viernes, 26 de junio de 2009

La niña de tus ojos

Es natural que casi todos los directores sean cinéfilos irredentos. Antes de dedicarse a pensar la vida en términos de películas, aprendieron a amar el cine. Se expusieron todo lo que pudieron al titilar de la luz sobre la pantalla. Atesoraron en su memoria como a revelaciones místicas, secuencias magistrales, emblemáticos giros de guión y actuaciones destacadas.


Fernando Trueba no es la excepción, más bien todo lo contrario, un ejemplo exaltado. Se define como “adicto feroz al cine”, “rata de filmoteca.” Regocija oírlo hablar de cine. Apasionado, tira nombres y datos, pero no apabulla. Transforma su erudición en un placer contagioso.


De modo que era natural también que al presentarle Carlos López y Manuel Ángel Egea el guión de La niña de tus ojos, Trueba se entusiasmara. El guión homenajeaba por igual tanto a Ser o no ser de Ernest Lubitsch como a Casablanca de Michael Curtiz. Películas amadas hasta el delirio por los borrachos de cine (incluso por quien esto escribe.)


Trueba reelaboró el guión con su hermano David y Rafael Azcona.


(Rafael Azcona fue uno de los más grandes guionistas que hasta la fecha haya dado la historia del cine. No bien alguien le enunciara una idea, él al día siguiente tenía un guión articulado con trama, subtramas y una galería de personajes inolvidables. Escuchaba con atención a los directores y les servía el mejor guión posible en bandeja de plata. Para mí, el nombre de Rafael Azcona es un imán irresistible, como los colores del equipo lo son para el hincha de fútbol. Trabajó incansablemente, y los proyectos en los que participó son cientos. No los vi a todos, gracias a Dios. Agradezco porque este hecho alienta la presunción de que aún soy joven, de que todavía tengo cosas por descubrir. A esta edad, esa creencia es siempre bienvenida. No todas las películas en las que trabajó son memorables, pero siempre se sale de sus guiones con una recompensa. Aprendí más de sus guiones cómo escribir “dramáticamente”, es decir en términos de conflicto, tanto para el cine como para el teatro, que de las clases magistrales a las que asistí. A Azcona le bastaba un detalle para pasar al primer plano un personaje de dos líneas e integrarlo insustituiblemente a la trama. Nada ni nadie debía ser superfluo o accidental. Todo debía contribuir a lo que se estaba contando. Perdón por la digresión, pero le debía al gran maestro Azcona este pequeño reconocimiento.)


Con La niña de tus ojos estamos en España en 1938. Como los estudios de filmación están en territorios tomados por los republicanos, una producción falangista decide aceptar la invitación del ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, para filmar esta españolísima película en Berlín, en dos versiones, una hablada en castellano y otra en alemán.


Por delirante que esta situación inicial pueda parecer (¿recrear en Alemania el pintoresquismo andaluz?, ¿completar el elenco con actores que se parecen tanto a los españoles como a los zulúes?), se basa en circunstancias reales. Florián Rey y Benito Perojo dirigieron en 1938 y 1939 a Imperio Argentina (Carmen, la de Triana, La canción de Aixa) y Estrellita Castro (Suspiros de España, El barbero de Sevilla) en películas folclóricas, de las que se realizó una versión alemana.


Estos españoles de La niña de tus ojos llegarán en la tristemente célebre “noche de los cristales rotos.” Y no les cuento más para no arruinarles el convite.


El homenaje a Ser o no ser y a Casablanca es obvio y fue reconocido por sus creadores. Y aunque nadie lo haya dicho, yo creo que los inspiraba también las numerosas anécdotas que se recuerdan de la filmación de Les enfants du paradis. Esta deliciosa, bellísima y sensible película de Marcel Carné se filmó en Vichy, Niza y París durante los dos últimos años de ocupación nazi en Francia. El primer productor tuvo que renunciar por tener, debido a un antepasado, “gotas de sangre judía”. El director de arte y el compositor tuvieron que pedir nombres prestados, porque ellos sí eran judíos y no podían trabajar (en Vichy, los judíos no eran deportados, pero no podían trabajar.) El representante de Goebbels los obligaba a poner como extras a franceses simpatizantes de los nazis. Carné violaba esta norma todo lo que podía y se defendía usando los argumentos más bizarros. Cuando no pudo hacerlo más, contrarrestó contratando a integrantes de la resistencia que durante el día tenían que bajar el perfil, ocultándose entre la multitud. Uno de los actores secundarios, activo colaboracionista, tuvo que huir ya que lo amenazó la resistencia. Irónicamente cuando llegó a campo alemán, lo fusilaron por desertor. Lo reemplazaron y tuvieron que prescindir de las escenas ya filmadas, sin embargo en el metraje final, se lo ve brevemente merodeando a la protagonista. Un cabecilla de la resistencia, gracias a sus conocimientos de los secretos del set de filmación, pudo huir entre el laberinto de decorados cuando los alemanes lo vinieron a buscar para fusilarlo, En la escena del banquete, los extras, hambreados por el racionamiento, dieron cuenta de los manjares antes de que se encendiera la cámara. Carné filmó la escena de todos modos, la mesa lucía menos pródiga, pero al menos ahora los invitados tenían mejor cara y parecían disfrutar de la fiesta. La primera actriz, Arletty, que había sido amante de un jerarca nazi al comienzo de la ocupación, en algún momento de la filmación, se vio obligada a enunciar una frase que la sobreviviría: Mi corazón es francés, pero mi vagina es internacional. En Niza, un vendaval casi destruye la escenografía que recreaba el Bulevar del Crimen, la calle de los teatros populares de París a principios del siglo XIX. Como no había plata para construir otra, tuvo que ser desenterrada del barro. Obviamente no recuerdo la cantidad de hombres y de horas de trabajo que se necesitaron, pero fue toda una proeza. El rodaje terminó en sótanos de París, cuando ya los aliados se acercaban y la resistencia combatía a los alemanes en plena calle. Lo curioso es que no hay absolutamente nada en la película que delate las tumultuosas circunstancias en que fue filmada. Yo la vi, durante la dictadura, en un ciclo de cine francés que daban en el salón de actos del María Auxiliadora. Dieron las dos largas partes en que está dividida en dos sábados consecutivos. El segundo sábado, el presentador, con buen tino, nos pidió que no nos retiráramos cuando terminara. Así lo hicimos y fue entonces cuando nos contó lo que acabo de referir. No lo podíamos creer. Sólo habíamos visto una bellísima historia de amor, que es también un homenaje al teatro. Les enfants du paradis fue en ejemplo cabal de la tenacidad de los artistas, empeñados en embellecer el mundo aunque éste se cayera en pedazos.


A La niña de tus ojos no se la conoce mucho. Tuvo en la Argentina un éxito discreto. No resistió al habitual bombardeo de estúpidas superproducciones yanquis. El cable la exhibió fugazmente. Y resiste en la memoria de los que la amamos.


Este domingo en que la rutina mediática de los días de votación se cumplirá a rajatabla: habrá móviles en los lugares donde votan candidatos y famosos; los candidatos lucirán seguros y cancheros; Susana Giménez será amable, pero renuente a hablar de nada, ni de su programa; Mirtha Legrand con elegante tailleur gris, sombrero y anteojos negros y enjoyada como reina pirata, dirá que se engalanó así porque para ella votar es una fiesta de la democracia y se quejará del mal estado de la escuela en que le tocó votar; se nos informará si los candidatos cumplieron o no sus cábalas de los días de votación; habrá flashes informando que en algunas escuelas, por ausencia de las autoridades de mesa, se comenzó a votar a las 11, pero que no se postergará el cierre del comicio; a las 7, todas las cadenas mostrarán resultados a boca de urna y jurarán que esas tendencias se confirmarán, aunque después de una pausa, con la misma cara de piedra, informen lo contrario; habrá notas desde los distintos búnkeres políticos y todos dirán que hicieron una votación excelente y que ganarán la elección, después se llamarán a silencio y no atenderán ni a la madre; a las 10 comenzarán a conocerse los datos oficiales, es como si los políticos necesitasen un tiempo psicológico de 3 0 4 horas para asimilar los resultados; a las 11, hablarán los candidatos, los ganadores, aplacadas las exuberancias triunfalistas, se mostrarán ufanos y serenos; los perdedores insistirán con que hicieron una buena elección y que son los triunfadores morales porque tuvieron que enfrentarse al aparato demoledor, político o publicitario, del opositor, etc. Todo muy previsible y aburrido como una mala película hollywoodense.


Ideal para ir al club de DVD y alquilarse una película por la que nadie se peleará. Vendrá bien para tomarse un recreo de la chatura mediática mientras se conocen los resultados finales de la votación. La niña de tus ojos merece conocerse. Es una comedia dramática muy buena.

Un abrazo
Gustavo Monteros

domingo, 21 de junio de 2009

La felicidad trae suerte

Mike Leigh, como se decía también de Ingmar Bergman, es un dramaturgo cinematográfico. No sólo escribe con la cámara y el guión sino también con los actores y la puesta en escena. Aunque sus films son fuertemente cinematográficos, tienen la profundidad y la concentración de una buena obra de teatro.

Como si viviera en la Argentina, sabe que la realidad es compleja y para nada unívoca. Se aleja como de la peste de los fundamentalismos maniqueos de los yanquis. Nada es bueno o malo, ni siquiera verdadero o falso; la realidad es una amalgama de heroicidades, miserias, generosidades y canalladas. La Biblia y el calefón, como quien dice.

Ejemplifiquemos su visión con uno de sus films: El secreto de Vera Drake. Vera es una mujer buena, noble y generosa como pocas, pero lleva una doble vida, hace abortos clandestinos. Cuando la descubren y la apresan, dice: yo sólo quería ayudar. Mike Leigh no la juzga, no la castiga, no la premia ni la justifica. Sólo la muestra lo más detallada y profundamente posible. Uno sale del cine no con una opinión, sino con un mundo a dilucidar. Alguien que ama tanto la vida, ¿puede hacer abortos? Si para ella no hay contradicción, ¿por qué el secreto?

Como buen artista, plantea preguntas. Pero nunca simplistas, esquemáticas o tramposamente orientadoras.

Como buen humanista, la esperanza no le es ajena.

Con La felicidad trae suerte parece haberse metido en camisa de once varas. Descubrió que el optimismo tiene muy mala prensa. Los reportajes eran casi una interpelación y lo acusaban prácticamente de haberse pasado de rosca con la fluoxetina o de haberse fumado un cigarro de yerba mate sabor pomelo en ayunas. Todo por proponer al buen humor como una alternativa de vida. ¿¡Cómo un intelectual podía ser tan poco serio?! Parece que sólo una visión negativa de la vida es lo políticamente correcto.

No hay nada peor que los lugares comunes que se asumen como verdades reveladas. Es como si el undécimo mandamiento fuese: Tendrás una visión nihilista de la vida o no serás nada. Como si la alegría sólo fuera patrimonio de los brasileros bailadores de samba. Opinar que el mundo merece el exterminio inmediato está bien, tener esperanza es de religioso petardista, y ser alegre es de descerebrado trasnochado. Los prejuicios no tienen límites y la estupidez parece congénita.

En un mundo rotulador, ser un intelectual comprometido y alegre es una abominación, una contradicción en términos insalvable. Pobre Mike Leigh, los que lo conocemos, nunca lo consideraríamos un tarambana alegre.

Aventuré estas reflexiones antes de ver la película. Confieso que comencé a verla con temor. Ya antes había hecho films luminosos (Life is sweet, Career girls) y no había desatado tanto enojo. ¿Acaso su cerebro se había reblandecido y se había convertido en un viejo gagá?

Conforme el film avanzaba, me tranquilicé. Era el Mike de siempre.

Poppy es una maestra de primer grado y tiene la desagradable costumbre de algunas docentes de niños de abusar de los diminutivos y de la jerga infantil. (Los subtítulos no lo registran, pero juro que es así.) Ser alegre está en su naturaleza. El delicioso personaje de viejo huraño, malhumorado, gruñón, andropáusico que hacía Walter Matthau la ahogaría con el primer almohadón a mano. Y durante los primeros 20 minutos, uno se pregunta si no tendría razón. Es alegre como un cascabelito. Pero uno que suena todo el tiempo. La alegría se asocia con la levedad, con la superficialidad. Sin embargo, en el entorno de Poppy nada es leve y superficial.

Puede que Poppy sea alegre, optimista, dicharachera, feliz, un poco insoportable a veces, pero no es ninguna tarada como lo demuestra sobre el final.

Como en todas las películas de Mike Leigh, los actores son maravillosos. Y los personajes están tan bien definidos que se podrían escribir tesis sobre ellos.

El mundo es una mierda, parece decir Mike Leigh. Hay guerra, hambre, miseria, codicia, enfermedad, injusticia, etc. Que habría que cambiarlo, no hay quien lo niegue. ¿Quién está más cerca de cambiarlo? ¿El que con amargura lo acepta y lo soporta? O ¿el que con una sonrisa procura que todos a su alrededor, en su pequeño lugar del mundo, sean felices?

Y sí, la alegría no estimula el morbo de nadie. Cuando le preguntamos a alguien cómo está, esperamos que nos cuente problemas. Si más de dos veces, nos contesta que está bien, asentimos y pensamos: Este boludo es tan superficial que nunca le pasa nada. Craso error, nada debe de ser tan difícil como procurar estar bien, y permanecer bien.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

viernes, 19 de junio de 2009

Visita inesperada

Richard Jenkins es un nombre que no nos dice nada, pero su cara nos informa que lo vimos muchas veces en decenas de películas. Pertenece a la liga de excelentes actores secundarios que fortalecen y dignifican los proyectos en los que participan.

¿Qué es lo que lleva a un buen actor a ser protagonista o actor de reparto? La personalidad, quizá. El protagonista es el que se anima a pararse en la luz, el que tiene el coraje de mostrarse más, el que acepta cargarse un proyecto sobre los hombros y llevarlo a buen puerto o estrellarlo contra las rocas. Tiene más para ganar, pero también mucho que perder.

En el reportaje público de Inside the actor’s studio, James Lipton le preguntó a Lee Grant por qué nunca se había atrevido a ser protagonista, ella le contestó que por temor a perder el cariño del público. A los actores de reparto, aclaró, el público los quiere siempre y nunca les da la espalda. A los protagonistas se los quiere con intensidad una temporada, continuó, y se los rechaza con igual ímpetu a la siguiente.

Es verdad, los protagonistas no tienen carreras estables, pasan por ciclos. Hay momentos en el que el público se cansa de ellos y deben reinventarse para seguir contando con el favor popular. Robert De Niro y Meryl Streep probaron con la comedia cuando el público se cansó de verlos sufrir. Goldie Hawn se refugió en el policial y el drama cuando el público se fatigó de su impronta cómica.

Mientras esto pasaba, los eternos secundarios, caras que nos son familiares, nombres que no recordamos nunca, siguieron trabajando sin conocer jamás el rechazo ni la crítica lapidaria.

El actor de reparto, alejado de las presiones de ser permanentemente exitosos, debe tener un temperamento estable, amable, paciente. No le están permitidos los desplantes, las rabietas, los divismos. Como lo aclara la palabra que lo designa en inglés, debe ser “supporting”, debe apoyar, respaldar, ser solidario con las figuras que convocan al público, los cortaboletos como se les dice ahora.

Como en cualquier otra actividad de la vida, están los que se atreven a ser líderes, los que saben que sus decisiones serán cuestionadas, criticadas, vilipendiadas, y se sienten con autoridad para defender y afrontar las consecuencias de lo que deciden. Y están los que prefieren el perfil bajo, la tranquilidad de no tomar decisiones ni afrontar críticas, los que disfrutan de separar el trabajo de su vida privada, los que llegan a su hogar ligeros de equipaje.

Ser o no ser protagonistas, ésa no es la cuestión. Quizá sólo se trate de aceptar lo que es afín a nuestra personalidad, nuestras apetencias, nuestra comodidad.

Richard Jenkins es un actor de reparto de raza. Se sorprendió gratamente cuando lo eligieron de protagonista, pero lo vivió como una excepción, como un regalo. En los reportajes previos al estreno de la película decía que aunque el film tuviera éxito, no creía que su protagonismo fuera a repetirse. Es decir que no haría nada para continuar en esa situación. Nominado al Oscar como actor protagónico por esta labor, se lo veía incómodo, fuera de lugar en la ceremonia. Los Brad Pitt, los Sean Penn, los Mickey Rourke, los Frank Langella estaban en su elemento. Él, como el actor que hacía Robin Williams en Los problemas de Harry de Woody Allen, estaba fuera de foco. No estaba entre los favoritos y no ganó. Los otros perdedores mostraban fastidio, a él se lo veía aliviado. De haber ganado, su carrera tendría que dar un vuelco que parecía no estar dispuesto a considerar. Parece que no está en su naturaleza ser protagonista.

Ironía suprema, en su primer protagónico le pidieron lo que hace mejor: no hacerse notar. (Convengamos que el protagonismo generalmente involucra la exhibición de la mayor cantidad de virtudes que se tengan a disposición.) Como su personaje es un hombre gris, triste, un muerto en vida, su contención y sutileza venían como anillo al dedo. Revivirá, claro, porque el film es una variación del eterno tema del intruso. La irrupción de la “visita inesperada”, su entorno y sus circunstancias le sacudirán el letargo, la monotonía y la indiferencia.

El film de Thomas McCarthy bordea los lugares comunes de las historias Hollywoodenses de la “segunda oportunidad”, pero no cae en ninguno de ellos, siempre pega un volantazo que lo salva del almíbar y la ñoñería.

Más allá de la manipulación lícita de nuestras emociones (perdón, cometí un Perogrullo, todo arte es manipulación), el film luce honesto y sincero.

Y es profundamente entrañable porque pone en primer plano lo que de mejor tenemos los humanos: la solidaridad.

A Jenkins el protagónico ya le reportó dividendos. Puede elegir proyectos en vez de ordenarle a su agente que acepte lo primero que le propongan. Y se dio el gusto de trabajar con Johnny Depp, a quien admira (¿quién no?)

No sé si finalmente se parará en la luz o seguirá al costado del cuadro. Como en este film aprendí a quererlo, le deseo lo mejor que uno puede desearle a quien se quiere: que haga lo que quiera, que sea lo que quiere ser. Yo, desde mi butaca, lo apoyaré.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 14 de junio de 2009

Felicitas

Teresa Costantini es una mujer rica y responde a los mandatos sociales de su clase. De allí que sea perfectamente natural que la obsedan las sufridas heroínas acaudaladas y de abolengo. Confesó que le hubiera encantado que la Bemberg la eligiera para protagonizar Camila; y que la asombra que, a pesar de los numerosos proyectos, Madame Lynch (la amante del paraguayo Solano Lopez) no haya llegado al cine todavía.


(Durante años, Isabel Sarli, seducida por el personaje, leía todo lo que caía en sus manos sobre Madame Lynch, pero Armando se le reía y le decía: Coca, la gente te quiere ver desnuda, no en miriñaque. Una pena, son siempre interesantísimos los proyectos “artísticos” de los fenómenos “comerciales.”)


Volviendo a la Costantini, ocupado el casillero de Camila O’Gorman, y difícil de llenar el de Madame Lynch (la dama tuvo una vida llena de peripecias, tanto personales como políticas), le quedaba la Felicitas Guerrero, que ya se anduvo paseando por cuentos, novelas y hasta un ballet, y esperaba ansiosa una versión cinematográfica.


Estos proyectos son ideales para jugar a ser Visconti y demostrar un conocimiento exquisito de telas, muebles y objetos de arte, que evidencian a la vez la pertenencia al selecto grupo de los very few. El problema es darle textura a la historia y que no quede como la transposición “paqueta” de las novelas románticas de supermercado. (Ésas en las que la protagonista
trémula se enfrenta inerme en el frío corredor del castillo a los impetuosos deseos del hombre fuerte, alto, moreno, musculoso, que la conmina con sus ojos de esmeralda a que no resista más la urgencia que la carcome. Ella se niega una vez más, pero el brazo poderoso ciñe su frágil talle y la arrastra hasta ese pecho varonil en el que el corazón late desbocado. Él acerca sus labios carnosos y ella siente que se pierde en un marasmo de ardores. Ya no puede resistir más, ahoga un grito de placer y muerde más que besa esos labios ávidos que hace meses la desvelan. En un último gesto de resistencia, se prende a sus cabellos para alejarlo, pero no hace más que unirlo a ella. Comprende al fin que todo es inútil, que su destino es entregarse a él, para bien o para mal, ante Dios o en el mismo infierno. Perdida ya toda vergüenza, todo pudor, se deja arrastrar, devorar. Ya no piensa, siente. Y se funde en el fuego abrasador de su lujuria que la arrolla, la transporta. Su masculinidad se yergue enhiesta y ella cede, cede, etc.



Perdón por la digresión. Es que después de esperar casi dos horas en vano que me den un poco de romanticismo, me dio un ataque agudo de parodia. ¿Cuál era la pregunta? Ah, sí, ¿si el film quedó como una transposición “paqueta” de las novelas románticas de supermercado? Más o menos. Visualmente no llega a la cursilería anodina del cine publicitario, pero tampoco tiene entidad o personalidad propia, se queda en lo “bonito”.


Los problemas son muchos y otros. El guión está verde, le faltan un par de reescrituras para madurar; la dirección es dubitativa, no elige punto de vista y no sabe muy bien qué contar; las actuaciones (dejo de lado por ahora la parejita central) van de lo correcto (Brandoni, Awada, Alfonzo) a lo bueno (Ana Celentano, Antonella Acosta), nadie se anota para merecer un premio; la música de Nico Muhly no llega a ser tan insoportable como la de El lector, pero anda cerca, (pregunta: habiendo tanto compositor excelente en la Argentina, ¿hay que contratar un cuatro de copas de afuera al que hay que pagarle en dólares?). Lo mejor es la dirección de arte, si les divierte la idea de pasar dos horas viendo muebles y telas suntuosas: ésta es su película. Si no es así, les parecerá eterna como los laureles.


No llega a ser un bodrio certificado, hay aciertos parciales (los puntos suspensivos con los que se informa la viudez), aunque también hay bochornos (las escenas de guerra asustan por la torpeza y la impericia). Pero esos aciertos parecen deberse más a la casualidad que al método.


La historia es conocida, un crimen pasional en la clase alta. Un gran escándalo en su momento, porque se daba en una clase en la que, por educación y contexto, hay mucho dominio de emociones. La desmesura se asociaba y se asocia con clases más bajas. Todo crimen pasional es buen material para una película. Basta con indagar las causas, observar bien el contexto y recrear las obsesiones. Éste era doblemente interesante porque era significante la importancia que le daban al dinero. En el fondo, es una tragedia más económica que romántica. Los que quedan vivos están más interesados en reclamar herencias que en andar llorando.


Pero ni el enredo amoroso ni el desvelo por el dinero tienen aquí peso. Todo es bastante leve y tonto. El amor que se describe es tan romántico como una botella de lavandina; la pasión tiene el ímpetu de un turno de telo, no dura más; y el dinero es sólo un dato que se menciona culposamente al pasar, aun cuando es la sangre de estos nombres patricios.


Todo bien si la Costantini, por culpa o por no desafiar a su clase, no muestra el olor a bosta que hay debajo del perfume francés (la Bemberg en Camila patentizaba bien la hipocresía y la doble moral de los ricos, claro que aparte de plata tenía talento), pero y ¿el romance?


Poco ayuda la errónea elección de protagonistas. Sabrina Garciarena y Gonzalo Heredia son muy bonitos, pero parecen haber perdido varias clases del curso de actuación al que asistían. En especial en las que hablaban de manejo de personajes, intenciones dramáticas y comprensión de textos. Lloran mucho y con eso creen que manejan emociones. Llorar y no darle intención o contexto dramático al llanto es sólo un ejercicio de lagrimales.


Aunque pareciera, no les tengo envidia a los ricos. Salvo quizá los martes a la mañana, cuando tengo que levantarme a las seis para darle clase a una banda de adolescentes tan interesados en aprender inglés como en nadar en el pantano de los cocodrilos. Lo que extraño es cuando los ricos producían cine o patrocinaban políticos. Ya no les interesa ser mecenas, ahora quieren ser protagonistas. El 28 veremos si el electorado compra a De Narváez, que se vende a puro slogan como si fuera un nuevo yogur. Bah, total, si ya compraron a Macri. Va a estar lindo Buenos Aires, decía. Con la salud y la educación devastadas, no está nada lindo Buenos Aires. Cuatro canteros con flores en Palermo y unos suculentos negocios que engordan las arcas privadas no bastan para ponerla “linda”. En cuanto a la Costantini, ya que se pagó una película, que se pague también unas críticas. Va a ser la única forma de disimular una mediocridad tan flagrante.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

domingo, 7 de junio de 2009

Bellamy

¡Por fin Chabrol y Depardieu juntos! El slogan de este film bien podría ser: Dos potencias del cine francés se saludan. Durante años planearon hacer una película juntos, pero coincidir en proyectos y esquemas laborales les resultó complicado. Gerard Depardieu es uno de los actores más prolíficos del cine. Claude Chabrol, para nuestro beneplácito, nos entrega un nuevo film todos los años. Por suerte, un día se pusieron firmes, et voilà.

Chabrol eligió para Depardieu un personaje y un argumento de Simenon, pero, travieso y juguetón, transformó a Depardieu en su alter ego, pidiéndole que corporice aspectos de su personalidad y comportamiento.

Y así Bellamy es un oso sabio, mórbido, sensual, romántico, celoso, egoísta, amigo de la buena mesa; respira y camina con dificultad, dormita cuando hace palabras cruzadas o ve televisión, está a un paso del alcoholismo y tiene mucha suerte.

Bellamy, un inspector de policía, está pasando sus vacaciones en la campiña francesa y acepta un caso para no llevar a su mujer en un crucero porque odia viajar. El caso, en realidad, es su segunda excusa; antes se había asegurado la visita de su problemático hermano.

Es un film profundo y maravilloso, estructurado en su mayor parte en base a escenas con no más de tres personajes por vez. En una primera lectura, los vericuetos del caso reflejarán los conflictos de Bellamy con su mujer y su hermano.

Es un film que exige que estemos descansados y atentos. Cuántos más detalles podamos percibir, mayor será nuestra recompensa al final. Porque cuando el film termine, habrá una hermosa cita de Auden que desatará un laberinto de espejos, abrirá un juego de cajas chinas; lo resignificará todo.

Simenon y Chabrol comparten un interés morboso más por los personajes que por la trama. Ésta cerrará con todos los moños en su lugar, pero lo importante será desnudar comportamientos, revelar contradicciones.

Los homenajes son un reconocimiento, pero fundamentalmente son un agradecimiento. Hay tanta ecuanimidad y amor en este film que Chabrol se permitió unos cuantos homenajes. Hay uno explícito, el film está dedicado “a los dos Georges” (Simenon y Brassens), pero el título (como se lo señalara un entrevistador) es un transparente juego de palabras con Bel Ami, la novela de Maupassant que alguna vez adaptara Chabrol. Se recuerda también a Tchaicovsky, hombre torturado y inclinado a la autodestrucción como algún que otro personaje que anda por aquí. Y claro, la autocelabración de poder seguir ejerciendo su arte y la alegría de al fin contar con Depardieu.

Los aspectos técnicos son impecables y luminosos. Todos y cada uno de los actores están maravillosos. Los que a veces esperamos que el cine nos dé algo más que entretenimiento quedaremos felices.

En resumen, lo más cercano a la genialidad que se haya visto este año.

Un abrazo,
Gustavo Monteros