viernes, 7 de agosto de 2009

Corazones

Según un benemérito teórico teatral, la misión de la dramaturgia es desnudar conductas. Si de eso se trata la cosa, Corazones de Alain Resnais cumple con creces ese cometido.


Resnais es un linajudo maestro del cine cuya prosapia se remonta a los orígenes de la Nouvelle Vague. Jugó con las formas y los tiempos cinematográficos hasta el hartazgo. Al alcanzar la madurez creativa, concluyó, como tantos otros, que quizá el secreto de la originalidad radique en la sencillez. Eligió esta vez una obra de Alan Ayckbourn, un talentoso y prolífico autor inglés. Este impar dramaturgo ya superó el centenar de obras. La mayoría son buenísimas. Su peor obra es el sueño dorado de cualquier otro autor. Todo indica que, aunque se lo proponga, este “piratón” es incapaz de escribir una obra mala.


En esta comedia dramática, hay siete personajes y dos ámbitos principales (una inmobiliaria y un bar). Thierry (André Dussollier) y Charlotte (Sabine Azéma) trabajan en la inmobiliaria. Thierry, un solterón tan simpático como insatisfecho, le muestra departamentos a Nicole (Laura Morante) que tiene una problemática relación con Dan (Lambert Wilson). Dan, un ex militar, ahoga sus penas en el bar que atiende Lionel (Pierre Arditi). Lionel, víctima de una historia de amor que terminó mal, para poder trabajar contrata a Charlotte para que cuide a su postrado padre Arthur, un hijo de puta mayúsculo o un padre abnegado (Claude Rich). Thierry vive con su hermana menor Gaëlle (Isabelle Carré) que noche tras noche concurre a citas a ciegas para ver si puede encontrar pareja. (Ah, bueno, no quiero arruinar el pastel, pero déjenme decir que Charlotte es una “inocente” que se las trae.)


Todos tienen un secreto más por no poder expresarse que por la voluntad de esconderse. Son personajes entrañables y uno desea todo el tiempo que pudieran verse como los vemos nosotros. Comprenderían que los condiciona y los condena a la soledad.


Es una película profunda y reveladora y a la vez simple y llana. La estupenda puesta en escena (premiada en el Festival de Venecia) subraya el aprisionamiento. La nievecita pareciera indicar que los personajes están dentro de esas bolas llenas de agua que uno zangolotea y cae la nieve. Cortinas y vidrios de todo tipo se interponen entre ellos. Y la cámara cuando los toma desde arriba, los asemeja a ratones blancos buscando la salida del laberinto.


No hay bajadas de línea ni obvios textos discursivos, no son necesarios. Es como si Resnais y Ayckbourn fueran demiurgos con el don de ilustrar lo que nos ata. No tendrán el poder de impartir felicidad, pero sí el de mostrar los grilletes. No es poco.


Y aunque el material provenga del teatro, Resnais logra una obra ferozmente cinematográfica.


Eso sí, sabrá Dios qué imposición comercial llevó a Resnais a dar un nombre tan cursi a su film. El título de la obra de Ayckbourn es poético y remite a lo que de verdad se habla en esta maravilla: Private fears in public places (Temores privados en lugares públicos).


La presentó Inés Estévez hace dos sábados en su ciclo de canal 7, En idioma original. Aún no se pasea por el cable, pero se la halla en casi todos los clubes de DVD. No creo que nadie se pelee por alquilarla, pero deberían. Aunque la definición nos haga pensar lo contrario, a veces la verdad y la belleza pasan desapercibidas.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

El ciclo de la Estévez es muy atendible, va los sábados a las 22 por canal 7. El sábado pasado dio La corporación de Costa Gavras, muy inteligente y lograda. Mañana da El asesinato de Richard Nixon, un film muy interesante con el gran Sean Penn y la hermosa Naomi Watts
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