jueves, 13 de enero de 2011

Somewhere

Me gustan las películas de Sofía Coppola porque no me dejan indiferente. Lejos de ello. Alternativamente me deleitan y me irritan. Por momentos me seducen hasta lo indecible y en otros hago acopio de paciencia para no ir a agarrarla del cogote y no soltarla hasta que se ponga azul o se me pasen las ganas de matarla. O sea que tengo con ella un diálogo más activo que con otros directores que sólo me deleitan o que sólo me irritan.

Su mundo es el del encierro (Las vírgenes suicidas, Perdidos en Tokio, María Antonieta) y el del despegue de la realidad en una burbuja de privilegios (todas menos Las vírgenes suicidas). Como a la Martel, le gusta manejar el detalle y regodearse en emociones negativas, pero a diferencia de nuestra Lucrecia, tiene en el fondo una mejor opinión del género humano. (Claro, la chica no se crió en la Argentina.)

Somewhere tiene puntos de contacto con su obra más conocida, Perdidos en Tokio. Vuelve a haber un actor hastiado encerrado en un hotel y hasta hay una escena (el recibimiento del premio en Italia) que parece una reformulación de aquella en la que Bill Murray iba al programa televisivo japonés. Pero no hay aquí una historia de amor inesperado, sino el compartir algunos días con una hija desatendida.

Johnny Marco (Stephen Dorff) es un joven actor famoso, y no se sabe si es un pelotudo importante o un hombre anestesiado por acceder a todo lo que se le ocurre. Bah, quizá nunca lo sepamos, pero de a poco comprendemos que no es un mal tipo, lo que no está nada mal. Un tarambana egoísta, tal vez, sólo un gaje del oficio. En el inicio, la película no procura que nos identifiquemos con él, sino que nos distancia y nos pone en un plano de superioridad moral. No tendremos los mimos, los lujos, los caprichos satisfechos, pero por mal que nos vaya, tenemos una vida interior más plena. Y lentamente nos vamos identificando, por más que las circunstancias nada tengan que ver con las nuestras. Después de todo también somos unos salames y quien no ha sentido alguna vez un aburrimiento profundo, un vacío existencial, la pérdida de la brújula o la sensación de no hacer pie. Y entonces entra en escena, Cleo, la hija de once años (la hermosa y talentosa Elle Fanning, hermana menor de la sobrevalorada e insoportable Dakota) y la película adquiere una hermosa luminosidad, otro brillo. Y si bien Johnny no se despabila del todo, al menos abandona el letargo.

El inicio es un Antonioni en estado puro (una venganza del viejo Michelangelo, siempre odié sus películas), en el medio hay algo del Fellini de La dolce vita, y el final, que puede ser visto como una nota falsa, aunque no, si no se lo ve “realísticamente” me retrotrajo a Intimidades de una adolescente cuando Natalie Wood se iba por la playa dejando atrás una casa en llamas y un incipiente Robert Redford, recuerdo de un film visto hace dos vidas y media. (A veces tengo la sensación, no sé si les pasa lo mismo, de que he visto demasiadas películas, que ya no debo ver ni una más y ponerme sí a recordar las ya vistas.)

Es un film valioso, tranquilo, bello. Un remanso después de tanto cine de productor, pochoclero, vacío, adocenado.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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