domingo, 27 de junio de 2010

La carretera

El mundo finalmente se ha ido al carajo. Todo es devastación, desolación. Una incognoscible catástrofe ha tenido lugar. Los alimentos escasean. Nadie produce nada. Sólo se trata de sobrevivir. Como era de esperarse, surge lo peor de la especie humana y los más hijos de puta son los que más sobreviven y mejor. No se privan ni del canibalismo. La esperanza parece estar en la costa, hacia el sur. O no, pero al menos es un incentivo para seguir tirando. En este paisaje gris y ceniciento, un padre y un hijo de unos 10 años conservan un dejo de decencia.


La carretera es una historia de supervivencia, de aprendizaje y la crónica de una desesperada relación padre-hijo. El padre idealiza al hijo, lo diviniza. Es su manera, más que de celebrar, de conservar la vida. Él puede morir, pero el hijo debe vivir. Lo que él es o ha sido, su vida o la de cualquiera, perdurará en el hijo. Como suele suceder, sobre el final, los términos se invertirán y el hijo, al menos moralmente, conducirá al padre.


La película, más allá de sus muchas virtudes, no termina de levantar vuelo. Quizá porque como todo relato de camino es episódico. (En estos relatos no hay progresión dramática; la anécdota, un viaje, se nutre de los episodios sueltos que se van sucediendo.) O quizá porque insiste en una simbología religiosa que le da mucho lastre. (Conviene siempre que los símbolos surjan de lo que se cuenta y no que se sobreimpongan a lo narrado.)


Pero si nunca abandonamos el interés en las terribles cosas que van pasando es gracias a Viggo Mortensen. El padre que encarna conmueve a cada instante. Una gran actuación injustamente olvidada en la pompa y fasto de las premiaciones.


Se basa en una novela de Cormac McCarthy, de quien ya se llevaron al cine Espíritu Salvaje (por Billy Bob Thornton, 2000) y Sin lugar para los débiles por los hermanos Coen, 2007). McCarthy tiene una pésima opinión del género humano. No es para menos, vive en Texas.


La carretera es un film maldito por excelencia. Sus productores lo odiaron porque lo hallaron invendible. Los críticos se dividieron. El público le dio la espalda. Y le está costando la carrera a su director, el australiano John Hillcoat. Hollywood es como el caprichoso niño rico, si algo sale mal comercialmente, la culpa la tiene otro, generalmente el director. Si se estrena en cine y no pasa directo a DVD, es por la popularidad de Viggo Mortensen por estos lados. Es justo que así sea, su labor es descollante y cimentará aun más el cariño y el respeto de su público.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 20 de junio de 2010

Francia

Sepan disculpar, por mero capricho resolveré esta crónica alrededor del número 2.


Bolivia (2001) y Francia (2009) son dos películas dirigidas por Israel Adrián Caetano. Dos características las unen. 1) Ambas evocan paraísos perdidos desde sus títulos. Bolivia era la madre patria de la que se había partido por hambre para vivir en las márgenes de la pobreza en un país (la Argentina) que denigraba y excluía. Francia como el Moscú de las Tres Hermanas de Chejov es el paraíso idealizado que jamás se conocerá, la inalcanzable tierra prometida. 2) Ambas se produjeron independientemente, alejadas de las comodidades y condicionamientos de las producciones comerciales.


Dos características las distancian. 1) En Bolivia (una de las mejores películas que tuve la suerte de ver) la narración se centraba en el inmigrante, su mirada dominaba la historia. En Francia, el punto de vista, mayoritario pero no exclusivo, es el de la niña de 12 años que atestigua los vaivenes económicos y sentimentales de sus padres separados, pero obligados a vivir juntos. Y este arbitrariamente oscilante punto de vista dispersa la historia, perturba la progresión y más que sumar resta interés. 2) En Bolivia, el diseño de los personajes y el armado de las escenas eran sólidos. Los personajes eran reconocibles todos en sus grandezas y miserias. El encadenamiento de las escenas daba una cohesión dramática ejemplar y un crescendo angustiante. En Francia, salvo excepciones, los personajes son de trazo grueso, muy grueso. Las escenas están apenas esbozadas, como caídas de un guión que debió trabajarse más, mucho más. Y por momentos sobrevuela una inesperada sensación de torpeza.


Más allá de los reparos, creo que Francia es atendible por dos motivos. 1) El tangible talento de Caetano que lo lleva siempre, sin importar el género en que ancle sus historias, a rescatar la insoslayable dignidad de personajes pasados por alto. 2) Natalia Oreiro. Desconozco su trayectoria televisiva (no puedo seguir programas diarios, no tengo paciencia, la excelente Ciega a citas fue una reconfortante y saludable excepción), pero vi todas sus películas. Media un universo entre la coprotagonista de Un argentino en Nueva York (1998), que sólo ofrecía juventud y simpatía, y esta actriz hermosa, madura, sutil, dueña de nobles recursos actorales.


Consideración única, no doble. En lo personal, jamás olvidaré Francia por culpa de los minutos finales. Caetano logró conmoverme hasta los huesos con una secuencia luminosa y simple que evidencia la felicidad que podrían gozar sus personajes si se les diera una oportunidad. Doblemente conmovedora, eso sí, porque sabemos que nunca la tendrán.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 13 de junio de 2010

Kick-ass

Kick-ass de Mathew Vaughn es lo más cercano a un entretenimiento inteligente que los productores de Hollywood pueden ofrecer. (No esperen mucho tampoco, la craneoteca hollywoodense concibe el cine como una excusa para consumir pochoclos.) Se basa en una historieta como casi todo el cine de masas contemporáneo. (Y cuando no es así, hacen todo lo posible para que lo parezca.)


En un nivel superficial es una comedia paródica de las aventuras de los superhéroes. (Como cantaba Tina Turner: No necesitamos otro héroe.) En un nivel más profundo es un reflejo de lo mal de la cabeza que están los yanquis. (Hacen pasar violencia desquiciada y erotismo enfermizo como diversión provocadora.)


Un adolescente desangelado y con poca autoestima (Aaron Johnson) intenta convertirse en un superhéroe lo que le acarreará unos cuantos problemas. Conocerá a un par de aspirantes a héroes más preparados, una nena de 11 años, Hit Girl (Chloe Moretz) y su papá, Big Daddy (Nicolas Cage), quienes están entreverados en una venganza. Y como corresponde a todo “bueno”, Kick- ass se hará de un enemigo, Red Mist (Cristopher Mintz-Plasse), cuyo papá es un lord de la mafia droguera (Mark Strong) y el bicho del que Hit Girl y Big Daddy se quieren vengar.


Los primeros 50 minutos son ligeramente originales (y con buena voluntad hasta mordaces). La hora que sigue es efectiva pero más convencional (la típica parafernalia pochoclera).


La omnipresente banda sonora, si bien cae en un par de lugares comunes, es más soportable que de costumbre. (No lastima los oídos con las efectistas bobadas sonoras habituales.)


Mathew Vaughn tiene mejor hueso en la primera parte y le hinca el diente con gusto. Nicolas Cage y Mark Strong la pasan a lo grande con papeles que no les piden mucho (se agradece que hayan hecho algo más que poner la cara y cobrar el cheque). Pero la sorpresa de la velada la da Chloe Moretz, una delicia.


Si se digiere su conservadurismo retrógrado disfrazado de progresismo, su humor cínico y su sadismo coreografiado a la Kill Bill, puede entretener. (Porque más allá de las salvedades hechas, al menos esta vez no nos tratan de infradotados.)

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 6 de junio de 2010

Por tu culpa

Nada hay más profundo que lo simple visto en detalle, ni nada más revelador que una historia bien contada. Fui con ansía a ver Por tu culpa, me intrigaba la definición que de ella daban su directora y algunos críticos: un thriller doméstico. El thriller evoca siempre un ámbito mayor que lo doméstico, y el adjetivo doméstico se aviene mejor a un drama o a una comedia. Pero mis expectativas no fueron vanas, me mantuvieron en vilo hasta el último segundo.


Julieta (Érica Rivas), madre treintañera juega rudamente con sus hijos, uno de unos ocho años y otro de unos dos o tres. De a poco una duda se instala ¿por qué no puede ponerles límites? Se lo reclamarán en el teléfono tanto su madre como su marido. En un forcejeo por un triciclo, el más chico se golpea la cabeza contra el piso. Decide llevarlo a una clínica para que lo vean ¿es para tanto? Los atiende un joven pediatra que sospecha que sea un caso de violencia familiar ¿lo que ve justifica su accionar o es pura paranoia? ¿Por qué ella miente y no pone las cosas en su lugar? Julieta le pide ayuda a su madre (Marta Bianchi), una profesional demasiado apegada a sus cosas ¿por qué es así? Llegará el marido (Rubén Viani) y establecerá la autoridad que ella no pudo imponer, pero aprovechará la ocasión para pasarle a su esposa cuantas facturas impagas pueda. ¿Por qué, qué es lo que hay detrás? La denuncia sigue su curso y terminarán en una comisaría. ¿Por qué no puede aclarar ella nada, cuál es su culpa? Cuantas más preguntas se amontonan, más apasionante se vuelve la película. Muchas, casi todas, quedarán sin respuestas, pero los interrogantes nos remitirán a nosotros, a una forma de vida que damos por sentada, que nos parece natural y que oculta mucha violencia.


Anahí Berneri, directora también de las interesantísimas Un año sin amor y Encarnación, dijo: la idea era trabajar con elementos que tuvieran que ver con un thriller, con tiempos acotados, un falso culpable, para poder reflexionar acerca de la maternidad y la crianza en nuestros tiempos, de la violencia invisible en la familia, de los vínculos. Me parece que los culpables se transforman en víctimas, un doble juego. Esta madre es lo que puede, lo que sabe, y sabe y puede muy poco, y ejerce violencia con sus hijos, pero a la vez ella también la recibe, sin contención alguna. Mi idea era mostrar en estos personajes cierta fragilidad, porque ninguno de ellos está obrando mal según sus convicciones, sino todo lo contrario, porque creen que están haciendo lo mejor que pueden hacer.


A confesión de partes, sólo queda sentenciar que es una película lograda, tensa, angustiante, atrapante y conmocionante. Érica Rivas concreta una actuación consagratoria que la pone entre las mejores actrices de su generación y no es un mérito menor trabajar con una cámara intrusiva que le está siempre encima (la película se cuenta desde el punto de vista de su personaje y la cámara parece treparse todo el tiempo a su figura y a sus sentimientos). A Marta Bianchi le bastan dos conversacioncitas en off en el teléfono y una brevísima aparición para dibujar con nitidez su personaje. Osmar Núñez (un médico) y Carlos Portaluppi (el comisario) están muy bien. Y el trabajo que hicieron con los chicos, Zenón y Nicasio Galán, es impecable.


Una experiencia inolvidable que ratifica el enorme talento de algunos de nuestros cineastas.

Un abrazo,
Gustavo Monteros