domingo, 20 de diciembre de 2009

Juventud sin juventud

La vida artística de Francis Ford Coppola anduvo por todos los vericuetos que la profesión puede depararle a un director cinematográfico. Afiló su talento en la factoría de Roger Corman, escribió un buen guión sobre una novela icónica considerada infilmable (El gran Gatsby), construyó un nombre con buenos filmes independientes, trabajó para los grandes estudios con grandes presupuestos, sacó patente de genio con dos obras maestras indiscutibles (El padrino y La conversación; algunos incluyen entre sus opus magistrales Apocalypse now, Tucker o La ley de la calle, pero yo sería más cauto), se permitió extravagancias megalomaníacas (One from the heart),fundó un estudio propio y lo fundió, hizo películas de culto con dos pesos (Los marginados), gestionó inmensos éxitos e históricos fracasos, se permitió bodrios impensados para su probado talento (Jack),filmó proyectos personales y por encargo, a la pasada completó películas por las que cualquier director se haría pis (The cotton club),fue endiosado, envidiado, vilipendiado, y se tomó 10 años sabáticos en los que produjo films para sus hijos y sus amigos.


Y para regresar de su ostracismo autoimpuesto, este film, y la vejez… viruela. A las pruebas me remito. Dice Francis: “Pero sí sé qué clase de películas quiero hacer en esta etapa de mi vida: unas que expresen mis ideas, que me lleven más allá de lo que hice hasta ahora. Que me pongan en riesgo. A mí y al cine mismo.”


Para ponerse en riesgo elije una novelita de Mircea Eliade, un rumano estudioso de las religiones. Dominic Matei (Tim Roth), un lingüista veterano anda con ganas de suicidarse porque fracasó en su vida profesional y amorosa: privilegió a su trabajo por sobre el amor de su vida, a la que dejó ir sin agitar un pañuelo y ahora en su vejez comprueba que ni siquiera pudo terminar su trabajo. Le cae un rayo y comienza a rejuvenecer. A partir de ahí comienza una ensalada rusa que incluye la importancia del tiempo (el meteorológico, no, el otro, el que pasa y nos hace moco), el doble, el origen del lenguaje, los precios a pagar (por los bienes de consumo, no; por los metafísicos favores recibidos), los amores perdidos y encontrados, entre muchas otras cosas.


Como buen yanqui, Francis tiene un complejo de inferioridad con los europeos. John Ford hizo tanto por la historia del cine como Antonioni. Pero los yanquis, puestos a sentirse en deuda, prefieren babearse por algunas aburridas y soporíferas teorías cinematográficas europeas que por las vitales lecciones de sus propios maestros. Como si el cine fuera más arte si es difícil, deprimente y aburridor. Por este lado viene en este film el modelo de cine de autor.


La historia del arte nos enseña que cuando los creadores comprenden que están en la curva descendente de la vida, aprenden que en lo sencillo y despojado quizá estaba la verdad. Si fueron densos, complejos, arduos de acceder, atacan con fruición lo simple: Borges y El informe de Brodie. Si fueron sutiles y alambicados, arremeten con lo directo: Bergman y Fanny y Alexander, etc. Coppola, que siempre pensó en el receptor de sus obras, ahora se libera y piensa sólo en expresarse a sí mismo. Le sale un arte muy adolescente, ideas superficiales y obvias, envueltas en ornamentos rebuscados para hacerlas pasar por profundas.


Además es curioso que en un film que supuestamente reflexiona sobre el sentido del tiempo y su paso traducido en “épocas”, el director crea que se puede recrear, así como así, estilos cinematográficos relevantes en su momento, pero que hoy son anacrónicos sin una vuelta de tuerca que justifique su recreación.


Que Francis es grande y no sólo de cintura es una obviedad. Hay momentos logradísimos, pero hay otros (como cuando la chica se despierta en la India frente a la caverna) que son risibles, torpes, ridículos. (¿Qué te pasaba por la cabeza, Francis, cuando armabas esta puesta en escena? ¿No te dabas cuenta de lo tonta y absurda que era?)


A propósito no ilustro estas palabras con una escena del film sino con una foto de Coppola. Hoy por hoy, a Francis le importa más Francis que la obra que presenta. Francis se quejaba que en su país natal esta película hubiera sido completamente ignorada por el público. Francis, querido, cuando no se los toma en cuenta y se los obliga a “acceder” a la obra, los espectadores se aburren, se vengan y te ignoran. ¿En qué multicine viste que dieran un film de Bergman? ¿Crees que el público que va al cine a consumir pochoclos tiene paciencia para “decodificar” a Losey? ¿Qué estudio financiaría hoy Dr. Insólito? El tiempo también nos hace eso. Destruye el mundo cultural que conocimos. Construye otros. Peores, no sé. Pero son los que considera adecuados para esta “época”.


Francis, hiciste una película para vos, entonces mirala vos y contanos si en tu privilegiada opinión de hacedor y receptor te salió lograda, y no nos jodas a nosotros con berrinches de incomprendido o relegado.


Francis, dejate de pelotudeces que sos lo más lejano a un personaje de Cris Morena que se pueda imaginar. Y por favor, por lo que más quieras, no te conviertas en un dinosaurio. Kurosawa, a quien amabas y le produjiste sus últimas películas, murió sin serlo. Y Eastwood, que ojalá no muera nunca, jamás lo será. Francis, no te queda bien querer ser más pendejo que Sofía, ella es tu hija y vos sos un “maestro.”

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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