viernes, 8 de enero de 2010

Avatar

Cuando le dieron el Óscar por Titanic, James Cameron imitando al personaje de Di Caprio, dijo “Soy el rey del mundo.” No sé si tanto. Pero sin duda es el rey del cine pochoclero. Su influencia es notoria, sus "tanques" abren surcos que después la industria cinematográfica sigue a pie juntillas. Al hombre no le falta talento, sabe contar historias seductoramente, arma puestas en escena elocuentes y construye alguna que otra imagen sugerente. Pero me cuesta tomarlo en serio.


El cinismo no determina mi cautela sino la experiencia de haberme tragado muchos sapos. No desconfío de la popularidad cuando es el resultado natural de lo que se cuenta, pero cuando la ambición de vender entradas a mansalva se privilegia por sobre lo que se cuenta, me saltan todas las alarmas. Para dar ejemplos vernáculos, es la diferencia que va del cine de Campanella al de Gerardo Sofovich. La que va del compromiso con lo que se cuenta y la esperanza de obtener repercusión a la del cálculo de armar cosas seguras y la especulación de poner lo que está probado y gusta.


Salvo Terminator 1 y Mentiras verdaderas, a Cameron las historias le salen remanidas. Avatar no es la excepción. A esta historia la hemos visto 700.000 veces en otras tantas películas.


Un crítico entusiasta, que debe ser muy joven, decía que no se trataba de lugares comunes sino de arquetipos que se entroncaban en el mito. El análisis le cerraba y le quedaba bonito. Podemos también aplicar la teoría lacaniana a una vieja película de Enrique Carreras, la especulación puede quedarnos preciosa, pero no por eso Mi marido hoy duerme en casa será más relevante y profunda.


No ahondaré en el argumento, está perfectamente resumido en la "cola" que se ve por todas partes.


Me detendré en cambio en las contradicciones, que no son las de Cameron sino las de la sociedad yanqui.


La película es antibébica, hace un obvio tiro por elevación a la guerra de Irak que dice que está mal pero muy mal. Todo muy bonito, pero la película está pagada por Fox, estudio presidido por el Sr. Rupert Murdoch, prohombre de la derecha yanqui ultraconservadora. Claro, al Sr. Murdoch le importa un comino que el film ataque lo que él sostiene, siempre y cuando le dé mucho dinero…


El film es muy ecológico, pero para ejemplificar cómo defender a este planeta, crea un planeta virtual que vale 250 millones de dólares.


Tiene también un mensaje anti tecnología, emitido por medio de la tecnología más avanzada del mercado.


Está en contra del imperialismo, pero por patotería de distribución se obliga su exhibición en todas las pantallas del planeta.


Se opone al capitalismo, celebrando el triunfo del capitalismo a través de su inmenso éxito. Los yanquis son así, si su patrioterismo vende, te venden la banderita de rayas y estrellas a más no poder. Y si lo que vende es rasgarse las vestiduras por los errores y los excesos de su patrioterismo, te venden su arrepentimiento. Su sentido moral es cuanto menos cuádruple. Como dice la canción de Chicago: A la gilada dale circo, dale un lindo show.


Todo este revival de ideología hippona-sesentista está expresada en términos tan elementales que ofenderían a un chico de pre escolar.


Se la presenta como la película que cambiará nuestra manera de ver el cine. Márketing puro, Cameron gasta tanta plata que a sus films se los promociona siempre exageradamente. Muchos temen que gracias a los adelantos técnicos con el tiempo se prescinda de los actores. No, por más que estos muppets azules (actores manipulados digitalmente) sean más expresivos que unos cuantos actores y actrices de carne y hueso que son como estatuas con tétano, jamás podremos prescindir de Jim Carrey, Goldie Hawn o quienquiera que sea su comediante favorito. Los muñequitos "recrean" bien a los seres humanos, pero no son humanos.


En resumen, es bella, deslumbrante, entretenida, pero también pueril, zonza, cursi.


Si James Cameron es el rey, no me queda más remedio que ser su súbdito. Lo que nunca seré es su cortesano. Es un gran vendedor de ilusiones, pero de ahí a considerarlo un genio o llamarlo maestro, por favor, seamos serios.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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