sábado, 28 de febrero de 2009

Vicky Cristina Barcelona

Después de todo, para ser original quizá no se trate de hacer algo único que no se parezca a nada, si no de hacer algo que se parezca a todo y la vez sea único. A Woody Allen como a Shakespeare o a Borges se le puede rastrear las influencias y hasta el origen de las ideas, pero aunque se les desbroce cada coma o se les desmalece cada imagen, siguen siendo únicos e irrepetibles.


En Vicky Cristina Barcelona, Allen mezcla norteamericanas de pura cepa con experimentados europeos y se inscribe en la tradición inaugurada por Henry James. Reformula Design for living (Esquemas de vida) de Nöel Coward para dar cuenta de la esencia del amor entre artistas bohemios; como Truffaut usa un narrador para dar pistas y circunscribir escenas; y la conclusión es un nuevo canto de amor a la filosofía de Ingmar Bergman. Y por eso o a pesar de todo eso, es un Woody Allen legítimo y original.


Después de su período londinense (Match Point, Scoop, El sueño de Casandra) en el que partió de relatos policiales para explorar sus ideas, vuelve a la comedia sentimental celebrando el sol de España que ilumina incomparable la belleza natural y arquitectónica de Barcelona y Oviedo.


La anécdota es sencilla, hay mucho devaneo amoroso, con constante tironeo entre opuestos (la conformidad burguesa o la libertad caótica bohemia, el raciocinio o el sentimiento, la sujeción o la libertad), hasta llegar a una conclusión bergmaniana: quizá el hombre no nació para la felicidad. Por más que la desee, ella es tan esquiva como la luz. Pero no hay desesperanza o desaliento en su visión. La vida es muy hermosa y merece ser vivida.


El sol de España parece haberle encendido la sangre y vuelve a escribir con la cámara y supera su tendencia de pararla frente a los actores para que registre, inexpresiva, el diálogo.


Como siempre, el elenco es uno de los lujos que se permite Allen. Javier Bardem es un actor prodigioso que seduce hasta los huesos desde su aparente fealdad. Scarlett Johansson es sensual hasta cuando te da el vuelto. Penélope Cruz desde el Volver de Almodóvar ha descubierto una mediterraneidad à la Loren que la hace más apetecible y la aleja del estereotipo de la españolita caliente. Rebecca Hall, mujer al fin, ante tanta competencia le saca filo a su encanto como quien no quiere la cosa, con la naturalidad de la que se pinta los labios.


La luminosidad es omnipresente, destierra las sombras de los recovecos de la trama y hasta los dobleces de los personajes destellan. La conclusión puede ser amarga, pero uno sale con una sonrisa. Una síntesis nada desdeñable. La superación de los opuestos que se asocia con la madurez.


No es una película de la que uno se enamore, pero deleita verla y se la recuerda con simpatía, como a un romance de verano.

Un abrazo
Gustavo Monteros

viernes, 20 de febrero de 2009

Frost/Nixon

El Donmar y Michael Grandage aparecen a las apuradas y de compromiso en los créditos, sin embargo fueron fundamentales para que este film existiera.


El Donmar es un teatrito independiente (es decir no estatal ni comercial) de Londres, que bajo la dirección de Grandage alcanzó preeminencia por la audacia de su repertorio y la creatividad de sus puestas. Atrajo a figuritas y figurones (Nicole Kidman, Judi Dench, Maggie Smith, Kenneth Brannagh, Kim Catrall, Ewan McGregor, etc.) quienes descubrieron que tenían un espacio en el que poder experimentar sin la presión de obtener actuaciones descollantes y críticas ditirámbicas (como cuando trabajan en teatros oficiales) o éxitos rutilantes de taquilla (como cuando trabajan en teatros comerciales).


Un artista necesita desembarazarse de las presiones para experimentar libremente. Necesita saber también que puede equivocarse. Arriesgarse conlleva la posibilidad de la equivocación. Así que figuritas y figurones se ofrecen para ir al Donmar o saltan en una pata, dejan todo y salen corriendo si los llaman. Otro ejemplo, en breve Jude Law hará su primer Hamlet en el Donmar.


Frost/Nixon nació en el Donmar como un proyecto de lo que se llama “verbatim theatre”. En este tipo de teatro, se parte de un hecho real: un juicio, una conferencia, una entrevista, etc. Se toman las transcripciones textuales y con el mínimo de licencias dramáticas posibles se arma una obra de teatro.


En este caso, Grandage y Peter Morgan, el autor, toman la histórica entrevista (para ellos, a nosotros no nos fue ni nos vino) que le hiciera David Frost al ex presidente Nixon, en la que terminó aceptando su responsabilidad en el mentadísimo Watergate.


El proyecto comenzó como “verbatim”, pero concluyó en una obra hecha y derecha, porque Morgan y Grandage descubrieron que las circunstancias que llevaron a la entrevista eran tan apasionantes como la entrevista en sí, y como había que crearlas, la obra ya no podía considerarse “verbatim”.


Y así, en el resultado final, si bien el eje es la entrevista, los prolegómenos no carecen de interés. Por ejemplo, la entrevista casi no se hace, al no lograr interesar a ninguna cadena televisiva, Frost la terminó pagando de su bolsillo. Sabremos también que Frost, un conductor de programas frívolos, era el menos indicado para sacarle algo jugoso a Nixon. Sin embargo lo logró y el suspenso radica en cómo lo hizo.


Peter Morgan ya husmeó en bambalinas con La Reina de Stephen Frears. Allí el interés estaba en ver como Isabel II (Helen Mirren, the great) por la presión popular manda al carajo el protocolo y le da a Lady Diana exequias de princesa, que ya no le correspondían por estar divorciada del cara de bobo de Charles. Confieso que fui a ver La Reina por amor a Helen Mirren. Me importaban tres soretes los vericuetos por los cuales la reina conservó su valor icónico en el pueblo inglés al hacer lo que hizo. Sin embargo, el ver toda esa gente en ruleros y calzoncillos, con sus fobias, sus cortedades, sus rencores y generosidades me atrapó y pasé una hora y media de lo más entretenida.


Aquí me pasó otro tanto. Me senté y me pregunté: ¿a mí qué mierda me importan Frost, Nixon y el Watergate? Pero al ratito estaba enganchado. Es interesante ver lo importante que son los laderos de esta gente; comprobar cómo se relacionan, piensan y sienten en la intimidad estas personas que manejaron destinos o que están siempre en control con una cámara encendida.


Ron Howard vio en Londres la puesta de Michael Grandage y la compró ya hecha, lista para llevar. Se trajo el impresionante duelo actoral de Langella y Sheen, puso caripelas conocidas en los secundarios (Sam Rockwell, Kevin Bacon, Oliver Platt, Rebecca Hall y Toby Jones), y marche una nominación para el Óscar por un drama serio y (¡oh, qué rareza en el reino del pochoclo!) adulto.


Howard se arriesgó a respetar la decisión más audaz de Grandage: el Nixon de Langella. Frank Langella no hace una caracterización formal de Nixon, es decir no se pone 15 kilos de maquillaje ni 22 máscaras de látex para parecerse a Nixon. No, procuró evocarlo por la voz y la postura corporal. Obviamente yo a Nixon no lo tengo ni ahí, pero los yanquis y los ingleses dicen que le sale igualito. Lo que sí uno le puede aplaudir es el inmenso arte que vuelca en su actuación. Michael Sheen (que fuera el Tony Blair de La Reina y que no es pariente de Martin, Charlie y los demás Sheens yanquis) no le va a la zaga en esto de actuar como los dioses. Es un placer verlo exponer las grandezas y miserias de su personaje.


Cuando era chico daban un programa de tele en el que Alfredo Barbieri payaba y Don Pelele estaba sentado a su lado. De tanto en tanto, Don Pelele decía: “No sé vaya a olvidar del perro”, porque quería que Barbieri incluyera al perro en lo que estaba payando. Cuando lo veo a Ron Howard llenándose la boca con los logros artísticos que obtuvo con Frost/Nixon, me dan ganas de emular a Don Pelele y decirle: Ron, no se vaya a olvidar de Michael Grandage.


Un abrazo

Gustavo Monteros

lunes, 16 de febrero de 2009

Milk

Hallmark tiene una sección que se llama Historias Verdaderas, en la que presenta inspiracionales films para teve que son los herederos directos de esa vieja sección de Selecciones del Reader’s Digest, que tenía títulos tales “Como aprendí a vivir con un riñón”, “Cómo sobreviví a la plaga de cucarachas” o “Ya casi no extraño a mi mano” (esta última sería una biografía autorizada de Scioli). Gust Van Sant sin duda ambicionó otra cosa con Milk (que no es la historia de “La Vaca Estudiosa”, sino la de Harvey), pero no le salió como esperaba.


Harvey Milk fue el primer homosexual electo para un cargo público. Vivía en Nueva York en el clóset (o sea ocultaba su identidad sexual). Para festejar su cumpleaños se levanta a James Franco. Y si París bien vale una misa, parece que James Franco bien vale salir del clóset, largar todo, incluso alguna pluma, y mudarse a San Francisco. Van a vivir al Castro, un barrio gay friendly como se dice ahora. Ponen un kiosquito de venta de rollos de fotos. El día de la inauguración es discriminado por otro comerciante. Funda una liga de comercio para defender los derechos de los comerciantes homosexuales, después de todo si el barrio es mayormente gay, no tienen por qué ser maltratados. Y como una cosa lleva a la otra, termina siendo candidato para concejal municipal. Llegar a ser electo no será fácil, en el medio hartará a James Franco que lo abandonará, tendrá un tormentoso romance con Diego Luna que terminará mal, y despertará el funesto resentimiento de un concejal colega (Josh Brolin) que, según da a entender Van Sant, es un homosexual reprimido.


El espectador medio yanqui, el que vive en Texas, republicano de corazón y adherente fervoroso de los Bush, odia a los judíos, a los negros y a los homosexuales. De allí que haya que recordarle de tanto en tanto que su odio es irracional y que ser patriota, temeroso de Dios, defensor de la justicia por mano propia y oidor del himno con la mano en el corazón no le da derecho a no respetar a los que no son como él. Por supuesto, ésta es una simplificación humorística, que por desgracia a veces es demasiado cierta.


Gus Van Sant se propuso llegar a ese espectador medio, contarle la vida de este hombre sin ofenderlo ni disgustarlo. Pero se le fue la mano. Este Milk en política parece más santo que San José y en lo personal es más remilgado que Doris Day cuando defendía su virginidad de los manotazos de Rock Hudson (esto en los 70, en San Francisco, el epicentro de la revolución sexual gay parece medio increíble). En su intención de hacerlo asequible y comprensible, Van Sant lo santifica, lo sacraliza, lo vuelve al clóset, como decía un crítico inglés.


Lo que sí es interesantísimo es ver como los homosexuales, al igual que la chica de Virginia Slims, pueden decir: Has recorrido un largo camino. Comprobar que lo que sostenía Anita Bryant (un personaje fundamental en el film) no era la excepción sino la regla (al revés de lo que ocurre hoy por suerte) espanta.


Sean Penn está estupendo como siempre, y a pesar de todo su desparramo histriónico, se le nota mucho que, tal como está armado su personaje, no tiene mucha variación. Es como el clásico de Tom Jobim: Samba de una sola nota.


Lo de Brolin es muy bueno y lo que le pasa a su personaje en su relación con Milk es lo más interesante del film. Bien, Diego Luna, aunque su personaje parece escrito como para Andrea del Boca.


Y James Franco, no seas botón, no te pasees por los programas estilo Intrusos (pero yanquis) diciendo que Van Sant te contó en secreto que Sean Penn le pedía más escenas de sexo con vos. No te agrandés porque no sos tan irresistible. Por ahí se trataba solamente de que Sean Penn se había dado cuenta de que todo era muy llano y descolorido. Además con tu “humorada” denuncias un mensaje opuesto al de la película, el de tener temor. Pero no te preocupes, si te tachan de homosexual, no te van a discriminar, porque personajes como Milk se preocuparon para que no lo hicieran.


En resumen, no es una mala película, pero lo que pudo ser El Toro Salvaje gay, terminó siendo "Cómo aprendí a defender los derechos homosexuales". No es poco, pero no alcanza.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

viernes, 13 de febrero de 2009

Slumdog Millionaire


En la historia del cine, pocas tramas han sido tan transitadas como la de cenicienta. No me refiero, claro está, a la transposición literal de fregona-baile-zapatito-príncipe sino a la reelaboración de sus componentes básicos.


Para dar dos ejemplos más o menos recientes con protagonistas masculinos, mencionaremos Rocky y Billy Elliot.


Lo esencial de la fórmula es rescatar a la o el protagonista, a través del amor o del dinero, de un oscuro destino.


Como tan bien aprendimos con Billy Elliot, cuanto más miserable, asfixiante, desesperada es la condición de la que huyen, más conmovedor es que logren sus objetivos. Y cuantos más escollos en contra tengan que superar, mejor. Ante un pobre diablo que tiene todo en contra, nuestra identificación o adhesión es completa.


Durante la primera hora, los protagonistas de Slumdog millionaire acumulan tantas desventuras que es imposible no entregarles nuestro corazón.


Un pobre desgraciado, rico en experiencias de vida, pobre de bagaje cultural, está a punto de alzarse con el premio mayor de la versión india de ¿Quieres ser un millonario? Dos policías, tortura incluida, procuran averiguar si hace trampa. El muchachito comenzará a contar su vida y aparecerá el artilugio que tenemos que aceptar sí o sí para disfrutar de la historia. Este joven es más bruto que un arado, pero cada pregunta que le hacen en el concurso remite a una situación dolorosa de su pasado que le garantiza la respuesta. La justificación para este artilugio aparecerá en el último subtítulo y tendrá que ver con la religión musulmana. Si aceptamos esta convención, el film nos deparará sólo placer.


Toulouse Lautrec decía que tenía más valor pintar la flor que crece en el barro. Y Danny Boyle hace honor a esa premisa. El film transcurre en las zonas más pobres de la India, y Boyle encuentra belleza sin ser pintoresquista, condescendiente o paternalista. Chapeau!


Y como bien lo demostrara en Millones sabe dirigir como nadie niños actores, hace que jueguen escenas dificilísimas con una entrega y precisión remarcables.


El Óscar es el premio de la industria cinematográfica yanqui y refleja los vaivenes de la realidad política, social y cultural en el que está inserto. En períodos conservadores, nominan y premian films conservadores. En períodos más progresistas gana gente como Woody Allen, etc. En el primer año de la era Obama, harán honor al discurso de asunción del primer presidente negro y premiarán a Slumdog millionaire. Al margen de la corrección política, y teniendo en cuenta sus contendientes (1) se lo merece. Con creces. Es un film inolvidable, muy humano y conmocionante.


Y si nos alegra que la fregona se calce el zapatito de cristal y se gane el príncipe es porque en este lado del paraíso, todos somos cenicientas y nos lavamos todos los días los pies, con la esperanza de que hoy por fin el zapatito nos calce y el premio mayor sea nuestro. Quien sabe, por ahí hoy es el día.


Y si creen que les conté el final, se equivocan, nada es lo que parece, porque como nos enseña el tango, el éxito y el fracaso son dos impostores y a la larga no importan.


No se lo pierdan, dejen todo, salgan corriendo y véanla. Me lo agradecerán. Es de esas historias que se atesoran por siempre. Y si van al cine una vez al año, ésta es la película que hay que ver.


(1) Milk es una biografía fallida que santifica a su protagonista; Frost/Nixon es una buena obra de teatro filmada, Howard compró una puesta hecha y se limitó a buscar un punto de vista para la cámara; El extraño caso de Benjamín Button es un bodrio de la industria, sólo defendible por los adelantos técnicos que exhibe; El lector promueve debates por las razones equivocadas, hay demasiado glamour en su dudosa visión del Holocausto.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

sábado, 7 de febrero de 2009

El extraño caso de Benjamin Button

Francis Scott Fitzgerald es un gran novelista norteamericano. Es el autor de El gran Gatsby y Tierna es la noche, novelas ejemplares que bordean la perfección. Cuentan sus biógrafos que escribió El extraño caso de Benjamin Button a las apuradas para venderlo a una revista y hacerse de unos dólares. Concluyen que es un cuento interesante, pero deficientemente ejecutado, que la adjetivación es imprecisa y la caracterización muy precaria. Parte de una idea seductora. Si la niñez y la vejez necesitan de la ayuda de otros para poder sobrevivir, ¿por qué no invertir la norma?, ¿por qué no plantear el caso de un hombre que nace viejo y muere hecho un bebé?


Vi las colas de El extraño caso de Benjamín Button en agosto cuando fui a ver Mamma mia! Las imágenes me sedujeron. Y el director David Fincher (Aliens 3, Seven, El club de la pelea, La habitación del pánico, Zodíaco) era garantía de buen espectáculo.

Llegué al cine con grandes expectativas. Me senté entusiasmado. Los primeros 15 minutos satisfacían las expectativas. Y al minuto 16…


Uno establece con un film, un libro, una obra de teatro, un cuadro, una ópera, etc. una relación que admite la comparación con un vínculo afectivo. Uno comienza una relación con deslumbramiento y la esperanza de que sea algo satisfactorio y duradero. Eso a veces se confirma y uno encuentra el rostro que completa nuestra moneda y es el inicio de una felicidad eterna. Pero otras veces se produce el momento revelador en que uno descubre que, por más buena que sea la otra persona, nunca congeniaremos del todo y que es mejor terminar la relación antes de que sea demasiado tarde. De ahí que supe en el minuto 16 que El extraño caso de Benjamín Button no era una película para mí.


David Fincher logra una destreza visual envidiable. Todas y cada una de las secuencias que pueblan los 167 minutos de proyección son hermosas. Pero para mí, un cuadro sin contrastes, por más luminoso que sea, no me conmueve.
La historia no tiene progresión dramática. Prima lo narrativo, novelístico sobre lo dramático o teatral. Y para mí, una historia que no expone conflictos me deja indiferente.



Todos los personajes saben vivir o se benefician rápidamente de las lecciones que les da la vida. La bondad les es afín, desconocen la maldad. A mí, los personajes tan unívocos no me atraen.



Todo el tiempo declaman frases que podrían convertirse en lemas de vida. A mí me dejan afuera cuando me predican mucho y no me dejan elaborar nada.
La historia es una sucesión de anécdotas que podrían propagarse al infinito. Se nota mucho que el guionista es el mismo de Forrest Gump. Son innumerables los paralelos que pueden establecerse entre este guión y el del film de Robert Zemeckis y Tom Hanks, lo que me dejaba la sensación de que ya había visto esto antes, y mejor.



Y aunque me gane la inquina de las muchachas y muchachos adherentes a Brad Pitt, debo ser sincero y decir lo que pienso. Jamás podré negar que es una auténtica estrella cinematográfica y que es de buen ver el hombre, pero como actor es muy malo. Tiene problemas técnicos básicos y a esta altura de su carrera, insalvables. La noción de personajes y la ejecución de conflictos le son naturalmente ajenas. Ni siquiera puede reaccionar o adaptarse a lo que le dan sus colegas. Si ven este film, presten atención a cuando vuelve de la guerra o cuando lo dejan solo después de la fiesta teatral en Nueva York. Es la inexpresividad hecha persona.
Y cuando Cate Blanchett de luz a su hija, dan ganas de zamarrearlo para que dé algo parecido a una reacción humana. A veces se esfuerza tanto que su rostro registra emociones, pero son tan breves y forzadas que no tienen peso.
Una actuación es tanto lo que el actor da como lo que el público está dispuesto a creer. Los adherentes a su lindura están dispuestos a creerle cualquier cosa, pero si toman una mínima distancia comprobarán que todo lo ponen ellos, que él no da nada.
Aquí el maquillaje ayuda mucho, pero cuando el guión o la dirección lo ponen a prueba, demuestra una orfandad actoral vergonzante.



Cate Blanchett en un relato mayoritariamente descriptivo es poco lo que puede hacer y la salva el oficio. La única que se luce es Taraji P. Henson, una actriz negra que hace de la madre adoptiva. Pone en juego una humanidad contundente que la hace muy conmovedora. Quizá porque para ella era hacerse notar y conseguir otros trabajos o pasar desapercibida y desocupada el resto de su carrera. El hambre de gloria siempre ayuda.



En mi modesta opinión, la catarata de nominaciones para el Óscar que recibió este film es una celebración a la capacidad técnica alcanzada por la industria. Los envejecimientos y rejuvenecimientos de los personajes y el embellecimiento de las imágenes son logros técnicos notables y verosímiles. Hacen bien en felicitarse y celebrarse. En algún momento los utilizarán de un modo que nos deslumbre y conmueva a todos.




Cada creador concreta su obra como se le dé su talento o su momento. Usa elementos que nos hace comulgar con él o ser sus ateos.
Mucha gente aceptará las convenciones utilizadas en El extraño caso de Benjamín Button y la amará.
A mí sólo me dio tedio, fastidio y una desesperante sensación de estar atrapado en un limbo. Aunque parezca angustiante, en el fondo no lo es, simplemente no era un film para mí.
Es como a esas personas a las que le deseamos lo mejor, pero nos bendecimos por no habernos unidos a ellas, porque a pesar de sus virtudes, nuestra vida hubiera sido un infierno.
En resumen, pasé 167 minutos horribles, pero por suerte ahora liberado, puedo comenzar a olvidarlos convenientemente.

Un abrazo,
Gustavo Monteros