domingo, 28 de febrero de 2010

Un hombre serio

Me da miedo hablar de Un hombre serio. En mi insignificante opinión es uno de los mejores films del 2009. El guión está tan perfectamente armado que roza la impecabilidad. La puesta en escena, el montaje visual y sonoro bordean lo paradigmático. Desde el último extra al primer actor, todos actúan maravillosamente. Sin embargo no enamora a todos. A los que les pasé el link (hasta hace poco se veía nítidamente on line), me recriminaban: qué fue lo que te gustó. Sé que en el entretenimiento la divergencia es la norma: no a todos nos gusta, nos emociona, nos divierte lo mismo. Pero me encaraban como si de repente hubiera enloquecido. Daba las explicaciones requeridas, que no satisfacían, pero que al menos evidenciaban una supuesta sanidad mental. Quizá se trata de una comedia demasiado intelectual u oscura, pero es altamente satisfactoria si se atienden sus detalles.


La historia sucede en un suburbio del Medio Oeste norteamericano, a fines de los años 60. Y cuenta con un prólogo hablado en idish que transcurre en un poblado polaco en algún momento del siglo XIX.


Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física que cree llevar una vida ordenada, integrada, pero lentamente su mundo comienza a desmoronarse. Su mujer está a punto de dejarlo por otro hombre, su hijo fuma marihuana, su hija vive para lavarse el pelo, su hermano le traerá más de un dolor de cabeza, un alumno tratará de sobornarlo y alguien está mandando anónimos que ponen en peligro su carrera profesional. Desesperado, le pedirá consejo a tres rabinos.


¿Están los Coen reformulando la historia de Job, poniéndose ellos en el rol de Dios? Quizá. Lo que sin duda hacen es una reflexión sobre los designios divinos, la certeza de la incertidumbre y la angustia ante lo incomprensible.


El film se abre con la cita "Acepta con sencillez todo lo que te suceda" y se cierra con un chiste: "Ningún judío fue lastimado durante la realización de esta película".Es una película maravillosa, desconcertante, agridulce. Y no es un placer menor escuchar el conmovedor y bellísimo “Der milner trern” (Las lágrimas del molinero), un lieder en idish de Mark Warshavsky cantado por Sidor Belarsky. http://www.youtube.com/watch?v=enwcwzvPrp4

Un abrazo,
Gustavo Monteros

sábado, 27 de febrero de 2010

Al filo de la oscuridad

Tras ocho años sin protagonizar una película y después de cinco años de no estar frente a una cámara, Mel Gibson regresa a la actuación. Ya se sabe, el narcisismo y la coquetería no les son ajenos a las estrellas de cine. Mel Gibson los evidencia por el opuesto de lo que es habitual. A los 54 se esfuerza por no aparentar un años menos de los 79, y con un corte de pelo no muy sentador procura que sobresalgan sus feas orejas y que se le note que se volaron algunas chapas. Sus ojos siguen siendo claros y su carisma está intacto.


Vuelve en un atendible thriller. Thomas Craven (Gibson), un detective de la policía de Boston, recibe la visita de la hija (Bojana Novakovic), a quien matan. En un comienzo se piensa que el disparo estaba dirigido a él, pero no. La trama, basada en una miniserie de la televisión británica de 1985, mezcla astutamente el tema del padre vengador de los viejos westerns con las trapisondas de las corporaciones, tan presentes en los films de los setenta.


Martin Campbell, quien estuviera a cargo de la miniserie original, es un buen director de películas de acción (Goldeneye, Casino Royale, la saga de El Zorro con Antonio Banderas, entre otras). Conduce con seguridad y elocuencia un material que conoce de primera mano y evita (¡Dios lo bendiga!) los desquicios berretas de los thrillers pochocleros. Entrega un film adulto, entretenido y hasta por momentos reflexivo.


Mel Gibson redondea una actuación sentida y medida. Conmueve con su cara esculpida por profundas arrugas y se permite algunos lujos actorales como en la escena posterior a la muerte de la hija. La cámara lo toma de espalda, sentado en un sofá, toda la actitud corporal es de entrega a una pena infinita. Sin embargo cuando la cámara gira para tomarlo de frente, su rostro refleja que la furia pelea con el dolor y gana. Detalle magistral de actor que no ha transitado al pedo por tantos protagónicos.


El gran Danny Huston vuelve a lucirse. Aunque revela más que oculta cosas, porque a menos que haga de Orson Wells, sabemos que es el villano de turno. Pero es imposible prescindir de él si se quiere algo más que un malo de historieta.


Ray Winstone está perfecto en el papel que Robert DeNiro dejó después de algunos días en el set por diferencias creativas con Martin Campbell. Sin ser injusto con Winstone, es una pena que DeNiro no esté. Gibson y DeNiro tienen en común una manera muy “masculina” de atacar los roles, y verlos juntos hubiera sido un placer adicional.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

viernes, 26 de febrero de 2010

El imaginario mundo del doctor Parnassus

Terry Gillian es un maestro de la magnificencia visual, lo que requiere independencia creativa y abultados presupuestos. Condiciones de trabajo que los productores no siempre están dispuestos a otorgar. Encima el hombre no siempre ha tenido suerte o ha concebido obras rendidoras. De lo primero da prueba el malogrado rodaje de Don Quijote; se le inundó el set y al actor protagónico, Jean Rochefort, se le desató una hernia de disco. De lo segundo, Tideland (Tierra de pesadillas) o Los hermanos Grimm dan evidencias contundentes.


El imaginario mundo del doctor Parnassus quizá pase a ejemplificar ambas tendencias a la desgracia. El proyecto sólo se viabilizó porque Heath Ledger, en la cumbre de su popularidad, hacía el protagónico. Y el pobre no va y se muere a apenas un mes de iniciada la filmación. Gillian desesperaba y a su rescate acudieron amigos comunes de él y de Ledger. No amigos de la calle, sino unos que de casualidad se llaman Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell y que por suerte tienen algo de injerencia en el mundo del cine.


Como en Las aventuras del Baron Munchausen, hay unos cómicos de la legua en un encantador carromato. Están presididos por el doctor Parnassus (Christopher Plummer), eterno como los laureles. El problema es que a cambio de la inmortalidad ya concedida, el diablo (Tom Waits) le exige que entregue su hija (Lily Cole), ni bien llegue ésta a la mayoría de edad, lo que ocurrirá en un par de días. Pero como el diablo es un apostador inveterado le ofrecerá alternativas superadoras, para las cuales contará con la ayuda o el impedimento de Tony (Ledger, Law, Depp, Farrell).


La anécdota es mayormente coherente y se sigue mayormente con facilidad. El problema es que nunca sabremos para qué corno se nos cuenta la historia, qué carajo persigue, por qué diablos (con perdón de Tom Waits) debemos interesarnos en ella.


El misterio permanecerá irresoluto, pero dos cosas harán llevadera la aventura. La curiosidad que despiertan los actores y el operístico capricho visual. Lo de Ledger mucho no puede juzgarse, queda como el esbozo de una actuación que iba en buen camino. A Depp y a Farrell les va mejor que a Law. Les tocó interpretar aspectos más definidos. Lily Cole tiene una hermosa cara con forma de corazón que parece manipulada digitalmente. Christopher Plummer es un maestro que nunca termina de recibir la reverencia, los premios y el respeto que se merece. Tom Waits y Verne Troyer (el Mini Me de Austin Powers) cumplen con lo que se espera de ellos. Andrew Garfield (el alumno de Robert Redford en Leones por corderos) se hace notar, lo que en el contexto no es poco.


Los adelantos técnicos visuales parecerían de antemano una bendición para Gillian. Sin embargo terminan siendo su perdición. Al poder hacer lo que se le ocurre a menor costo, no elige y sigue todos los dictados de su imaginación; lo cual estaría muy bien si no resintiera el sentido de la historia. Pero, aunque erráticos, sus caprichos visuales son siempre deslumbrantes.

Terry Gillian, el ex Monty Python, como nos diera Brazil, Pescador de ilusiones o 12 monos, se ganó nuestra paciencia y consideración. Además, seamos sinceros, puede que se desbande, pero nunca aburre.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 21 de febrero de 2010

Desde mi cielo

Desde mi cielo se basa en la novela The lovely bones de Alice Sebold, no traducida ni distribuida en la Argentina. Según se dice, fue una novela muy popular y querida en los Estados Unidos. Lo creo. Pero después de ver la película, no me dieron ganas de leerla.


Durante años se la consideró una novela infilmable. Lo creo. Después de ver la película, considero que sigue siendo infilmable.


La trama tiene un punto de partida de lo más escabroso. Suzie Salmon, una nena de 14 años es violada y asesinada por un vecino asesino serial. Este hecho, por suerte, no se ve en la película. Suzie nos narra la historia desde su “cielo”, un lugar intermedio entre el Paraíso y la Tierra. Y más allá del tenebroso comienzo, todo es mayormente luminoso.


La disparidad de elementos que se manejan es notoria. Principalmente hay una historia policial, el drama de la pérdida y un costado metafísico. Cada uno de esos aspectos tiene bifurcaciones.


Peter Jackson (Criaturas celestiales, Muertos de miedo, la trilogía de El señor de los anillos, King Kong) parecía el indicado para hallar una unidad estilística que le diera cohesión a la historia. Parecía. Es ampliamente derrotado por todos y cada uno de los componentes. Como es un hombre talentoso, la derrota no es por goleada. Verla no da vergüenza ajena, pero tampoco place o gratifica.


El elenco de notables (Rachel Weisz, Mark Wahlberg, Stanley Tucci, Susan Sarandon, Michael Imperioli, Saoirse Ronan) luce perdido, desdibujado. Pobres, están todo el tiempo cerca de dar la peor actuación de sus carreras. (Cuando un director no sabe lo que quiere, los actores quedan a la deriva.) La nominación de Stanley Tucci para el Oscar como mejor actor de reparto ratifica que los premios son en el fondo una lotería. Sabrá Dios que azarosos vericuetos matemáticos le concedieron la nominación por una actuación que cualquiera con gusto borraría del currículum.


Lisa y llanamente, es mala, pero no llega a ser pésima, lo que por algún lado podría hacerla un poco más interesante. Eso sí, que un director de la experiencia y creatividad de Peter Jackson meta la pata de este modo me da ternura, y lo hace más entrañable. Espero con ansia su próximo film porque sé que hará lo imposible por superar esta bazofia.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

Los hombres que no amaban a las mujeres

Llevar al cine una novela leída y amada por muchos siempre trae problemas. Los que la leyeron pueden sentirse traicionados por una adaptación que desdeña lo que amaron. Los que no la leyeron pueden sentir que hicieron bien en no perder el tiempo con esa bobada, porque se quedan sin percibir la textura y la sugerencia que da la lectura.


Los hombres que no amaban a las mujeres de Stieg Larsson es la primera novela de su trilogía Millennium. Un apasionante ladrillo de 600 y tantas páginas que provoca una enfebrecida lectura. La trama, los personajes, las subtramas, los escenarios son ricos, jugosos, deleitosos.


Cuando compré el libro, la vendedora me preguntó si era para mí. Al contestarle que sí, me dijo: “Qué suerte, no sabe todavía la diversión que le espera, yo no podía dejarlo, me pasé tres noches casi sin dormir, me moría por saber qué pasaba”. Tenía toda la razón. De puro hedonista, estiré el placer casi una semana. La vendedora acertó también en que volvería por los otros dos volúmenes de la trilogía.


Al ser sueca la versión cinematográfica, como la novela, alenté la esperanza de que fuera buena. Me equivoqué. No es un bodrio propiamente dicho, pero se le parece bastante. Es un film correcto que privilegia la anécdota policial, pero deja afuera subtramas, personajes y relaciones que me parecen fundamentales. El thriller pelado queda desprovisto de entidad y sustancia. Si bien no aburre, le deja la sensación a los que no leyeron la novela, que los que la leímos somos ingenuos y hacemos bulla por una pavada.


Pero la principal decepción es la actriz elegida para protagonizarla. Se habla de Lisbeth Salander como el primer personaje ficcional importante del siglo XXI. Es una hacker menudita de 22 años, llena de tatuajes y piercings, que parece una adolescente de 15 años. La actriz, Noomi Rapace, es una mujer de 30 años, sólida y saludable, que con maquillaje a lo sumo simula 25 años. No juzgo su talento, porque desde el primer segundo que apareció en escena, para mí no era Lisbeth Salander.
Los yanquis amenazan con hacer su versión. Tienen la posibilidad de hacer algo mejor. Espero que no la desaprovechen. Casi seguro, me equivocaré otra vez.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 14 de febrero de 2010

Preciosa

El nombre es irónico. Si Pampita o Michelle Pfeiffer son el modelo de belleza indiscutido, Precious, aunque agradable y atractiva a su modo, dista mucho de ser "Preciosa". Carga además con un sobrepeso notable. Pero su supuesta fealdad o su verificable peso no son el problema principal, porque Precious tampoco es valorada "preciosa" por su familia. La pobre está sonada, fregada, jodida, cagada a más no poder. Papá y mamá la someten a vejaciones, abusos y humillaciones que demolerían al más pintado. Por suerte Precious tiene su rinconcito privado, unas fantasías tan pedorras que dan pena, sin embargo a ella le sirven para ir tirando. Tiene sólo 16 años y ha padecido más martirios que un par de santos en sus largas vidas.


Como no se puede apagar el fulgor de nadie a menos que se lo mate y el asesinato no figura entre los planes inmediatos de su familia, Precious sobrevivirá. Conocerla no es fácil. Intuirla es menos complicado. Lo que se intuye alcanza para querer darle una mano. La ayuda vendrá, y esto es quizá lo más conmovedor de la película, no de una manera espectacular, al estilo de los viejos deus-ex-machina que lo solucionaban todo. No, le brindarán sólo una mano, ella tendrá que poner el resto.


Precious es una inolvidable historia de redención. Lee Daniels cuenta con astucia y tiene un as en la manga, dos actrices capaces de conmover a los cactus. Gabourey Sidibe es Precious, una grande y no sólo de tamaño. Mo'Nique es la madre. No sé qué hará de ahora en más, qué papeles le tocarán en suerte, pero su actuación en esta película marca un antes y un después en mi carrera de espectador cinematográfico.


Sorprenden también una repentinamente talentosa Mariah Carey, un simpático Lenny Kravitz y la bella Paula Patton.


Por más dura, conmocionante o desgarradora que sea, debe verse. Aunque más no sea para reconocer a las Preciosas que nos rodean y darles una mano. O dos.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 7 de febrero de 2010

Enseñanza de vida

En un momento, la joven Jenny (Carey Mulligan) hace la pregunta del millón: ¿para qué sirve la educación? Los adolescentes siempre resienten el tener que aprender y nos echan en cara las obligaciones que provoca y concluyen que para nada, porque sus padres y sus docentes no son más ricos ni más felices por ella. A lo largo de mi vida docente he ensayado cientos de respuestas posibles. Ninguna satisfizo nunca a nadie. Quizá porque la respuesta debe ser encontrada por uno mismo. Doy fe que se la encuentra, la hallé yo, y muchos de los que fueron mis alumnos así me lo confesaron.


Enseñanza de vida de Lone Scherfig transcurre en Inglaterra a comienzos de los años sesenta. La educación de Jenny, como la de todo escolar, transcurre en tres ámbitos: en el hogar con sus padres (Alfred Molina y Cara Seymour); en la escuela con sus compañeras, la docente que cree en ella (Olivia Williams), la directora rígida y discriminadora (Emma Thompson) y la decisiva: el ámbito personal. Allí orbitarán un hombre de unos treinta años, David (Peter Sarsgaard) y sus amigos Danny (Dominic Cooper) y Helen (Rosamund Pike).


Jenny se aplica porque quiere entrar a Oxford, pero conocerá a David a quien tomará por el colmo de la sofisticación, la riqueza y la elegancia. David la apartará de su camino a la universidad, seducirá a Jenny y su familia y deparará unas cuantas sorpresas.


El film se basa en una historia real. Jenny hallará su camino y todos los personajes, menos David, quizá, aprenderán algo que no sabían. La excelencia brilla por todos lados, en el guión que firma el novelista Nick Hornby sobre las memorias de Lynn Barber, en la recreación de época, en el impecable elenco que cuenta con el apabullante debut de Carey Mulligan. La nena es un prodigio de frescura, carisma y sabiduría escénica.


Me gustó muchísimo. Disfruté cada segundo. Y no sólo porque sea un alumno de la vida reprobado e impenitente.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

sábado, 6 de febrero de 2010

Vivir al límite

“El ímpetu de la batalla es a menudo una adicción potente y letal, porque la guerra es una droga” dice la cita con la que se abre la película, que de allí en más se pondrá a ilustrarla. Seguiremos a una unidad cuya misión es desarmar bombas en Bagdad. La componen James (Jeremy Renner), Sanborn (Anthony Mackie) y Eldridge (Brian Geraghty). Para sus superiores James es un héroe (desarmó 800 y tantas bombas), para sus compañeros cuyo mayor empeño es sobrevivir James es un adicto al peligro del que hay que cuidarse. La película es una sucesión angustiosa de desarme de bombas, la siguiente más peligrosa que la anterior. No hay una trama ni desarrollo de personajes en el sentido tradicional. Vemos a especialistas hacer su trabajo.


El estilo elegido es de falso documental que está tan de moda, mucha cámara en mano, mucho plano subjetivo, mucho montaje descuidado, como de emergencia.
Al no verse flamear mucha bandera yanqui, se dijo que la película era apolítica. Un disparate, no existe lo "apolítico" y menos en una película de guerra. Si bien esta vez no nos taladran el cerebro con metáforas obvias o discursos altisonantes, queda más que claro de qué lado están puestas las simpatías: de la de los yanquis, of course.


Aparecerán los tópicos habituales de las películas bélicas: el compañerismo ante el peligro, el homoerotismo en los descansos de la contienda, el suspenso de no saber a quién matarán primero y el enaltecimiento del héroe (medio bobo en este caso porque el sargento James no es ni lúcido ni inspirador, como queda claro en el final, sólo es un adicto). Nobleza obliga, creo que se impone hacer una distinción. Los tópicos son los elementos que hacen a un género: un detective, un crimen, etc. en un policial; soldados, tanques, etc. en un film bélico. Y hablamos de lugares comunes cuando esos tópicos son tratados de un modo que ya vimos millones de veces antes. Aquí lugares comunes no hay, sólo los elementos habituales que definen al género.


Kathryn Bigelow narra con precisión y sabe cómo crear suspenso. Tiene garra, nervio, elocuencia y un gran sentido del espectáculo. Pero debo hacer una confesión, esta reseña es tendenciosa. Más allá de las buenas intenciones y los logros exhibidos, sospecho que la película no es sino una nueva instancia de lavar culpas y justificarse. Los yanquis son una banda de ladrones hipócritas, autoerigidos árbitros mundiales, que disfrazan su rapacidad con altisonantes ideales huecos.


El film puede ser buenísimo, pero en mi limitada y reductible opinión, como no denuncia que la guerra que llevan a cabo es injustificable, es moral y éticamente inválido.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

viernes, 5 de febrero de 2010

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal

Pasó con la dos, pasó con la tres y claro tenía que pasar con la cuatro. Hablo de la saga de Indiana Jones. Ante cada nueva entrega, los críticos se quejaron de que era una nueva decepción, una nueva traición al personaje que encontró el arca de la Alianza, una nueva oportunidad perdida de reencontrarse con el humor derivado de los viejos seriales de aventuras. Perfecto, una defensa encendida de los valores de la entrega iniciática (Los cazadores del arca perdida). Ahora bien, ¿cómo trataron a ese primer capítulo? Mal, como corresponde. Como a una instancia banal y efectiva de un entretenimiento intrascendente.


A la semana los críticos estaban más o menos arrepentidos de haber agotado sus ingeniosidades perversas en algo tan querible y disfrutable. Más o menos, porque nadie había tomado muy en serio sus críticas, porque las películas eran un éxito y el público las guardaría siempre en su corazón. Pero ellos no lo pudieron evitar y no lo podrían evitar la próxima vez que Indiana se calzara su sombrero. ¿Por qué? Y ¿para qué sirve una crítica de todos modos?


Una crítica sirve o debería servir para separar la paja del trigo. Para informar y orientar a los lectores, para decirles esta película merece verse por tal o cual cosa, o con ésta no vale la pena perder el tiempo, o sí, pero sepa que tiene tal o cual inconveniente. El problema es que en algún momento los críticos comienzan a creerse árbitros del gusto de los demás, iniciadores de tendencias, dictadores irrefutables, dueños de la Razón y de la Verdad. Entonces dejan de informar o analizar y comienzan a adoctrinar, a predicar, a patotear. El ego, la vanidad y la soberbia los vuelve estúpidos. Creen que están a la misma altura o incluso por encima del creador. Craso error, el peor director del mundo, equivocado hasta la masmédula hizo algo. Lo escribió, peleó con su material, lo llevo a cabo. Donde no había nada, ahora hay algo. Puede ser pésimo, pero hay algo. Una obviedad: un crítico no crea, habla sobre lo que otro concibió. Pensar de otro modo es como creerse un chef porque se ha abierto una lata de duraznos y se le agregó dulce de leche.


Y perdón, la verdad sea dicha, la estupidización del crítico es acompañada o permitida por la estupidización del público que lo lee, que cree a pie juntillas lo que fulano escribió o dijo, que lo repite como una verdad revelada y nunca comprueba por cuenta propia la certeza o el acierto de lo leído.


Hay que discutirlo todo. Hay que comprobarlo todo. No hay que dar nada por sentado. No hay que repetir lo que quieren que repitamos, no hay que pensar lo que quieren que pensemos. Rechacemos por principio todo lo que se nos diga. Aceptémoslo o neguémoslo, sólo después de haberlo analizado. Pensemos al fin por nuestra cuenta.


Perdón si me vuelvo estúpido y caigo en el error que denuesto y me pongo a predicar desde el púlpito de mi computadora. Pero en algún momento tenía que enunciarla, modesta y obvia es mi verdad, la que llegué a acuñar en este rincón del barrio del mundo en que me tocó vivir.


Es que aunque me descuide y caiga en ellas, la estupidez y la necedad me sublevan. Aun en algo tan chiquito como la crítica a una película. Aunque quizá la sublevación no sea tan mínima, si no acepto la estupidez y la necedad en lo mínimo, tampoco las aceptaré en lo máximo.


Pero no nos desviemos y volvamos al tema en cuestión. Si les hubiera llevado el apunte a los algunos críticos (otros tuvieron el tino de celebrarlas en su auténtica valía) jamás hubiera visto una película de Indiana Jones. Me hubiera perdido una de las narraciones más entretenidas y divertidas de la historia del cine.


¿Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal es mejor o peor que las anteriores? No lo sé. Es algo muy personal, algunos preferirán la dos, la uno o la cuatro. ¿Está a la altura de las anteriores? Sí. Spielberg y Harrison Ford no hubieran permitido que fuera de otro modo. ¿Son todos los gags igual de logrados? No. Pero ¿en qué película lo son? En ninguna. La eficacia de un gag no se mide tanto por la carcajada que despierta, eso incluso es hasta cultural. Hay sociedades que se ríen de esto y no de aquello y hay sociedades que viceversa. La eficacia de un gag se mide en si me da o no vergüenza ajena. Si no me rio con un gag, pero sí me sonrío, está logrado. Si pongo cara de “¡Por Dios!” y me avergüenzo de estar viéndolo no está logrado. ¿Me pasa esto con algún gag de esta película? ¡No!


Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal se exhibió por primera vez en Cannes, en una función al mediodía. La sala estaba llena de críticos. Spielberg la presentaría. Spielberg, que tenía que entrar por el escenario, entró por la platea. ¿Y cómo se comportaron estos críticos que jamás redondearon una crítica amable o elogiosa para con una película de Spielberg? Como un grupo de adolescentes desesperadas ante un ídolo pop. Gritaban, procuraban llamar su atención para sacarle una foto con sus celulares, los que estaban lejos del pasillo se trepaban a las butacas, los de la pulman aullaban epítetos cariñosos. El cronista de The Guardian de Londres confesó que nunca imaginó que hombres grandes y circunspectos iban a perder la chaveta de ese modo. Y como el pandemonio era general y nadie iba a sonrojarse luego, él también la perdió. ¿La reacción era ilógica? No, nadie nos regaló tantas horas de buen cine como Spielberg. Cada época tiene sus narradores, a nosotros nos tocó él y nunca nos defraudó. Puede que se haya equivocado un par de veces (1941, Siempre), pero es humano.


¿Qué hicieron estos privilegiados señores que tenían la ventaja de ver antes que nadie la película? Ni bien terminó, se quedaron en su asiento para escribir una vez más en sus mini computadoras que una nueva traición a la saga se había perpetrado. Acallada la emoción le hacían pagar a Spielberg el que les devolviera la ingenuidad de la infancia. En privado se reían y se permitían ser adolescentes fanáticas del ídolo, en público se calzaban la máscara de adustos señorones celosos de su exigencia y “objetividad”. Una nueva traición a la sinceridad se había perpetrado.


El lunes 8 de febrero a las 22hs, Cinecanal estrena Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Si no la vieron, no se la pierdan. En lo personal siempre le agradeceré a Steven que le haya pagado a Cate Blanchett todos los dólares que pidió. Su villana es lo más divertido que haya visto en mucho tiempo, y está muy hermosa de morocha y con ese corte de pelo. Y Harrison, para la gloria del cine, siempre será Harrison Indiana Ford. A mí me mató el gag de la heladera. Una película tan gozosa como todas y cada una de las anteriores. Un placer, una delicia, una dicha. Reaccionar como los críticos del preestreno o disfrutarla a pata ancha es una decisión que deben tomar ustedes.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

La repiten el domingo 14 a las 22hs, el viernes 19 a las 19:45 y el sábado 27 también a las 19:45. Las funciones del 14, del 19 y del 27, están precedidas por las tres anteriores. Para darse una panzada y tararear el tema de John Williams el resto de la semana.