sábado, 27 de agosto de 2011

Los amantes



Los amantes (Io sono l’amore o Yo soy el amor, en el original) de Luca Guadagnino es un drama de emancipación en la alta burguesía de Milán. Y sí, no se tarda mucho en deducir que estamos en territorio de Luchino Visconti. Intentar calzarse hoy los zapatos de Visconti, aparte de un anacronismo es todo un atrevimiento. Guadagnino no sale mal parado del brete, pero ni por asomo logra la textura, la densidad y la profundidad del gran maestro. La elegancia puede copiarse, pero el aliento divino es inimitable. De todos modos agrada reencontrarse con esos planos amplios, el empaque operístico y la suntuosidad ampulosa. El escenario elegido es esta vez un palazzo racionalista de los 30. Consigno este detalle porque en este tipo de films, la ambientación es un elemento mayor.

Hay personajes extraordinarios, no en el sentido de excepcionales sino en que no son corrientes; pasiones indómitas, melodramas intensos y todo el glamour que da el dinero. Hay glorificación de los ricos y algún comentario suelto sobre riquezas amasadas por la explotación y la miseria para compensar. Y para que el drama de la emancipación funcione, hay una pormenorizada descripción de que ese ambiente tan poderoso es rígido y asfixiante.

Sólo en un momento Guadagnino se aparta del modelo viscontiano y es para sumergirse en las aguas del David Lean de La hija de Ryan. Es una escena de sexo en la naturaleza. Algunos quedarán deslumbrados, pero, perdón, a mí me pareció una mezcla de National Geographic y Soft porno. Eso sí, me gustaron la larga escena de la fiesta de cumpleaños del patriarca con la se inicia la película y la escena final, muy bien orquestada y musicalizada, pero en la escena que la precede podrían habernos evitado la obviedad del pájaro encerrado que se golpea contra la cúpula.

Sin duda el film no lograría ni la mitad de lo que se propone sin la inestimable ayuda de Tilda Swinton en el protagónico. Es una actriz maravillosa. Está también muy bien, Marisa Berenson. La señora es el colmo de la finura y la aristocracia y trae los ecos imperecederos de las tres joyas del cine por las que paseó: Muerte en Venecia, Cabaret y Barry Lyndon. Y claro, todos sonreímos cuando descubrimos que el hijo del patriarca se llama Tancredi, como el personaje de Alain Delon en El gatopardo.

En definitiva, una película que a algunos gustará mucho y a otros dejará indiferentes. Yo, vaya uno a saber por qué, quedé en el medio.


Un abrazo, Gustavo Monteros

sábado, 20 de agosto de 2011

Cowboys & Aliens



No soy muy adepto al cine industrial contemporáneo, al que cariñosamente, o no tanto, llamamos “pochoclero”, porque parece no perseguir otra cosa que ser vistoso y ruidoso acompañamiento del pegajoso maíz inflado. Pero por algún malfuncionamiento de un circuito de mi cerebro, la mezcla que prometía el título me resultaba atractiva. No por la mezcla en sí de ciencia ficción y western. No muy original, por otra parte, ya Oestelandia (Westworld, 1973) de Michel Critchon, una de las películas más interesantes con Yul Brynner, casaba ambos géneros. Quizá me interesaba porque remitía al cine B de la infancia, aquel que mandaba las amazonas a la luna. O quizá porque los nombres, Steven Spielberg (aquí, productor) y Harrison Ford, juntos o separados son para mí un imán irresistible. Harrison Ford puede actuar mal o involucrarse en bodrios (hizo ambas cosas, por suerte no con frecuencia), pero se lo perdono porque el hombre es Indiana Jones y eso siempre le da un crédito extra. Y Steven es Spielberg, y está todo dicho.

Sea por lo que sea, ahí estaba para ver a los cowboys meterse con los aliens o viceversa. Por las dudas, para no decepcionarme después (la experiencia tarda, pero enseña) no albergaba muchas expectativas. Ése fue el secreto del éxito. Si no se alientan muchas esperanzas, entretiene y hasta puede resultar buena, cuando en realidad no lo es. Usa unos cuantos lugares comunes (muchos, casi todos) de las viejas películas de vaqueros. De la ciencia ficción sólo toma los monstruitos (en versión feroz, esta vez) y sus naves, lo que permite, claro, explosiones a granel, festival de efectos especiales y estentóreas reverberaciones sonoras. Fluye indolora y cuando uno quiere acordar, estamos en un final tan pero tan almibarado, que si alguien entrara en ese momento, creería que estamos viendo una telenovela clásica en vez de una película de acción.

Lo que más llama la atención, sobre todo porque la dirige Jon Favreau, que viene de darle color a los Iron Man, (con la inestimable ayuda del inmenso Robert Downey Jr. claro), es la ausencia de humor. Jon se la tomó muy en serio. Error. Grave. Por momentos pareciera como que estuviera haciendo otra versión de Solaris, en vez de una de aventuras para vender más pochoclos.

Harrison Ford hace otra buena variación del viejo gruñón con corazón de oro (y… el tiempo pasa). Daniel Craig es un actor de la puta madre, como lo demostrara en las numerosas películas independientes en las que participó antes de ser elegido el nuevo James Bond, y los héroes parcos y duros no tienen secreto para él. El interés romántico es Olivia Wilde, linda chica, buena actriz,  la 13 del Doctor House. Anda también por ahí, el bueno de Sam Rockwell ensayando una caracterización.

No pasará a la historia, pero no aburre y devuelve la plata de la entrada. No es mucho, pero alcanza.


Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 12 de agosto de 2011

En un mundo mejor



En un mundo mejor bien podría tener como título alternativo: Cómo enfrentar a tres matones y no morir en el intento. Es que tres violentos pivotean el relato y los buenos buenísimos deben lidiar con el mal que desparraman.

La historia se maneja en dos planos narrativos. Uno tiene lugar en África en donde Anton (Mikael Persbrant), un médico en misión humanitaria, cura como puede a las víctimas de un caudillo local, sádico y pérfido como pocos. El otro transcurre en Dinamarca, donde su hijo Elías (Markus Rygaard) enfrenta en la escuela a un grandulón agresivo y discriminador. Por suerte, el pobre Elías recibirá la ayuda de un nuevo compañerito, Christian (William Johnk Nielsen) que trae un entorno muy particular que ensanchará más el relato. Anton, Elías y Christian, todos juntos, serán de algún modo víctimas de un tercer matón, el típico e insoportable machote xenófobo.

Tanto matón dando vuelta en un mismo melodrama tiene su razón de ser. Susanne Bier, la directora y guionista de este film, se ha propuesto un análisis del círculo de violencia que parece imparable en todo tipo de sociedad. Bueno, más que un análisis, se ha propuesto una disertación. Y llegamos así al problema principal del film, su costado pedagógico, instructivo, formador. Es como que la buena de Susanne se trepa al púlpito y le entra a dar a la prédica como loca. No a través del discurso que enuncian los actores, sino a través del armado del guión, del delineamiento de algunos personajes y de la resolución de algunas escenas. Por ejemplo, Anton es tan, pero tan políticamente correcto que dan ganas de tirarle el rígido manual de ética que maneja por la cabeza. Y si no llega a ser intolerable, es porque la buena de Susanne le dio un costadito oscuro para que no sea tan pero tan santo. El hombre se está divorciando de Marianne (Trine Dyholm, una actriz notable) a quien hizo sufrir miserablemente, portándose muy pero muy mal. Y si insisto con subrayar los aumentativos, es porque en todo el film hay un tufillo maniqueo que aplana los conflictos. Está bien, es un melodrama, y el contraste muy marcado es un recurso válido en el género, pero la buena de Susanne quiere venderlo como un gran drama, y es ahí donde se le notan los costurones de pespuntes gruesos. Un final a toda orquesta redime a todos y siembra amor y comprensión, porque ya se sabe la bondad siempre paga.

Sin embargo, no llega a ser un bodrio. El perfecto acabado técnico, la elegancia de su estilo, la destreza con que resuelve algunas escenas (la culminante entre los dos chicos está muy lograda) y por sobre todo, las excelentes actuaciones (no hay nada que hacerle, algo puede no ser del todo bueno, pero si te actúan impecablemente, te comprás todo) la hacen seductora y agradable.  

En conclusión, si uno acepta que lo sermonearán un rato y que recibirá una lección de bondad y ética, se puede pasar un momento entretenido. Ah, sí, es la peli que ganó el Óscar a la Mejor Película Extranjera este año.

Coda:

La buena de Susanne declaró que se propuso modificar también la idea de paraíso cívico y moral que se tiene de los países escandinavos. No te hubieras preocupado, querida, el inspector Wallander, la inolvidable creación literaria de Henning Mankell, Lisbeth Salander, la protagonista de la trilogía de Milenium de Stieg Larsson, y la reciente masacre de Oslo ya nos despabilaron al respecto. Además el maestro Ingmar Bergman nos advirtió hace tiempo que detrás de las fachadas se escondían unos cuantos demonios.


Un abrazo, 

Gustavo Monteros

viernes, 5 de agosto de 2011

Súper 8



No demos vueltas, no empecemos con los peros, hablemos con franqueza, digámoslo de una vez, ¡qué joder! Disfruté enormemente de Súper 8. Sí, es una película pochoclera, pero del mejor cuño. No es perfecta, para su desenlace elige los puntos suspensivos y corre el riesgo de depender demasiado en que armemos y compremos la idea del extraterrestre que quizá no cierre del todo, pero, confieso que después de pasarla tan bien durante su desarrollo, no importa mucho.

J.J. Abrams (Lost, Alias, Misión imposible III, Star Trek – el futuro comienza) escribe y dirige un abierto homenaje a Steven Spielberg que casualmente o no tanto es el productor. Jota Jota o Jay Jay pone en 1979 a un grupo de chicos a filmar una peli en Súper 8, un pueblito que maquilla la mejor imagen posible de los yanquis, un militar pérfido y un extraterrestre que se las trae. Contar más es abrir el horno antes de que el bizcochuelo se leve del todo.


Las referencias al Spielberg director (ET, Encuentros cercanos del Tercer Tipo, La guerra de los mundos, Jurassic Park) y al Spielberg productor (Los Goonies, Gremlins, Volver al fururo) son constantes y merecidas. Spielberg es uno de los más grandes narradores que nos ha dado el cine, y el cine de aventuras contemporáneo le debe casi todo. Y como se trata de seguir sus huellas, el relato es clásico, sólido, sabroso, adrenalínico, encantador, atrapante.


Los actores, niños y adultos, están impecables, pero es imposible no mencionar a Elle Fanning, la hermana buena actriz de la insoportable Dakota. La chica ya se lució en Somewhere de Sofia Coppola y vuelve aquí a hacerse notar a lo grande.


Perdonen que no abunde en detalles, que no analice secuencias o que intente correlatos, pero no quiero dañarles la sorpresa.


Si les gusta el cine de aventuras, perdérsela es imperdonable. (Ah, no se levanten cuando comiencen los títulos finales, hay una deliciosa sorpresita). 


Un abrazo, 

Gustavo Monteros.