domingo, 1 de agosto de 2010

El origen

Desde el principio de los tiempos, el universo de los sueños ha desvelado a más de un creador. Freud escribió sobre ellos un tratado famoso. Shakespeare y Garcilaso armaron con ellos metáforas irrepetibles. Calderón escribió una de las obras capitales del teatro mundial con una definición como título: La vida es sueño. Y Borges entretuvo al mundo con la ilustración de la idea de que quizá seamos el sueño de alguien.


Demás está decir que la plástica y el cine, por su visualidad eminente, se han aventurado en el mundo onírico incontables veces.


Christopher Nolan se suma a la tradición con un thriller de ciencia ficción, visualmente saludable, pero intelectualmente anémico. Leonardo Di Caprio lidera una banda de especialistas en meterse en los sueños de empresarios para robarles secretos. En la primera misión que vemos, algo sale mal y el contratista (el gran Ken Watanabe) los obliga a ir más allá: quiere que implanten una idea en la mente de alguien.


Nolan, que desde Memento tiene el complejito de ser el más inteligente de la clase, se pone a estratificar varios niveles en su historia, lo que podría ser muy interesante si no resolviera el trámite con persecuciones, tiroteos y explosiones que en el fondo no interesan porque el enigma pasa por otro lado, pero que están puestas para regocijo del deglutidor de maíz inflado. Todo al son de una de las partituras más insoportables, estilo musiquita de juego de computadora, que se recuerden. (Jubilate, Hans Zimmer, ya)


A Nolan le encantan los efectos especiales y tiene talento para la imaginería visual, combinación que fructifica mayormente bien durante los 148 minutos que dura la película. Duración que no se siente demasiado porque el hombre tiene ritmo y sabe contar. Pero le da tantas vueltas al ovillo y los actores están obligados a vociferar tantas explicaciones que uno comienza a sospechar de la supuesta multiplicidad de lecturas y termina comprendiendo que la idea central es elemental y bastante pobretona. Para colmo, Nolan insiste en su tendencia a tomarse a sí mismo muy en serio y el tono dominante es solemne, pedante e “importantoso”. Lo que no quita que entretenga y hasta por momentos seduzca. (En lo personal, disfruté la escena en la que homenajea al Fred Astaire que caminaba por las paredes en Boda real de Stanley Donen)


Di Caprio, quien en la adultez busca sin suerte papeles que le reverdezcan los laureles ganados en su niñez y adolescencia, vuelve a estar lacerado por la culpa como en su film anterior, La isla siniestra de Martin Scorsese. Joseph Gordon-Levitt, Ellen Page, Tom Hardy, Dileep Rao, como los integrantes de la banda, hacen lo posible por pasarla bien. Cillian Murphy, Tom Berenger y Pete Postlethwaite están en la trama de la idea implantada y se ganan el mango con honestidad. Lukas Haas hace un papelito. Ken Watanabe y Michael Caine revisten a sus personajes con algo parecido a una vida. Y la sencillamente maravillosa y apabullante Marion Cotillard, en un personaje que en los términos del cuento no es en rigor un personaje si no una proyección de la mente de Di Caprio, justifica por sí sola la visión de la película. El afiche bien podría resumir así el film: un concepto, acción, efectos especiales, pochoclos y Marion Cotillard.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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