viernes, 14 de enero de 2011

Imparable

El cine de masas norteamericano, más conocido como “pochoclero”, en sus dos vertientes: masculina y femenina, es una aplanadora de ideas, un celoso guardián del status quo imperante y un sostén de valores perimidos que por ser viejos se consideran sagrados. O sea lo que en el barrio, llamaríamos “conserva”, “garca”, “retrógrado.” No, no es paranoia aguda ni cinismo exacerbado. Tampoco estoy loco, en pedo o estudio sociología y procuro la interpretación de la sombra de las hormigas. No, es una paradoja cotidiana, que de tan evidente y a la vista, ya no la vemos.

Imparable (Unstoppable) es el film pochoclero semanal para hombres. La cosa es así: un gordito chambón sale de la cabina de la locomotora y deja un tren, largo y pesado (lo que luego dificultará su descarrilamiento) circulando a alta velocidad sin maquinista, con el agravante de una carga de químicos explosivos en algunos vagones. Se supone que se basa en un hecho real (si ellos lo dicen…). No se necesita ser Sherlock Holmes o Philip Marlowe para deducir que si andan en una vía aledaña Denzel Washington y el galán anabólico de la semana, serán ellos los que contra todo pronóstico (¿?) solucionarán el entuerto. Cerca del final, nobleza obliga, habrá una vuelta de tuerca ligeramente sorpresiva. El director Tony Scott, un hermano muy menor de Ridley, se labró un nombre por darle al cine pochoclero imágenes bellas estilo almanaque en rutilante tecnicolor, empalmadas en una edición que se acelera o se desacelera según se crea oportuno. Toda una explosión de creatividad. Y sólo un narcisismo feroz explicaría por qué Denzel Washington gasta una y otra vez su talento en subproductos vergonzantes. En resumen, un film tan apegado a lo esperable que me puse a enumerar sus contribuciones al conservadurismo cuadrado para entretenerme un poco.

Primero Dios, después la empresa. Sus decisiones (las de la empresa, claro) son inapelables y exigen sumisión absoluta. Denzel se jubila (¡cómo pasa el tiempo, ayer el mozuelo del film, hoy un personaje que se jubila!) e instruye al macizo galancete ojiceleste los secretos del oficio de maquinista. Luego sabremos que la empresa lo jubila de prepo a media pensión seis meses antes de que pueda acceder a una pensión completa. ¿Denzel se queja, hace juicio, pone una bomba, le manda una carta a Obama? No, sólo suspira y acepta su destino. Más tarde, cuando un jerarca le pregunte por qué está dispuesto a una acción heroica si la empresa lo maltrató así, Denzel dirá: Lo hago también por mí. Curiosidad suprema: será un héroe por sí mismo a la vez que salva la propiedad de la empresa y evita su debacle financiera. Moraleja: si una acción heroica individual trae aparejado un bien mayor, mejor; y si ese bien mayor repercute en beneficio de una empresa, mucho mejor. En realidad a la empresa que el tren sea una bomba de tiempo que atraviesa zonas muy pobladas le tiene sin cuidado. La eventual tragedia sólo les preocupa porque implica una pérdida millonaria ya que las acciones bajarían ¡si se pierden vidas!

Las pelis pochocleras para hombres son profundamente machistas. Rosario Dawson es una jefa sí, pero desprovista de todo atributo femenino. Bien podrían haber puesto a Stallone en su lugar. Sólo tendrían que haber sacado el chiste final del beso. Aunque también podrían dejarlo. Con Stallone funcionaría como el chiste habitual de doble moral: homofóbico para el público tejano y homoerótico para el progresista público neoyorquino. La Dawson sólo tiene un detalle femenino: cuando entra, le trae a los hombres que comanda unas cajas con rosquillas. Cumple así con el rol que ninguna mujer debería abandonar: el de madre nutricia. Las hijas de Denzel trabajan como meseras para reunir el dinero que necesitan para ir a la universidad. La gracia es que son meseras en un bar que les exige usar remeras ajustadas que les corta la respiración y minifaldas que no dejan nada a la imaginación. ¿Denzel está preocupado? ¡No, está orgulloso! Como buen macho. Es mejor ser padre de dos minones infernales que de dos ratas de biblioteca anteojudas. ¿Acaso no debe ser la mujer otra cosa que un buen objeto sexual con propiedades de viagra? Y la esposa del galancete fibroso es una idiota porque le puso una orden de restricción que le impide estar a menos de 300 metros. No la quiso asustar ni golpear, sólo la zamarreó porque estaba celoso. Los machos somos así. La testosterona nos vuelve apasionados. Andá. Además la culpa la tuvo ella porque si le hubiera mostrado que los mensajes de texto no eran para el amigo sino para la prima, no hubiera pasado nada. Por suerte la acción heroica del muchacho musculado, convenientemente televisada, la hizo entrar en razones y ahora comprende que los hombres por ser hombres son un poco brutos.

En el viejo Hollywood, la muerte de un personaje secundario era una tragedia que volvía un poco pírrica la victoria final. La amargura por su pérdida ensombrecía el final. Hoy no. Arriesgo una interpretación temeraria. En la actualidad los yanquis se comen el sapo cotidiano de que el mayor número de bajas se debe al “fuego amigo”. En el fragor de las guerras que inventan es tan grande el histerismo en el que se sumergen que terminan matándose entre ellos. Por eso, creo, que la representación de la muerte de un personaje secundario carece de dramatismo o subrayados. Es “sólo” un daño colateral. Aunque heroica como en este caso, esa muerte no merece ningún “heroísmo”. El protagonista ensaya una pena y pronto se olvida. Y en el final al muerto no se lo recupera ni se lo lamenta. Te moriste, te jodiste y ya está. La grandeza de una nación (o de una empresa en este caso) requiere algunas inmolaciones. Menores, según la importancia que se le da en la representación.

Como se trata de una historia real (si ellos lo dicen…), los carteles finales nos informan que Denzel pudo completar su año y jubilarse con pensión completa. (Ah, las empresas parecen desalmadas, pero tienen un corazón de oro.) El galán anabólico es feliz con su mujer, (la pobre ya no se queja de los golpes, la castiga un “héroe”). Y el gordito torpe ahora trabaja en una cadena de comida rápida, el paraíso de todos los gorditos. ¿No es un poco discriminador que el único gordo de una película llena de flacos y atletas sea el que cometa el error fatal? No, es perfectamente lógico. Los flacos y los atletas por carecer de sobrepeso nunca pierden el tren.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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