de Melanie Griffith y Matthew Modine en El inquilino o el de la compañera de departamento desquiciada, Jennifer Jason Leigh, que desbarataba la vida de la pobre Bridget Fonda en Mujer soltera busca, etc. etc. etc. Sorry, muchachos, el subgénero se agotó porque aburrieron. La vida no te deparará vecinos que te dan la bienvenida con el pastel, pero tampoco hay un psicópata talentoso por cada ciudadano paga- impuestos-integrado.

Sorprende que con tanta película interesante que podría venderse muy bien y que pasa directamente al DVD sin recalar en los cines, se estrene esta bazofia sin remedio. Azares de la muy azarosa distribución cinematográfica, una ratificación más de que los yanquis están del bonete.


Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 9 de septiembre de 2011

Habemus Papam



No es mi intención ofender a sus seguidores, pero si he de ser sincero, debo confesar que el cine de Moretti no me va ni me viene. Lo conocí en los ochenta en un ciclo de cine italiano inédito en la Argentina, e incluso en esas primeras películas se evidenciaba una característica que se convertiría en su marca de fábrica: un narcisismo militante. Me resulta inútil dialogar con un narcisista, (es mi falencia), porque no pretende otra cosa que le demos la razón por adorarse y nos convirtamos en sus satélites. Prefiero cruzar de vereda y seguir mi camino. De allí que dejé de ver las películas de Moretti sin que se me moviera un pelo y sin sentir que perdía nada importante. Pero esta película me atrajo desde que supe de su existencia. Primero, por su título. Habemus Papam, junto con Quo vadis, Ubi sunt, In media res y alguna que otra frase que no me viene a la mente en este instante, es el poco latín que sé, pero que uso y abuso para chistes cotidianos tontos. Puedo decir, por ejemplo, Esta noche habemus pizza… Y bueno, con algo hay que divertirse. Volviendo a la película, después, cuando me enteré de qué iba, me atrajo más aún. Coincido a pie juntillas con la teoría de un amigo que dice que no hay nada más apasionante que las historias en que alguien dice que no a una cosa por la que otros asesinarían a sus madres. Y si se arrancó de monaguillo, se pasó por cura, obispo y se llegó a cardenal es lógico suponer que alguna vez se fantaseó con ser Papa, pero a Melville (Michel Piccoli) ni se le cruzó por la cabeza. Mientras los favoritos rezan para que no los elijan, él fuma bajo el agua, se sabe muy de perfil bajo. Pero no van y lo eligen. Azorado, presionado por la danza roja de prelados aliviados, contesta que sí, cuando le preguntan, después de la votación, si acepta ser Papa. Pero cuando le dan las ropas del oficio y van a sacarlo al balcón para que se presente, le agarra tal pánico que hasta hay que recurrir a lo impensable, un psicoanalista (Nanni Moretti). Y hasta ahí cuento, sin revelar demasiado porque son sólo los primeros cinco minutos.

Habemus Papam es una comedia inclasificable. Es satírica pero tierna. Es sencilla pero densa. Lineal pero compleja. Y no tengo un ataque de oxímoron compulsivo. Para acceder a alguna pretensión de claridad, concluiré que es misteriosa en su aparente simplicidad. ¿Acaso nos dice como Shakespeare y Calderón de la Barca que el poder es sólo una ilusión sostenida por rituales, y que la vida no es sino una representación? ¿No ya un “cuento contado por un idiota” sino una obra conocida representada por un actor desquiciado que sabe todos los parlamentos? ¿Insinúa acaso que el psicoanálisis no es sino teorías muy creativas que satisfacen la angustia de lo que nunca llegaremos a conocer o sea nosotros mismos, nuestras elecciones y nuestros caminos? ¿Cuando el curita dice, en medio del torneo de vóley,  que el psicoanalista ateo no irá al infierno porque es un lugar desierto, acaso nos quiere decir que muchas cosas no son como se han supuesto? ¿Hay un paralelismo entre el papa reacio y el psicoanalista exitoso, dos perdedores disfrazados de ganadores? ¿Es casual que la obra que ve el Papa sea La gaviota de Anton Chejov, autor incomprendido por excelencia porque escribió comedias que todo el mundo vio como dramas tremendos? ¿Acaso lo más revolucionario que se puede hacer en estos tiempos es decir “no sé”, como el experto que en la tele reconoce no tener ni idea de qué corno está hablando? ¿Hay incorrección política mayor que no imitar a Cristo, porque si éste pedía fuerza para soportar el sufrimiento deparado por su destino redentor, este hombre pide fuerza para apartarse de un destino de grandeza? Son sólo algunos de los interrogantes que despierta este entramado simple y conmovedor que pergeña Moretti.

Piccoli está supremo en su Papa fugitivo y Moretti, dicen los que lo han seguido que siempre se interpreta a sí mismo, será así, no podemos rebatir lo que desconocemos, pero aquí está simpatiquísimo en su psicoanalista locuaz, altamente italiano.

Y sí, lo han dicho todos, pero ¡cómo no mencionarlo!, en una escena clave se oye a la Negra Sosa cantar Todo cambia y se nos eriza de emoción hasta el último pelo de ya saben dónde.

Habemus Papam no me reconcilia con el cine de Moretti, pero sería un necio si no reconociera que disfruté cada segundo de esta película madura, serena, segura, diestra, elocuente, elegante. Sin lugar a dudas, una de las mejores películas que veremos este año.


Un abrazo, Gustavo Monteros

Sin límites



Yo iba a verla tarde o temprano, porque está De Niro, y por una ley personal que obedezco a rajatablas veo todo, pero todo, todo, todo, lo que hace De Niro. Taxi driver, El francotirador, El toro salvaje, New York, New York, El rey de la comedia, Érase una vez en América, Buenos muchachos, Casino, Mad dog y Gloria y La familia de mi novia 1 me han dado la fe inquebrantable, que me permite jurar sobre 7 Biblias sin que me tiemble el pulso, de que el Tito De Niro es el más grande entre todos los grandes.

Limitless es la típica película pochoclera multitarget y multigénero que Hollywood cocina últimamente con la esperanza de agradar a todos los paladares y que la mayoría de las veces termina en un bodrio indigerible. Arranca como un policial negro, pasa por un leve registro realista, se enrola en la ciencia ficción, atraviesa un momento amoroso, se pierde en las trapisondas de la bolsa y termina en los tejemanejes de la política estadounidense. En algún momento, hay un autor con la inspiración en blanco al que le dan una pildorita que te hace usar toda la capacidad de tu cerebro. El resultado final quizá no sea bueno, pero contra todo pronóstico, la peli interesa y se le perdonan las incongruencias, los saltos de género y un desenlace medio apurado, como si a último momento se hubiera apurado la cocción elevando la temperatura del horno.

Esta película de Neil Burger, conocido por El ilusionista, al margen de ser visible sin daño cerebral permanente, solidifica la carrera de Bradley Cooper, visto en las dos ¿Qué pasó ayer? y en Brigada A. 
El muchacho se revela como un protagonista carismático y un actor de recursos de noble cuño. Y De Niro, ¿quién podría negarlo?, hasta en estado de sonambulismo, como se lo acusó por ahí por esta película, es interesante.

Véanla bajo su cuenta y riesgo, Dios me libre y guarde de recomendarla, pero si de algo les sirve mi experiencia, les diré que me entretuvo mucho.


Un abrazo, Gustavo Monteros

sábado, 3 de septiembre de 2011

La verdad oculta



Kathryn (Rachel Weisz) es una policía de alma, tanto que hasta pierde la custodia de su hija adolescente por desatender su vida privada. Cuando el pedido de traslado falla, el jefe la anoticia de un puesto en Bosnia como agente de paz. Hacia allá parte la pequeña y no tarda en hacerse notar. Por su sexo termina ocupándose primordialmente de los casos de violencia de género. Y no va y se topa con una red de explotación sexual. Pareciera que involucra a unos cuantos oficiales corruptos, pero no, la organización se enraíza en esferas más altas, incluso de la ONU, oops! ¿Cuándo frenar? ¿Hasta dónde llevar la denuncia? Nunca y tan lejos como se pueda porque es una policía de alma y porque las víctimas no son sólo prostituidas y explotadas sino que torturadas física y emocionalmente, laceradas y a la postre, asesinadas.

La verdad oculta es un drama de denuncia basado en hechos reales. Los dramas de denuncia suelen pecar de ingenuos. Alientan la fantasía de que con un poco de voluntarismo y un mínimo de heroísmo pueden desarmarse tremendas trapisondas de reverendos sátrapas (Erin Brockovich) Sí, sí, contamela. La verdad oculta no cae en esos desatinos. La victoria es pírrica, el hilo se corta por lo más delgado, caen las cabezas de turcos de costumbre y el mundo sigue andando.

Rachel Weisz se pinta sola para el papel, tiene la mezcla ideal de fortaleza y sensibilidad. Su cara es un prodigio de expresividad y su voz grave y hermosa tiene más matices que un atardecer. ¿Queda claro que la chica me parece el colmo del talento, no?

Esta ópera prima de Larysa Kondracki es tersa, vibrante y muy cruda por momentos. Algunos críticos la acusan de regodearse en lo que critica: el salvajismo con que se trata a las chicas, a las que un cínico personaje llama “putas de guerra”. Histericones, los señores críticos. Si haces una película sobre la trata de personas y mostrás las vejaciones físicas y morales a las que son sometidas, te acusan de sadismo; y si no las mostrás, de no estar a la altura del tema tratado. Activos-pasivos, que le dicen.

Un abrazo, Gustavo Monteros

Un año más



El cine de Mike Leigh es como la vida misma, mire. Sí, se trate de comedia, drama o biografía de músicos victorianos, Mike crea tal sentido de verosimilitud que uno siente que más que ver una ficción, estamos espiando a unos vecinos. Un logro semejante, claro, es tanto propio como de sus actores. Obvio, la bandita de actores que trabaja con Leigh, son de aquellos a los que les tirás un ladrillo y no sólo te devuelven una pelota sino que te hacen 400 goles. También es muy cacareado el método con que trabaja con ellos. Según parece, ensayan como si fueran a presentar una obra de teatro, improvisan mucho, Mike no les cuenta la resolución que tendrán los conflictos de sus personajes (o sea, el final) y no los deja en paz hasta que no saben todos los pelos y señales de sus roles. Ojo, la improvisación se usa, como corresponde, como herramienta, no como técnica actoral. No se verá en sus films, actores divagando para lograr conflicto y personaje y tomando 12 minutos de tu tiempo para resolver una escena que un guionista resuelve en un minuto y medio. No, señor. Por más fluidos y espontáneos que parezcan y aunque incluyan hallazgos de los actores en las improvisaciones, los guiones de Leigh son rigurosos y están milimetrados hasta en su última coma. Si estoy dando la lata es porque quiero subrayar el milagro de Mike, no hacernos dar cuenta que sus películas son tan armadas y calibradas como una obra de Terence Rattigan.

Esta vez, sus personajes vuelven a ser maduros. Deja atrás los juveniles de La felicidad trae buena suerte. Tom (Jim Broadbent) es un ingeniero geológico y Gerri (Ruth Sheen) es consejera en un hospital. Sí, sus nombres pronunciados suenan igual a la pareja de gato y ratón, los queridos Tom y Jerry. Conforman un matrimonio bien avenido, maduro y hasta feliz. Tienen un hijo treintañero, Joe (Oliver Maltman) que les preocupa porque nos consigue pareja. Pero los que de verdad andan “sin rumbo y desesperaos” son los amigos. La de ella, Mary (Lesley Manville) agudiza una crisis psicológica seria durante el paso de las estaciones. Ah, sí, en ésta, Mike usa el artificio de marcar el paso del tiempo del año del título con las estaciones. El de él, Ken (Peter Wight) anda más solo que la una y lo resiente y mucho.  Es que la vida está hecha, la suerte está echada y sólo queda asumir las frustraciones, dejar de rumiar lo que no fue, arrastrar las pérdidas lo mejor posible, hacer tripa corazón, recoger lo que se sembró y vivir lo que queda con la alegría que se pueda conjurar. Lo malo es que tanto Mary, Ken y Janet (Imelda Stauton y me pongo de pie porque la protagonista de Vera Drake no merece menos) una paciente de Gerri, son testarudos y como algunos que tienen problemas serios no aceptan que necesitan ayuda profesional urgente. Agridulce, ¿verdad? Y bueno, no se necesita ser una lumbrera para saber que por más suerte que se tenga, la vida es una de cal y una de arena.

Como en todas las películas de Mike Leigh, no pasan grandes cosas, pero lo que se ve es denso, profundo y atrapante como pocas cosas en el cine. Sus personajes más desprotegidos dan tanto pena como vergüenza ajena. Irradian tanta verdad que mirarlos da cosita, sobre todo cuando se desbarrancan y meten la pata con todo.

Leigh es un observador agudo de las clases medias inglesas, pero su mirada es tan incisiva que, por más circunscriptos que estén, sus personajes se vuelven universales.

Puede que lo descripto les tire la idea de que la peli es tristona y melanco. Puede ser, pero creo que en realidad no lo es. La salida está marcada, el bienestar emocional y quizá hasta la felicidad están a la vuelta de la esquina. Que Mary, Ken o Janet tomen ese sendero o sigan para el lado de los tomates está por verse. Claro, uno sospecha que persistirán en sus trece y eso es lo triste. La eterna zoncera humana.

Con tanta cháchara, puede que no haya sido muy claro, por las dudas lo digo con todas las letras, si les gusta el entretenimiento adulto, Un año más es imperdible.


Un abrazo, Gustavo Monteros