domingo, 17 de octubre de 2010

El ocaso de un asesino

Pobre George Clooney, produjo una película para su lucimiento que se define mejor por lo que no es. No es un thriller, aunque haya tiros, una mínima intriga y un módico suspenso. Tampoco es una indagación sobre la imposibilidad de la redención, aunque haya coqueteos metafísicos, una mínima angustia existencial y un módico simbolismo vergonzantemente obvio. Pues entonces ¿qué es? Veamos si podemos dilucidarlo.


El bueno de George, carismático y glamoroso como siempre, arranca como nada bueno. Es un asesino profesional, frío y despiadado. O sea que en el folklore cinematográfico básico es un malo típico. El siempre bueno de George, ahora en plan de malo de película, debe bajar su perfil y se refugia en la Bella Italia, más precisamente en Castel del Monte, un pintoresco pueblito de los Abruzzos. Se hace pasar por fotógrafo mientras le prepara un arma de largo alcance a Mathilde (Thekla Reuten), otra asesina fría y despiadada, con quien sostiene una relación en la que se mezclan por igual el deseo y la desconfianza. El malo de George anda con ganas de ser bueno, y por esos andurriales de los argumentos se relaciona con el cura del lugar, que se apellida Benedetto, pero que no es pariente de Leonor. Y se enreda también, primero carnal y luego sentimentalmente, con Clara, una prostituta. Que el padre Benedetto (Paolo Bonacelli) sea un curita amigo de los placeres de la cama y de la mesa y que Clara la putita (Violante Placido, sí, es hija de Michele) tenga, perdón por la falta de delicadeza, unas tetas tan grandes como las ganas de casarse no es casual, es puro cliché. Nótese además la significancia, un tanto redundante, que cobran los nombres y apellidos elegidos para estos personajes: Benedetto y Clara. Y volviendo a la escuálida intriga del sicario atado a su pasado, ayuda poco que las traiciones se vean venir a cuatro cuadras de distancia.


Lo más difícil de aceptar es el eje de la trama: el cambio de George de asesino a sueldo a proyecto de marido burgués. Sí, ya sé, hay jurisprudencia al respecto. En más de una veintena de películas, los asesinos dejaron de serlo, pero aquí hay una falsedad, una impostura irremontables.


El director Anton Corbijn, un reputado fotógrafo holandés, juega con el western metafísico y con un declarado homenaje al cine de Sergio Leone (en una escena hasta se ve en un televisor a Henry Fonda en Érase una vez en América), pero le falta pólvora y se queda en la tarjeta postal. En definitiva más que un thriller filosófico es una telenovela solapada de dudoso cuño.


Esta película no debería calificarse como Apta para todo público o como Inconveniente para menores sino como Sólo apta para admiradoras y admiradores de George Clooney. El hombre conserva su atractivo y se lo ve en el 98% del film. Para esa franja etaria, su magnetismo bastará para sortear todas las cosas que esta película no es.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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