sábado, 28 de mayo de 2011

Incendies

Incendies del director canadiense Denis Villeneuve, Maelström (2000) y Polytechnique (2009), se basa en una obra de teatro de Wajdi Mouawad y compitió por Canadá en la última entrega de los Oscar. Su director la describe con justicia como "Una brillante mezcla de film de detectives y tragedia griega".

Dos gemelos, Jeanne y Simon, al morir su madre reciben el encargo de entregar dos cartas, una al padre que creían muerto, y otra a un hermano mayor del que no tenían ni noticia. Y así, Jeanne, primero, y Simon, después, comienzan a desandar el periplo del pasado de su madre, o como dice el director el "viaje de Jeanne y Simon hacia el origen del odio de su madre". Terminarán en el país de origen de la madre, que está aquí ficcionalizado, pero que oculta con transparencia el Líbano de las luchas y matanzas entre musulmanes y cristianos.

El relato atrapa y se permite algunas crudezas. Necesarias para comprender algunas decisiones de la madre.

Las actuaciones son muy buenas y Villeneuve dirige con elegancia, austeridad y firmeza, aunque abusa del plano que se abre (se comienza la escena con un plano detalle de alguna cosa que obviamente no se percibe del todo y entonces se comienza a abrir el plano para hacernos comprender de qué va o dónde transcurre la escena. Un recurso muy de moda entre los directores de cine de autor para generar atención e interés. Todo bien, pero cuando se reitera una y otra vez, termina por ser monocorde).

De todos modos, altamente recomendable.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

sábado, 21 de mayo de 2011

Poder que mata

Poder que mata de Doug Liman (Viviendo sin límites, Identidad desconocida, Sr. y Sra. Smith) es una estupidez, una pérdida de tiempo a la que fui arrastrado por el afecto, la admiración y el respeto que siento por Naomi Watts y Sean Penn.


La primera parte relata con módico brío (léase: con ligero interés) algo que ya sabe hasta el más despistado paseador de perros o la modelo más frívola: que la administración Bush inventó que Saddam Hussein tenía armas nucleares para invadir Irak. Entonces Joe Wilson (Sean Penn) escribe en el New York Times que el presidente miente, y el gobierno se venga desclasificando información secreta y revelando que su esposa, Valerie Blame (Naomi Watts) trabaja para la CIA. O sea que para intentar cubrir el cielo con la mano, agitan, con la complicidad de medios poco interesados en la verdad, el siempre rendidor fantasma del enemigo interno. (Es harto conocido, a los yanquis les gritás “antipatriótico”, y salen en manada a agitar banderas y cazar brujas). Y por un tiempo, como dirá más tarde el personaje de Sean Penn, la pregunta pasa de “¿Qué hacemos en esta guerra?” a “¿Quién es la mujer de este tipo?”.


Poco importa que la historia sea real y que sea una variación de David venciendo a Goliat, porque el guión, basado en sendos libros de Valerie y Joe, no promueve simpatía alguna por los personajes ni les da mucho espesor humano. Se presupone que creamos que Valerie y Joe son los buenos de la historia, porque sufren y son interpretados por Naomi y Sean. Y de este lado del universo, eso, sin una elaboración o desarrollo de personajes y circunstancias, es muy difícil de aceptar por más ganas que le pongamos.


La película espera que traguemos dos núcleos (más bien tremendos sapos) para que la identificación con las tribulaciones de Joe y Valerie funcione. Que veamos como heroína a una agente de la CIA (¡andá!) y que aceptemos como verdad revelada la defensa de la democracia que hace Sean Penn en un “supuestamente” conmovedor y componedor discurso que culmina con un “Dios bendiga a los Estados Unidos” (¿no será mucho?)


Como buenos capitalistas, los yanquis te venden todo. Tanto las ínfulas patrióticas que los llevan a cometer cualquier desmán (invasiones, asesinatos, guerras, desastres ecológicos, etc.) como el posterior arrepentimiento, las lágrimas de cocodrilo y el compungido golpeteo de pechos. Todo con la misma convicción, sinceridad y pretensiones de inimputabilidad. Las películas yanquis, hasta las más torpes, no son inocentes. Están imbuidas de la ideología y la lógica del imperio.


No le recrimino a Naomi Watts y Sean Penn el tiempo que me hicieron perder y que podría haber aprovechado mejor leyendo un libro, durmiendo una siesta o cocinando un postre. No. Mi afecto, admiración y respeto por ellos permanece incólume. Son actores y tienen que comer, pagar sus cuentas o expresar sus convicciones políticas. Puede que para ellos, esta película sea de una corrección política pertinente y necesaria. Pero para nosotros es, digámoslo claro, de una pelotudez pomposa, redundante e hipócrita.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

sábado, 14 de mayo de 2011

Mujeres al poder

A François Ozon le gusta jugar con el cine y el teatro. No lleva al cine obras de teatro en el sentido tradicional, sino que experimenta con las herramientas de ambos medios expresivos. En Gotas que caen sobre rocas calientes, sobre obra de Rainer Maria Fassbinder, privilegió la forma por sobre el contenido, el cómo se contaba era más importante que el qué se contaba. En 8 mujeres, sobre obra de Robert Thomas, se movió en el más puro artificio y creó un homenaje a las divas del cine con las convenciones de los vehículos de lucimiento de las divas teatrales. Ahora, en Mujeres al poder, Potiche (florero) en el original, sobre obra del dúo Pierre Barillet y Jean-Pierre Grédy, opta por la transformación, la relectura feroz de una pieza enmohecida y apolillada.


Potiche fue el último vehículo estelar que eligió Mirtha Legrand para plantarse como florero en el escenario, lo que prueba la vetustez del original, porque ya se sabe que la señora atrasa en política, moral y buen gusto. El conservadurismo recalcitrante es su ADN.


Ozon conserva los vericuetos de la trama y reescribe con malicia diálogos y personajes. Sacude el moho, mata las polillas, elimina las ñoñerías y dinamita la moralina bobalicona. Para empezar, manda la acción a 1977, lo que le permite explotar lo retro y exacerbar lo kirsch. Se da el gusto de entregarse a excesos en los subrayados musicales y termina por vitalizar una obra convencional y llena de telarañas hasta volverla una mordaz comedia farsesca sobre la guerra de los sexos y la diferencia de clases. Y así la historia de una señora burguesota y cornuda, pasiva como un florero que termina potenciando capacidades que desconocía y llega a ser una buena directora de fábrica y luego política, se cubre de resonancias pertinentes y tiros por elevación certeros hacia la realidad contemporánea.


Catherine Deneuve y Gérard Depardieu no son monstruos sagrados del cine por azar o imposición del mercadeo. Prolíficos y/o generosos con su talento, han alcanzado una madurez deslumbrante. Regocija verlos hacer cosas difíciles a la velocidad de la luz. Los cambios, reacciones y transiciones de sus personajes fluyen con la celeridad con que ocurren en la vida. Aún en la farsa, se desenvuelven con la naturalidad de lo real. Y Ozon celebra sus mitos a la vez que los reinventa: el baile en la discoteca, por ejemplo, es un deleite endorfínico inusitado.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

sábado, 7 de mayo de 2011

Cocina del alma













Zinos Kazantsakis (Adam Bousdoukos) tiene una fonda de mala muerte ampulosamente llamada Soul Kitchen, porque la música soul acompaña los grasosos platos que sirven. Su hermano, Illias (Moritz Bleibtreu), un convicto para nada reformado con régimen de salidas temporales le pide que finja darle trabajo en el comedero. Su novia, Nadine (Pheline Roggan) se va a trabajar a Shanghai. En la cena de despedida que la familia de Nadine organiza en un restaurant de lujo, Zinos ve que despiden al temperamental chef, Shayn Weiss (Birol Ünel) al que eventualmente contratará.


Es el punto de partida de esta comedia de 2009 del director germano-turco Fatih Akin, de quien hace tres años conociéramos la valiosa y atrapante El otro lado.


Soul Kitchen ganó el premio especial del jurado del Festival de Venecia de 2009. Dicho jurado estuvo integrado por Ang Lee, Sandrine Bonnaire, Liliana Cavani, Joe Dante, Anurag Kashyap, Sergej Bodrov, Luciano Ligabue. (Consigno los nombres para que sepan a quien reclamarle si el galardón les parece exagerado).


Soul Kitchen no es un bodrio, es más bien una indigestión. Tiene demasiados platos, complicaciones que se huelen antes de que terminen de cocinarse, y unos cuantos condimentos ya degustados demasiadas veces. Sin embargo se paladea con agrado porque Fatih Akin es un chef astuto, algunos personajes son sabrosos y la banda sonora dulcifica el oído sin empalagar.


No es un menú imperdible, pero puede no caer mal si se va provisto de antiácidos, digestivos o antiespasmódicos.


Eso sí, démosle una buena copa de vino picado a quien decidió el título en español, dándole a la comedia una espiritualidad siempre bienvenida, pero que no tiene. El señor o la señora deben ser sordos o ignorantes musicales.

Un abrazo,
Gustavo Monteros