viernes, 3 de julio de 2009

Crimen en el Expreso de Oriente

Crimen en el Expreso de Oriente es una de mis películas favoritas, no porque sea buena, que lo es, sino por el momento de mi vida al que me remite.

Una película no es sólo una película (las emociones que nos despierta, los sueños que nos evoca, los pensamientos que nos provoca, etc.) Una película es también sus circunstancias (el momento en que la vimos, la compañía que tuvimos, el estado de ánimo que teníamos, etc.)

Si nos metemos al cine a matar el tiempo para llegar a una cita de amor, cualquier bodrio se cubre de gloria. Si aprovechamos la excusa de la penumbra para robarnos besos, el film más pésimo se vuelve querible. O si dos minutos antes nos dicen que ya no nos aguantan más, que hemos agotado la paciencia del amor, el mejor film del mundo se torna insoportable.

A veces, una película equivaldría (y le tomo prestada la imagen a Benedetti) a fundar un recuerdo.

En mi caso, por ejemplo, tres musicales jalonan momentos que no olvido.

Las películas llegaban a Catamarca con un año de atraso, más o menos. Todos habían oído hablar de La novicia rebelde y la esperaban con ansía. En un lugar tan devoto, la palabra “novicia” sumada al adjetivo “rebelde” enfervorizaba hasta la imaginación más lenta. Y que el Papa no sólo no la rechazara sino que la celebrara, excitaba aun más la curiosidad. El film se exhibiría durante un mes en el mejor cine (el cine-teatro Catamarca) en tres funciones diarias (por entonces, la siesta era sagrada, la tele era un aparato que existía sólo en Buenos Aires y la globalización, un disparate impensado de ciencia ficción) y se venderían entradas numeradas para todas las funciones (parecía más una breve temporada teatral que otra cosa.) Hicieron bien porque toda la ciudad y alrededores se preparaban para verla. (Fueron hasta los que irían tres veces en su vida al cine, esos que relataban con orgullo que habían conocido el cine con La guerra gaucha, y como había sido tan buena, la consideraban difícil de superar y no tuvieron más ganas de volver; en los casos que conozco, la tercera película que verían en cine sería Camila.)Mi abuelo materno que tenía un copetín cerca del cine aprovechó su amistad con el boletero para no hacer cola y comprar entradas para toda la familia para la primera función de la noche de un viernes, que era la función más codiciada. Cuando digo toda la familia, digo toda: desde los más cercanos hasta los primos cuartos que veíamos sólo en los velatorios (mis padres, mi hermano mayor, mi hermana Alejandra ya estaban en La Plata y yo estaba a cargo de mi tía Martina, una hermosa morocha argentina, al lado de la cual, la “tía” que se inventó Graham Greene era una tonta inglesa desabrida). Ocupamos como siete filas, Catamarca y mi abuelo eran democráticos a la hora de incluir parientes. No se oyó ni un suspiro durante la primera parte y en el intervalo comentaron hasta sobre la pluma verde de los sombreros tiroleses (tanta atención habían prestado, no se trataba de ir al cine cada muerte de obispo y andar papando moscas.) Cuando terminó todos explotaron en un aplauso cálido, fue la primera vez que oí aplaudir en un cine. Mi abuelo, en plan de patriarca provinciano, nos invitó a todos a comer milanesas con papas fritas a la cantina del Club Defensores del Norte. En el camino, las mujeres mayores contaban (entre risas) que, en la escena en la que se ocultan en el cementerio, habían rezado un Ave María para que se salvaran. Normalmente la cantina tenía un par de mesas tristes al lado de la cancha de básquet, ahora las mesas ocupaban toda la cancha y hasta había gente que comía sentada en las gradas. El cantinero, un turco inmenso como una montaña, con manazas como para aplastar cráneos y un bigotazo retinto como la noche, confesó que ya le había puesto una vela a la Novicia en el altar de la Virgen en agradecimiento al inesperado repunte de su negocio.

Mi papá me llevó a ver Mi bella dama. Esta oración puede que a ustedes no les diga mucho, pero para mí en ella cabe un universo. En realidad él quería verla solo, me había explicado que no me llevaría, porque si bien era apta para todo público, trataba cosas de grandes y que me aburriría. Pero a último momento cambió de idea y me llevó. Me porté bien, porque eso se esperaba de mí, esperé al intervalo para pedir de ir al baño e hice durar toda la película la caja de maní con chocolate para que no tuviera que comprarme otra. Tuvo razón, mucho no entendí, hablaban mucho y rápido y de cosas que me costaba seguir, pero me gustó y mucho, por las canciones y los colores. Y me sorprendió que aunque era como de amor, no terminara con un beso, sino con él acomodándose en un sillón y ella en la puerta. A medida que iba creciendo, la fui viendo varias veces y la comprendía más y más. En el segundo año de la facultad, me pidieron que comparara Mi bella dama de Alan Jay Lerner con la obra de Bernard Shaw en la que se basa, Pigmalión. Y la epifanía terminó de manifestarse, descubrí en todo su esplendor la belleza y la brillantez de la poesía de Jay Lerner y la sabiduría teatral de Shaw. La tengo en video y en DVD, y si fuera rico la tendría en celuloide. Cada vez que me desaliento por el poco interés de los alumnos en aprender inglés, la veo. Me emociona y me divierte siempre. Aunque suene pedante (bien podría defenderme diciendo que lo hago para fortalecer la autoestima) me felicito por haberme esforzado en saber inglés y poder así disfrutar de esta obra tan magnífica en su idioma original.

Gigi fue la primera película que vi solo en horario nocturno. Tenía 12 años y el Cine Ocho la reestrenaba, pero sólo la daba de noche. Pedí permiso suponiendo que me lo negarían. Papá lo pensó un ratito y dijo que sí. Eso sí, cuidate, agregó. Eran tiempos anteriores a los talk shows, las revistas escandalosas y los noticieros victimarios y amarillistas, la palabra pedófilo dormía en los diccionarios, pero nos agitaban tantos fantasmas que era casi un milagro que le habláramos al chofer del micro para pedirle el boleto. Sentí como que emprendía una aventura en el corazón del Amazonas. La casualidad dictaminó que mi primer paso a la independencia tuviera que ver con un film sobre el aprendizaje de ser adulto. Gigi me encantó y me apure en volver para no preocupar más a mis padres. Cuando llegué, dormían a pata suelta. Elegí creer que fingían para que yo no supiera de su ansiedad, pero no, sólo dormían. Comí el sanguche que me dejaron y me calenté la leche. Mientras comía, quizá comprendí que comenzaba a estar por mi cuenta.

Crimen en el Expreso de Oriente se basa en una novela de Agatha Christie, por lo tanto es un “whodunit”, es decir se trata de saber quien es el culpable del crimen. No, no es el mayordomo. La Christie fue una arquitecta magistral en eso de construir tramas ingeniosas, insólitas pero plausibles. En ésta se supera a sí misma, porque el final es uno de los más originales jamás concebidos. El elenco es multiestelar. Había quedado esa moda por las películas catástrofe que llenaban con estrellas hasta los papelitos más diminutos. Como me había formado viendo películas viejas, el elenco para mí era una fiesta que me reunía con amigos de toda la vida. Había viejas glorias del cine norteamericano (Lauren Bacall, Ingrid Bergman, Richard Widmark); próceres del cine inglés (Albert Finney, John Gielgud, Wendy Hiller, Rachel Roberts); un francés recordado y querido (Jean-Pierre Cassell); figuras más o menos jóvenes todavía en carrera por ese entonces (Sean Connery, Vanessa Redgrave, Anthony Perkins, Martin Balsam); y luminarias que el tiempo relegó a los repartos (Michael York, Jacqueline Bisset). La escenografía es el legendario y lujoso tren que unía Estambul con París. El director no es nada más ni nada menos que el gran Sidney Lumet, que aparte de manejarse muy bien en el policial, es un excelente director de actores. La música es hermosa y el vestuario es creativo y elegante. Y la Bergman se despacha con una actuación complicada que le valió el Óscar.

La vi solo, pero estaba enamorado y era correspondido. Después todo terminó mal, como suele ocurrir con algunos romances, pero de eso prefiero no acordarme. El amor es bueno a cualquier edad, pero ser joven y estar enamorado es una gloria incomparable que ni en la amnesia se olvida.

Film&Arts (el canal número 56 en mi cable) da Crimen en el Expreso de Oriente el martes 7 de julio a las 6:00, a las 15:00 y a las 20:00; el viernes 10 a las 17:00 y el sábado 11 a las 3:00.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

2 comentarios:

  1. Yo tambien amo los musicales y guardo en mi memoria esas primeras idas al cine a ver La Novicia Rebelde y Mary Poppins y el deslumbramiento que me provocaron. Recuerdo como si fuera hoy el libro de cuentos de Mary Poppins (que todavia debe andar por ahi)con imagenes de la pelicula y las veces que lo mire esperando que los personajes cobraran vida y empezaran a cantar y bailar.
    No tengo un pasado tan cinefilo como el tuyo, por lo que me falta recorrer unas cuantas peliculas de las "grandes". Por eso siempre te leo con interes y aprendo y me divierto con tus criticas matizadas de relatos "autobiograficos", con los que muchas veces me siento identificada.
    Te mando un abrazo y espero tus recomendaciones para estos tiempos de reclusion preventiva.

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  2. Gracias, es muy hermoso tu comentario. Me da mucha alegría que la gente pueda evocar recuerdos imborrables que el cine le produjo.

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