sábado, 7 de febrero de 2009

El extraño caso de Benjamin Button

Francis Scott Fitzgerald es un gran novelista norteamericano. Es el autor de El gran Gatsby y Tierna es la noche, novelas ejemplares que bordean la perfección. Cuentan sus biógrafos que escribió El extraño caso de Benjamin Button a las apuradas para venderlo a una revista y hacerse de unos dólares. Concluyen que es un cuento interesante, pero deficientemente ejecutado, que la adjetivación es imprecisa y la caracterización muy precaria. Parte de una idea seductora. Si la niñez y la vejez necesitan de la ayuda de otros para poder sobrevivir, ¿por qué no invertir la norma?, ¿por qué no plantear el caso de un hombre que nace viejo y muere hecho un bebé?


Vi las colas de El extraño caso de Benjamín Button en agosto cuando fui a ver Mamma mia! Las imágenes me sedujeron. Y el director David Fincher (Aliens 3, Seven, El club de la pelea, La habitación del pánico, Zodíaco) era garantía de buen espectáculo.

Llegué al cine con grandes expectativas. Me senté entusiasmado. Los primeros 15 minutos satisfacían las expectativas. Y al minuto 16…


Uno establece con un film, un libro, una obra de teatro, un cuadro, una ópera, etc. una relación que admite la comparación con un vínculo afectivo. Uno comienza una relación con deslumbramiento y la esperanza de que sea algo satisfactorio y duradero. Eso a veces se confirma y uno encuentra el rostro que completa nuestra moneda y es el inicio de una felicidad eterna. Pero otras veces se produce el momento revelador en que uno descubre que, por más buena que sea la otra persona, nunca congeniaremos del todo y que es mejor terminar la relación antes de que sea demasiado tarde. De ahí que supe en el minuto 16 que El extraño caso de Benjamín Button no era una película para mí.


David Fincher logra una destreza visual envidiable. Todas y cada una de las secuencias que pueblan los 167 minutos de proyección son hermosas. Pero para mí, un cuadro sin contrastes, por más luminoso que sea, no me conmueve.
La historia no tiene progresión dramática. Prima lo narrativo, novelístico sobre lo dramático o teatral. Y para mí, una historia que no expone conflictos me deja indiferente.



Todos los personajes saben vivir o se benefician rápidamente de las lecciones que les da la vida. La bondad les es afín, desconocen la maldad. A mí, los personajes tan unívocos no me atraen.



Todo el tiempo declaman frases que podrían convertirse en lemas de vida. A mí me dejan afuera cuando me predican mucho y no me dejan elaborar nada.
La historia es una sucesión de anécdotas que podrían propagarse al infinito. Se nota mucho que el guionista es el mismo de Forrest Gump. Son innumerables los paralelos que pueden establecerse entre este guión y el del film de Robert Zemeckis y Tom Hanks, lo que me dejaba la sensación de que ya había visto esto antes, y mejor.



Y aunque me gane la inquina de las muchachas y muchachos adherentes a Brad Pitt, debo ser sincero y decir lo que pienso. Jamás podré negar que es una auténtica estrella cinematográfica y que es de buen ver el hombre, pero como actor es muy malo. Tiene problemas técnicos básicos y a esta altura de su carrera, insalvables. La noción de personajes y la ejecución de conflictos le son naturalmente ajenas. Ni siquiera puede reaccionar o adaptarse a lo que le dan sus colegas. Si ven este film, presten atención a cuando vuelve de la guerra o cuando lo dejan solo después de la fiesta teatral en Nueva York. Es la inexpresividad hecha persona.
Y cuando Cate Blanchett de luz a su hija, dan ganas de zamarrearlo para que dé algo parecido a una reacción humana. A veces se esfuerza tanto que su rostro registra emociones, pero son tan breves y forzadas que no tienen peso.
Una actuación es tanto lo que el actor da como lo que el público está dispuesto a creer. Los adherentes a su lindura están dispuestos a creerle cualquier cosa, pero si toman una mínima distancia comprobarán que todo lo ponen ellos, que él no da nada.
Aquí el maquillaje ayuda mucho, pero cuando el guión o la dirección lo ponen a prueba, demuestra una orfandad actoral vergonzante.



Cate Blanchett en un relato mayoritariamente descriptivo es poco lo que puede hacer y la salva el oficio. La única que se luce es Taraji P. Henson, una actriz negra que hace de la madre adoptiva. Pone en juego una humanidad contundente que la hace muy conmovedora. Quizá porque para ella era hacerse notar y conseguir otros trabajos o pasar desapercibida y desocupada el resto de su carrera. El hambre de gloria siempre ayuda.



En mi modesta opinión, la catarata de nominaciones para el Óscar que recibió este film es una celebración a la capacidad técnica alcanzada por la industria. Los envejecimientos y rejuvenecimientos de los personajes y el embellecimiento de las imágenes son logros técnicos notables y verosímiles. Hacen bien en felicitarse y celebrarse. En algún momento los utilizarán de un modo que nos deslumbre y conmueva a todos.




Cada creador concreta su obra como se le dé su talento o su momento. Usa elementos que nos hace comulgar con él o ser sus ateos.
Mucha gente aceptará las convenciones utilizadas en El extraño caso de Benjamín Button y la amará.
A mí sólo me dio tedio, fastidio y una desesperante sensación de estar atrapado en un limbo. Aunque parezca angustiante, en el fondo no lo es, simplemente no era un film para mí.
Es como a esas personas a las que le deseamos lo mejor, pero nos bendecimos por no habernos unidos a ellas, porque a pesar de sus virtudes, nuestra vida hubiera sido un infierno.
En resumen, pasé 167 minutos horribles, pero por suerte ahora liberado, puedo comenzar a olvidarlos convenientemente.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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