viernes, 29 de mayo de 2009

No habrá más penas ni olvido

Prefiero las librerías de viejo a las que venden libros nuevos. En las librerías comunes no hay magia. Uno halla lo que se publica hoy y se publicita en las páginas literarias de los diarios. Las librerías de viejo, en cambio, son misteriosas, azarosas, sorprendentes. Uno se para ante las bateas y no sabe qué libro aparecerá detrás del que estamos barajando. Uno puede encontrar el libro aquel que leyó, amó y perdió, en la misma edición que uno tuvo. O aquel libro que uno siempre quiso leer y dejó pasar y que hoy está fuera de imprenta. O mejor aún, aquel libro que uno desconocía que existiera o del que hay una fugaz mención en un doblez de la memoria.

Internet, a veces, se parece a una librería de viejo. Uno de mis tesoros es un portal turco con links para bajar películas. Los títulos, por suerte, están en inglés. Como casi en todos lados están los estrenos, pero también films antidiluvianos. Entré buscando La millonaria, la vieja película sobre la obra de Bernard Shaw con Sophia Loren y Peter Sellers. Quería compararla con una puesta del National Theatre que había visto con la inmensa Maggie Smith. Mientras buscaba, me choco con Funny dirty little war. El título me sonaba, pero no había más información que el año de producción: 1982. Seguí persiguiendo a La millonaria, intrigado, ¿de dónde me sonaba ese título. Volví atrás para guardar los links y descubrí que era el título con el que se había conocido No habrá más penas ni olvido en Inglaterra y USA. Me puse a bajarla, cuando la descomprimí, allí estaba, con un bloc de notas con los subtítulos en inglés.

En 1982, cuando era inminente el advenimiento de la democracia, Héctor Olivera filmó la versión cinematográfica de la novela de Osvaldo Soriano (mi favorita de las suyas, Triste, solitario y final y Cuarteles de invierno me gustan mucho, pero no tanto como ésta.) El film se estrenó el 22 de septiembre del 83, un mes y monedas antes de que votáramos a Alfonsín. Eran días de alegría. La cultura nunca fue más alegre que durante el fin de la dictadura y en la primavera alfonsinista. Se acababa la censura, el oscurantismo, la idiotez represora. Se podía respirar con libertad otra vez.

Me puse a verla, expectante, porque no había planeado verla y porque quería ver qué pasaba cuando la confrontaba con mis recuerdos. Hacía más de quince años que no la veía. Me llenaba de felicidad reencontrármela. Así, inesperadamente.

Transcurre en 1974, en un pueblo ficticio de la provincia de Buenos Aires y refleja el enfrentamiento de las facciones extremas del peronismo. De un lado, la derecha; del otro, la izquierda; en el medio los peronistas “inocentes”, los que creen estar todavía en el 45 defendiendo al general de los “gorilas”. La trama se nutre del amor de Soriano al cine sonoro norteamericano; hay mucho de western, de comedia lunática y de policial, atravesado por eso tan nuestro del fatalismo tanguero y la chantada consuetudinaria. Y es tanto una farsa como un grotesco o una tragedia. Se nota nuestra filiación española e italiana. Somos nosotros, pero también nuestros ancestros. Ratifica que para el humor no hay temas prohibidos. Sólo se trata de encontrar el punto de abordaje.

El film, ganador del Oso de Plata del Festival de Berlín, mantiene su frescura y su mordacidad. Es acción pura, no hay datos sobre los personajes, no son necesarios, los definen sus actos, los reconocemos de inmediato, siguen estando entre nosotros. Hay tal precisión en la trama y en los personajes, que sólo bastan 80 minutos para contar implacablemente un pedazo de nuestra historia. Sólo la musicalización original suena un poco antigua, muy ochentona; no el valsecito zumbón que acompaña las secuencias del avión, ése será eterno como los laureles.

Nos reencontramos con actores que se fueron de gira al cielo: Ulises Dumont, Arturo Maly, Lautaro Murúa, Emilio Vidal, Tacholas, Julio de Grazia. Otros, por suerte, nos siguen deparando emoción y risas: Luppi, Ranni, Bidonde, Laplace, Rizzo, Contreras, Salo Pasik, Graciela Dufau.

Y le dedico un renglón aparte a Miguel Ángel Solá, por eso tan latinoamericano de los exilios. Se fue desesperado por nuestra eterna incapacidad a aprender de nuestros errores. Comprendo que se haya ido, sé lo que le costó tomar esa decisión, pero eso no me hace extrañarlo menos. Que nuestro medio haya perdido a un artista tan inmenso me desconsuela. Aquí está inolvidable en su borracho Juan. Verlo actuar es una gloria, una celebración de nuestra humanidad.

A los méritos de la novela se suma el lujo de que en la adaptación y guión, junto al director, haya participado Roberto Cossa, nuestro dramaturgo máximo.

Después de verla, me preparé un café y me puse a pensar por qué el webmaster del portal turco la calificaba de imperdible. No tardé en tropezar con la respuesta. Las circunstancias son irremediablemente nuestras, sólo nosotros podemos abarcarlas en su totalidad, pero hay algo inherente al hecho de ser humano. Los prejuicios, las diferencias ideológicas y el hambre de poder fueron, son y serán las excusas favoritas de los hombres para desatar la belicosidad y el ímpetu asesino. Pero si la guerra es la estupidez del hombre, son también reveladores los roles que Soriano, Cossa, Olivera le asignan a las mujeres ante esta estupidez. El personaje de María Socas participa activamente de las acciones de sus compañeros, el de Graciela Dufau quizá no tuvo el hijo que Luppi reclama para que no se lo mate en la guerra, y las dos vecinas (descerebradas o quizá todo lo contrario) saludan contentas a quien sea que vaya ganando.

Cuando volví a entrar a mi portal turco descubrí que, vaya uno a saber por qué, había expirado. Una de mis fuentes de placeres “truchos” se había agotado. Sonreí, se había despedido devolviéndome una muy buena película argentina. Salud.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

domingo, 24 de mayo de 2009

Miss Potter

Beatrix Potter (1866-1943) fue una autora e ilustradora de libros para chicos. En Inglaterra es toda una institución en el ámbito de la literatura infantil. Sus obras fueron llevadas al cine, al teatro y hasta al ballet.

Miss Potter nos cuenta algunos años de su vida: los entretelones de la publicación de su primer libro, su situación familiar y su primer gran amor.

Más allá de sus primores formales en fotografía, música, ambientación, vestuario y reconstrucción de época, es una película de actores. El guión descansa enteramente en la magia que los actores puedan conjurar.

Renée Zellweger, como acostumbra, se carga la película sobre los hombros y la defiende a ultranza. Impone su magnetismo estelar en todo momento, y a uno no le queda más remedio que adorarla o quererla matar sumergiéndola en ácido. La chica no admite medias tintas.

Ewan McGregor se saca otro Excelente 10 Felicitado con otra caracterización impecable. Emily Watson, Phyllida Law, Barbara Flyn y Bill Paterson ratifican que los actores ingleses son campeones en hacerse notar en personajes menores sin levantar una ceja de más. El arte y el oficio se amalgaman y el resultado es magistral.

Confieso que cuando la estrenaron en el cine, me negué a verla porque pensé que se trataba de otra tonta biografía de una protoheroína del feminismo. Esas películas con sufridas mujeres sometidas o subyugadas al poder masculino, que pagan con un destino aciago su libertad o independencia, me aburren soberanamente porque son pedagógicas, militantes y manipuladoras. Para colmo son los vehículos de lucimiento favoritos de las actrices. Les permiten ser buenas, abnegadas, sacrificadas y llorar mucho. Por temor a perder la categoría estelar, buscan ser amadas por el público a toda costa. Hoy en día, salvo Meryl Streep (El diablo viste a la moda, La duda) nadie tiene el coraje de hacer personajes odiosos. Ya ninguna quiere ser Bette Davis, todas quieren ser Ingrid Bergman.

Además, por culpa de una profesora de inglés, Beatrix Potter como autora me cae tan simpática como un ideólogo nazi. En mi adolescencia, Miss Laura me obligó a leer un libro de la Potter del que odié cada sílaba. En esa edad de hormonas insurgentes y granos purulentos, yo estaba más propenso a las aventuras eróticas de El amante de Lady Chatterly o al Kamasutra, que a conejitos, ranitas y patitos. Deseé que los pasaran por la cacerola y los sirvieran con una buena salsa.

Como ven, mi predisposición al film no era favorable. Pero era concentrarme y verla o hacer media hora de zapping hasta que llegaran las “gracias” de Tinelli. Hacer media hora de zapping continuo provoca neurosis incurable y las “gracias” de Tinelli no son precisamente imperdibles. Es más, es imposible perdérselas. Al día siguiente están en cadena nacional, a intervalos de 10 minutos, durante toda la programación. Así que suspiré y comencé a ver esta “peliculita”.

Renée Zellweger me cae bien, pero estoy a un mohín de su naricita, a un puchero de su boquita de que la ahorque… lentamente. Le gusta hacer personajes ingleses en Inglaterra (después de todo, fue un personaje inglés en Inglaterra el que la hizo una superestrella: El diario de Bridget Jones) y no cruzaba mi línea límite de mohines y pucheros. Había buenos apuntes de la rígida sociedad inglesa de la época y era interesante el contrapunto de personalidades entre Beatrix y su madre.

Y comenzó la historia de amor y entré como un caballo. Hay buena química entre Renée e Ewan McGregor, y lo que hacían era muy conmovedor. Ewan, como galán, parece seguir los pasos de Hugh Grant. A pesar de los desplantes, manías, fobias, caprichos y antipatías de las actrices con las que le tocó hacer pareja, Hugh Grant se las ingenió para crear química con ellas. Puede que en el set las odiara y quisiera atropellarlas con el auto, pero en la pantalla las amó con devoción y dulzura. (Hay reveladoras anécdotas de dichas damas que le hubieran quitado la paciencia a un santo.)

Ustedes dirán, no hay mucho mérito en eso, no hace sino cumplir con su trabajo. Sí, es verdad. Desde que los griegos inventaron el teatro, hay un decreto actoral inapelable que dice que el galán debe amar a su heroína. Pero el galán no es sino otro pobre ser humano y hay actrices que de tan inseguras o mimadas inventan nuevos matices al adjetivo “insoportable.”

De allí que muchos aman a reglamento. Ponen cara 2, sonrisa 4, suspiro 1, cejas 5 y esperan que el público “compre”. Pero Ewan no se rinde y nos devuelve el precio de la entrada o el tiempo que invertimos en ver sus películas.

En resumen, Miss Potter, dirigida por Chris Noonan (el australiano de Babe, el chanchito valiente) es una buena película. El guión de Richard Maltby Jr. es paradigmático, ya que trabaja los conflictos “cinematográficamente” por implicancia, en vez de “vociferarlos” como en el teatro. En su estreno, esta película fue maltratada por la crítica e ignorada por el público. Simplemente porque tuvo la desgracia de ser presentada en un momento en el que nadie quería ver este tipo de película. Pero hoy en día, los films, como los gatos, tienen varias vidas (el DVD, la Internet, el cable, etc.) y pueden ser redescubiertos y considerados por su valía. Miss Potter ahora se pasea por el cable. La está dando Cinecanal. La próxima repetición es el sábado 6 de junio a las 20:15. Agéndenla, pasarán un buen momento.
Un abrazo,
Gustavo Monteros

lunes, 18 de mayo de 2009

Ángeles y demonios

Dan Brown, mediocre autor de literatura de supermercado o de aeropuerto (llamada así porque no persigue otro fin que mitigar insomnios o evadir el pánico del vuelo) ni en sus sueños más salvajes supuso que se convertiría en multimillonario.

Como diría Discépolo, la suerte lo es todo, para un lado o para el otro. Le bastó apropiarse de las especulaciones alternativas a la versión oficial de la Iglesia sobre el inicio del cristianismo (que antropólogos, sociólogos, lingüistas y filósofos venían manejando por más de 30 años sin levantar ninguna polvareda), para vender libros como panes.

Es que el azar determinó que las mencionara en el momento en que literalmente todo el mundo quería entretenerse con esas especulaciones.

El Código Da Vinci era la segunda novela protagoniza por el semiólogo Robert Langdon. Ángeles y Demonios, que la precedió llega ahora al cine como una secuela, con el mismo tándem creativo de la anterior, el actor Tom Hanks y el director Ron Howard.

Es una verdad de Perogrullo, pero la novela y el cine son medios expresivos completamente distintos. Pueden coincidir en algunos aspectos, pero tienen herramientas y necesidades diferentes. A una novela por más “cinematográfica” que sea le sobrevendrán cambios cuando se la lleve al cine. Según el eje narrativo elegido, desaparecerán subtramas, personajes, habrá cambios de circunstancias, de motivaciones, etc.

Esto pasa simplemente porque, lo que es creíble en el papel, puede no serlo cuando se lo corporiza y se lo pasa a la acción. Además, los trucos del “turn pager” (que nos hacen leer de un tirón, ansiosos de llegar al final, dando vueltas páginas y páginas) no son los mismos que usa el cine para crear suspenso. En una novela, el suspenso se crea por una sucesión de hechos que trabajan por acumulación, con o sin progresión dramática. En cine, la progresión dramática es esencial para crear el suspenso.

Esto viene a cuento, porque autores que vendieron millones de libros como Jane K Rowling o Dan Brown (ya sea por estupidez, soberbia o la voluntad de ejercer autoridad sobre uno de los poderes más despóticos y mafiosos del mundo: Hollywood) exigieron que sus novelas fueran llevadas al cine sin cambios, con fidelidad absoluta.

Por lo tanto, la trascripción cinematográfica de Harry Potter y la piedra filosofal de Jane K Rowling por Chris Columbus, y la de El Código Da Vinci de Dan Brown por Ron Howard, nunca tuvieron chance como películas. No fueron destinadas al espectador común, sino al devoto lector de esas novelas. De allí que fueran pesadas, difíciles de seguir, más una seguidilla de escenas que el desarrollo de una trama. Los devotos lectores, felices, porque veían la reproducción fidedigna e imperturbable de lo que habían amado leyendo.

Jane K Rowling aprendería la lección, y en las sucesivas versiones cinematográficas de sus novelas HarryPotterescas, aflojaría las riendas, y los directores Alfonso Cuarón, Mike Newell y David Yates tendrían la libertad de construir películas. Sus fieles lectores no protestaron, más bien todo lo contrario, podían cotejar las diferencias entre el libro y la película.

Dan Brown también parece haber aprendido la lección, y ahora Ron Howard tiene la oportunidad de echar mano a su experiencia de artesano hollywoodense a la antigua. Como los viejos directores bajo contrato de los grandes estudios, Ron Howard puede dirigir lo que sea: dramas, comedias, policiales, westerns, etc. Nunca aportará mucha creatividad, pero si fluidez y pericia. Nunca hará una gran película, pero tampoco un gran bodrio.

Pero que el hombre tenga solvencia y le hayan dado un poco más de piolín no significa que haya hecho una buena película

La cosa es así. Ha muerto un Papa buenísimo y hay que elegir sucesor. Una secta pro ciencia, enemiga acérrima de la Iglesia (los Illuminati) ha secuestrado a los cuatro cardenales más “elegibles” y amenaza con matarlos de a uno por hora. También ha puesto una bomba de antimateria que puede volar el Vaticano. Por suerte para el simbolista que interpreta Tom Hanks, han enviado un video (!!!) que puede ayudarlo a evitar el desastre.

Ángeles y demonios dura 140 minutos y es entretenida si uno deja el cerebro en la puerta del cine. Todo es un gigantesco disparate de alto octanaje. Nada resiste el más mínimo análisis lógico. Si uno se detiene a pensar un segundo en lo que está viendo, se sentirá tratado de estúpido. Pero si uno acepta pasivamente todas las volteretas que propone la insustancial trama, es posible que se divierta, a juzgar por la reacción de algunos espectadores que me acompañaban.

Los actores de El código Da Vinci, (Audrey Tautou, Ian McKellen, Jean Reno. Paul Bettany, Alfred Molina, Jürgen Prochnow) encorsetados por las exigencias del autor, estaban más cerca del bronce estatuario que del repentismo actoral. Los de Ángeles y demonios, (Ayelet Zurer,Ewan McGregor, Stellan Skarsgård, Armin Mueller-Stahl, Nikolaj Lie Kaas) sin tantas restricciones, se divierten más. Nadie ganará un premio con este film, pero tampoco les dará vergüenza incluirlo en el currículum.

La banda de sonido de Hans Zimmer, que mezcla un melodramatismo agudo con estentóreos cantos gregorianos heavy metal, me entretuvo la primera hora, después me aburrió.

En resumen, a menos que hayan leído la novela y les intrigue ver que hicieron (mi caso), no puedan reprimir la curiosidad de ver cómo le queda el bótox a Tom Hanks, deban cumplir con una dosis mensual de cine pochoclero, o les parezcan seductores los actores en sotanas, absténganse… mucho.

Un abrazo,
Gustavo
Monteros

lunes, 11 de mayo de 2009

Luisa

Se dice desde siempre que este país es rico, que su suelo es fértil, tanto en el llano como en la montaña. No sé si es tan así. Para tan cacareada riqueza somos más pobres que ratón de iglesia.

En lo que sí es pródigo este país, es en futbolistas prodigiosos y actrices maravillosas. De los primeros no voy a hablar porque es una crónica de cine. Y antes que me acusen de discriminador, me atajo: hay actores excelentes, pero las actrices deslumbrantes nos ganan como 3 a 1.

Ante cualquier personaje que podamos concebir, hay por lo menos una variedad de 5 actrices entre las que podemos elegir para que lo protagonice. Jueguen por un segundo a ser directores de casting, imaginen que quieren duplicar cualquier película de la historia del cine, desde Lo que el viento se llevó a Los puentes de Madison, pasando por Amelie o La strada y verán que lo dicho anteriormente se cumple.

Y un ejemplo notable de esta magnificencia de actrices es, sin duda, Leonor Manso.

En teatro la he visto realizar milagros. De sus trabajos televisivos nadie olvidará nunca a María Elena, la madre de Jimena Soria (Inés Estévez) y su célebre Dominicci en Vulnerables. En cine se destacó en tres sirvientas muy distintas, lo que habla de su versatilidad y de su compromiso artístico.

La Raba de Boquitas pintadas, la versión cinematográfica de Leopoldo Torre Nilsson de la novela de Manuel Puig. La mucama que logra casarse con el hijo de su patrona, una insoportable dama patricia (China Zorrilla) en Corazonada de Carlos Galettini, el segundo episodio de Las sorpresas. Y la protagonista homónima de La hora de María y el pájaro de oro, fallido film de Rodolfo Kuhn, una caracterización destacable que inspiró años después la bella canción de Antonio Tarragó Ross: María va. No era para menos, verla caminar era enternecedor and a thing of beauty.

A lo largo de los años coleccioné decenas de anécdotas que evidencian su grandeza, su sencillez y su generosidad.

Durante la dictadura vino a La Plata a hacer La novia de los forasteros de Pedro E Pico con la Comedia de la Provincia. En ese momento yo trabajaba con un técnico de la Comedia en la realización de la escenografía de mi primera obra. Cuando le pregunté cómo era la Manso, me contestó: Actúa como una gata morronga, no se la va a oír. Como persona ¿cómo es?, insistí. Amable, me respondió, pero casi no habla, se la pasa leyendo el libreto y subrayando cosas. Para el estreno, el técnico me regaló una entrada. Yo me asusté, era en la última fila. No voy a escuchar nada, pensé. Me quedé de una pieza, fue la actuación más bellamente chejoviana que vi en mi vida. Y sí, expresaba el dolor de su personaje en susurros, pero su dicción y emisión eran tan perfectas que entendí hasta la última sílaba.

Esta otra anécdota me toca más de cerca. Como saben, pasé mi infancia en Catamarca. Una vez la Comedia Nacional decidió hacer Los mirasoles de Julio Sánchez Gardel, que transcurre en Catamarca. Al director (Cecilio Madanes, creo) se le ocurrió que la hicieran con acento catamarqueño. El elenco terminó hablando una mezcla rara de acentos que iba del mejicano del doblaje al cordobés mal aprendido pasando por un paraguayo for export o un correntino arrastrado de chamamé. La única que hablaba “catamarqueño” a la perfección era la Manso. Después, confesó en un reportaje que asustada por no conocer el acento catamarqueño, se fue a la Casa de Catamarca en la Avenida Callao y pidió hablar con una catamarqueña. Apareció una señora muy simpática a la que hizo hablar dos horas, antes de pedirle tímidamente que le leyera en “catamarqueño” los parlamentos que tenía que decir para poder grabarla.

Otra vez, a Alberto Ure se le ocurrió hacer una relectura radicalizada de Hedda Gabler de Ibsen. El control de sala no quiso dejarme entrar porque era menor. (La obra, según la compañía, cosa rara porque en el teatro no se calificaba, era prohibida para menores. Procedían con cautela para evitar un escándalo mayor.) Cuando fui a devolver la entrada, el boletero, que me conocía porque iba mucho a ese teatro, me dijo: Yo te hago entrar, pibe; cuando se apaguen las luces de sala, sentate en el primer lugar libre que encontrés y quedate mosca. Ure había decidido hacer explícitas las ambivalentes relaciones subyacentes de la obra. Promediando la representación, la Manso se revelaba como una lesbiana lanzadísima y revolcaba por el piso a la Aleandro, que era Hedda. Hoy en día, eso no asusta a nadie, pero en esa época la sociedad era muy pacata y resentía las audacias, había que tener coraje y convicción para hacer una cosa así. En la función a la que fui, cuando llegó esta escena, varios espectadores se levantaron y salieron insultando a las actrices y gritando que los que nos quedábamos, éramos unos degenerados. Mientras duraban los improperios de esta gente, que sabía lo que iba a ver e iba a propósito a expresar su censura, la Manso redoblaba los besos urgentes y las caricias desesperadas. Para pasar el mal momento, se concentraba más. Y uno no sabía qué mirar, si a los energúmenos o a ella. Poco tiempo después, alguien puso una denuncia clamando que se trataba de un “atentado a la moral” y la obra bajó.

Hace unos días, cuando leí que a la Manso, el guión de esta película la había conmovido tanto, que dejó de lado sus trabajos teatrales para abocarse de lleno al rodaje, me dije: Preparate para una fiesta de los sentidos. Me puse mis mejores galas y allá fui.

Luisa es tanto una película de director como de actor. El debutante Gonzalo Calzada ensaya una caligrafía cinematográfica personalísima tomando como epicentro a la Manso, que se mimetiza en el personaje hasta perderse, y ya no vemos más a Leonor, sino sólo a Luisa.

Luisa es una mujer muy sola, que arrastra una gran pérdida. Tiene las arideces y las manías de los que viven solos. Su única compañía y alegría es un viejo gato. A la mañana trabaja en las oficinas de un cementerio privado; a la tarde es una mezcla de sirvienta y secretaria de una vieja gloria del espectáculo (Ethel Rojo). Un día, su gato muere y es despedida de sus dos trabajos. Su única motivación para seguir adelante es darle un entierro digno a su gato. Porque se rompe el micro en el que viaja, deberá tomar el subte. Descubrirá un mundo que no sospechaba, y fundamentalmente aprenderá que no está sola.

El film, el director y nosotros, los espectadores, seguiremos el arco emocional del personaje de Luisa. En un comienzo estaremos envarados y rígidos, perdidos en una situación sin salida. Y cuando Luisa comience a soltarse, nos abriremos a la emoción.

Aunque el film se centre casi absolutamente en la Manso, los personajes secundarios están muy bien armados y permiten el lucimiento de Carmen Vallejo, como una vecina borracha y entrometida; Marcelo Serre, como el portero, y Victoria Carreras, como su mujer. Y se despide a lo grande de la actuación y de la vida, Jean Pierre Reguerraz, con un tullido entrañable.

La dan en la sala chiquita del Ocho. La noche del viernes, en la función que antes se llamaba “primera noche”, éramos 9 espectadores. Ni bien el film terminó, el encargado de sala vino a apurarnos para que nos fuéramos. Tenía que acondicionar la sala antes que entraran los de la próxima función, que no era de Luisa, sino del tanque Hollywoodense Rápido y furioso 4. Como recuerdan, la puerta está en el centro de la sala. El encargado se paró allí y nos miraba fijo. Nosotros lo ignoramos, concentradísimos en la pantalla, mientras se desenrollaban los títulos finales. Lo derrotamos, y el pobre terminó yéndose. Es que no nos queríamos ir, nos habían dicho una verdad que nos había acariciado el alma.

Perdón, la oración anterior es pura literatura y puede no expresar lo que pasaba cabalmente. La verdad es que estábamos muy emocionados y necesitábamos tiempo para recomponer nuestra máscara social.

Cuando Leonor tenía 14 años, como Torre Nilsson filmaba en su barrio, se fue con unas amigas a espiar la filmación. En una pausa del rodaje, se presentó a Torre Nilsson y le dijo: Cuando termine el secundario, voy a ser actriz de cine. Torre Nilsson recordó siempre la anécdota, pero olvidó la cara de la chica. Cuando la convocó para Los siete locos, la Manso le recordó la anécdota. Torre Nilsson se rió y le dijo: Qué suerte que lo lograste. Coincido plenamente con él. Para la gloria del cine nacional, es una suerte que haya podido cumplir su destino.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

jueves, 7 de mayo de 2009

El lector

Nunca habrá suficientes films sobre el Holocausto. Así como nunca habrá suficientes films sobre la dictadura argentina. Si no queremos que se repitan, o al menos postergar su repetición lo más posible (porque la historia enseña que el horror es inevitable y cíclico) hay que recordar lo que pasó. Siempre.

El problema con la monstruosidad, es que genera en las sociedades en las que se produjo una culpa latente, difusa, inaprensible. Se alienta entonces lo más fácil, la negación, la desmemoria, el poner la mugre bajo la alfombra. Si no lo veo no existió, fue un mal sueño, ya pasó. Como diría Shakespeare, se incuban los huevos de la serpiente y la monstruosidad vuelve, peor.

El desafío de los creadores es encontrar modos de contar el horror que ayuden a superar la negación y el rechazo. Y el desafío aun mayor es no banalizarlo, trivializarlo, transformarlo en una anécdota, porque si se lo neutraliza, se logra lo opuesto de lo que se propone.

Como con La vida es bella. La aplaudimos sonoramente, celebramos que desde el humor blanco y sentimental se pudiera también esbozar el horror. Hasta que caímos en cuenta que al no mentarlo en su verdadera magnitud, casi lo justificaba. Pobre Benigni. Se le abrieron todas las puertas, pero cuando quiso repetir la visita, descubrió que era persona non grata. Y en vez de enmendarse, persistió en su error.

Una ingratitud, porque gracias a él descubrimos que la ingenuidad no es un buen camino para tratar el horror. Si de humor se trata, el ridículo y el absurdo son efectivos, como bien lo demostraron Chaplin (El gran dictador), Ernest Lubitsch (Ser o no ser) o Mel Brooks (la remake de Ser o no ser y Los productores).

En El lector, el horror se trata con profundidad en la clase sobre los alcances de la ley y en el encuentro final en Nueva York.

La cuestión es que esas escenas son tangenciales, el peligro radica en los ejes del relato.

Al no adentrarse en el pasado del personaje de Hannah (Kate Winslet), ¿no se está eludiendo la cuestión? Al no profundizar en el hecho de que quizá ella no se arrepiente porque a lo sumo se siente tan culpable como la sociedad que la llevó a hacer lo que hizo, ¿no se banaliza el tema?

La cosa es así. Estamos en Alemania, en los 50. Un chico de 15 años es iniciado sexualmente por una hermosa mujer que lo dobla en edad. Se separan, el tiempo pasa. Él estudia abogacía. Un día el profesor los lleva a presenciar un juicio de criminales de guerra, y el pibe descubre que su ex amante perteneció a la SS.

Eso es lo básico, hay muchas cosas más, pero no las cuento para no arruinarles la fiesta.

El film, más allá de su tema tan poco glamoroso, es un glamoroso drama Hollywood para la temporada de premios. Todo es bello, prolijo, elegante. Stephen Daltry (Billy Elliot, Las horas) narra con fluidez y tiene una puesta en escena elocuente.

Kate Winslet reverdece sus laureles de gran actriz. Su perfil de dama de Rubens es un deleite para los ojos. Y desnuda es muy voluptuosa.

A los productores les gusta jugar perversamente con la memoria de los espectadores. Como el profesor atormentado por el pasado está Bruno Ganz, que fuera Hitler en La caída; y el chico se transforma en la adultez en Ralph Fiennes, que fuera el atroz asesino nazi de La lista de Schindler.

La música de Nico Muhly es sencillamente insoportable. Es cursi, invasiva y estúpida.

A pesar de todo, El lector merece verse porque promueve la discusión no por sus logros sino por sus agachadas y cobardías.

Cuando la vean y sepan el secreto de Hannah, ¿no sienten que de algún modo intentan disculparla por haber sido nazi, la pobre?

Un abrazo,
Gustavo Monteros

viernes, 1 de mayo de 2009

Cuando todo cambia

Con esta película, Helen Hunt se recibe de mujer orquesta. No sólo la protagoniza sino que también la dirige, la produce y hasta participa del guión. Eso sí, nada tonta la chica, se aseguró de contar con los mejores elementos posibles. Eligió un celebrado best seller de Elinor Lipman y seleccionó un elenco de notables: Bette Midler, Colin Firth, Matthew Broderick. Terminó redondeando un film para mujeres, que puede ser visto por los hombres, porque no nos pintan como los habituales tarados irresponsables, egoístas e insensibles, mientras que ellas son el paradigma de la inteligencia, la sensibilidad y la afectuosidad.

No esperaba menos de quien por años protagonizara la mejor serie que describió las neurosis urbanas, tanto masculinas como femeninas, la muy lograda Mad about you.

Aquí, Helen es una maestra jardinera de 39 años que quiere tener un hijo antes de que su reloj biológico se lo impida y deba recurrir a la ciencia. Al morir su madre adoptiva, conocerá a su madre verdadera, la gran Bette Midler. Y ya sabemos que por donde pisa Bette Midler, crecen excentricidades varias, una humanidad desembozada y mucho humor.

Es una comedia dramática muy efectiva que alterna sabiamente el humor y la emoción. El humor ablanda y cuando llega la emoción, se siente más porque nos agarra flojitos y receptivos.

El elenco está impecable. Hay un par de discusiones entre la Hunt y la Midler que son antológicas. Y una rareza, el film registra el debut actoral del escritor Salman Rushdie.

La Hunt nació en el ’63. Dos damas en la platea comentaban que se le notan todos y cada uno de sus años. Parece que la Hunt, al igual que Jessica Lange o Diane Keaton, ha decidido envejecer naturalmente y no pasar por el quirófano cada vez que se descubre una minúscula arruguita. Eso sí, espero que después no se arrepienta como la Lange, que en Por siempre amigas, parece una caricatura de sí misma dibujada por un enemigo. Es como si la Lange se hubiera mirado al espejo, después de ver las fotos de sus compañeras de elenco, no se hubiera gustado y se hubiera entregado al primer cirujano plástico de la guía telefónica. Y como tampoco le gustó el resultado, se inyectó bótox y colágeno en cantidades industriales. Quedó finalmente como El fantasma de la ópera sin la máscara.

Se tiende a ser impiadoso con las películas dirigidas por actores. Se las menosprecia, se las desvaloriza. Es como si los críticos pensaran: Vamos, chicos, ya tienen fama y fortuna, ¿ahora quieren ser cineastas también? No me cabe duda que de haber sido dirigida por un director de carrera, esta película hubiera recibido devoluciones más cálidas y entusiastas que las tibias críticas que le prodigaron. Dijeron que era buena pero chiquita; lograda pero poco ambiciosa; bien contada pero impersonal como un telefilm. La injusticia de buscarle la quinta pata al gato.

No es poco mérito lograr una buena película, bien contada y bien actuada. No todas las películas deben ser Osadas Obras de Arte de Temas Mayúsculos.

Y no creo que sea impersonal. Helen Hunt se permite un guiño que sólo ella puede permitirse. Ella y Matthew Broderick protagonizaron una de las películas de mi adolescencia (y la de todos los que tienen su edad o la nuestra) Proyecto secreto: simios. En esa época se daban funciones de 2 películas (o 3 en algunos cines platenses) y a menudo programaban Proyecto secreto: simios como primera película y así la vi varias veces. Y uno no puede evitar aventurar que si esos adolescentes que protagonizaron hubieran seguido juntos, por ahí tendrían el tipo de relación que muestran Helen y Matthew en esta película. Si este guiño lo hubiera hecho otro director lo celebrarían, a los críticos les gusta destacar los diálogos que se establecen entre películas. Pero lo hace la actriz Helen Hunt devenida directora y nadie lo menciona.

Muy querible tu película, Helen, ya te puse mis fichas para la próxima.

Un abrazo,
Gustavo Monteros