lunes, 30 de junio de 2008

Nunca comprarás mi amor

¿Pudo Hollywood alguna vez producir una comedia dramática original a la manera de Ibsen o Shaw, con un argumento que progresara no sólo por los conflictos de personajes carismáticos sino que discurriera ideas también? ¿Pudo James Garner, ese espléndido comediante mezcla rara de Cary Grant, James Steward y Burt Reynolds (porque tenía el timing y la elegancia actoral de Cary, la naturalidad y simpatía de Jimmy y el físico rotundo de Burt) corporizar un canalla hecho y derecho que tuviera sin embargo toda la razón? ¿Pudo Julie Andrews, antes de ser sacralizada como ente angelical por las novicias rebeldes y las mary poppins que le tocaron en suerte, interpretar a una mujer sensual normal con apetitos carnales que satisfacía noblemente? (Debido a esta película, durante años Sammy Davis Jr. hizo este chiste: que Julie Andrews era la única estrella cinematográfica que había tenido sexo antes de ser oficializada virgen universal). ¿Pudo el gran Melvyn Douglas conmover con un personaje tan enfermo como equivocado? ¿Pudo James Coburn redondear un papel secundario compacto que lo perfilaría como un futuro protagonista muy interesante? ¿Pudo Paddy Chayefsky, el rey del naturalismo cinematográfico gracias a Marty y Banquete de Bodas (The Catered Affair) afilar la punta del lápiz y superar su realismo tan efectivo como pedestre? ¿Pudo Arthur Hiller, un artesano correcto, elevarse de su medianía y volar a la altura de este proyecto? La respuesta a todos estos interrogantes es un Sí unánime. Se llama Nunca Comprarás Mi Amor (The Americanization of Emily) y la da mañana a las 17:30 TCM.


A pesar de ser un éxito de público y crítica no se reestrenó, como era el hábito comercial de entonces ni se pasó mucho por tele. Idéntico destino sufrió Cortina Rasgada, en la que Julie Andrews retozaba alegremente en la cama nada más ni nada menos que con Paul Newman en el pináculo de su lozanía. Torn Curtain no era el mejor de los Hitchcocks, pero junto con La Ventana Siniestra ofrecía las escenas más perfectas de la salvación por un pelo Hitchcockoniana. Si en Rear Window, Jimmy Steward se salvaba de que Raymond Burr lo matara encegueciéndolo con el flash de su cámara fotográfica; en Torn Curtain, Paul, sentado con Julie en un teatro viendo ballet, rodeados por media KGB y casi todo el ejército rojo, evita que terminen en Siberia, gritando “fuego” y provocando una estampida feroz.


El chusmaje de los historiadores de cine dice que tanto Nunca Comprarás Mi Amor como Cortina Rasgada fueron cajoneadas por pedido de la Disney y de la Fox para ocultar el pasado pecaminoso y sexual de la Andrews. Es que tanto Mary Poppins como La Novicia Rebelde eran dos minas de oro que producían enormes dividendos con cada reestreno y relanzamiento y había que preservar la asexualidad de la Andrews.


¡Pobre Julie! Años después tuvo que pasar por la ignominia de un topless cómico en S.O.B. (iniciales de son of a bitch, que aquí como reinaba la censura de la dictadura militar se llamó Se Acabó el Mundo, y los turgentes senos de Julie más otros momentos picarescos que protagonizaba fueron más adivinados que vistos), ser cuerneada por Bo Derek en 10, la mujer perfecta y ser travestida en Víctor-Victoria para recobrar algo de su sexualidad.


Pero ahora que reponen en teatro tanto Mary Poppins como La Novicia Rebelde, los directores de casting dicen que encontrar una actriz para la Poppins es relativamente sencillo por el disfraz y el paraguas volador, pero hallar una actriz para María Von Trapp que sea buena, dulce, candorosa, sin que parezca una reverenda pelotuda es toda una odisea,


Ésa bien puede ser la venganza de Julie Andrews.

Un abrazo,
Gustavo

domingo, 29 de junio de 2008

Mujer o demonio

Mañana a las 13hs si andan cerca de un televisor, sintonicen Retro, dan Mujer o Demonio ( Destry rides again), un clásico no muy conocido por estos pagos, o no todo lo conocido que se merece. Cuando ya era imposible vender a Marlene como una mujer misteriosa, hierática e indolente, cuando ya era posta que en esa línea era veneno de boletería, le exigieron un rotundo golpe de timón. Ella propuso ser la chica del saloon en algún buen western. La aparearon entonces con el eternamente terreno, simpatiquísimo James Steward y surgió esta maravilla. Es inolvidable por varios factores: la Dietrich da la actuación más vital y enjundiosa de su carrera; Jimmy compone al prototipo más perfecto de sus commonsensical characters, a los que lo condenaron casi a cadena perpetua; Frederick Hollander le compuso a Marlene una de sus canciones más bellas, a la que la diva convirtió en un himno y en uno de sus caballitos de batalla (The boys in the background); y por la galería de personajes secundarios, deliciosos como pocos.

Un abrazo

Gustavo Monteros

viernes, 20 de junio de 2008

Un secreto

La palabra SECRETO en el título de una novela, una obra de teatro o una película me despierta una curiosidad irreprimible y debo leer ese libro o ver esa obra o ese film. ¿Podré adivinar el secreto? ¿Estará el misterio a la altura de la expectativa creada? Esta compulsión me ha metido en más de un bodrio, pero me es imposible controlarla.


Eso sí, va siendo hora de que dejen de abusar en los títulos de la palabra SECRETO a secas y la adjetiven o la adornen un poco, puedo mencionar al menos 5 películas de distintas nacionalidades que se llaman El Secreto y otras tantas que se llaman Un Secreto.


Esta vez se trata de una película francesa de Claude Miller. Y es muy poco lo que puedo contar sin arruinarles la diversión de verla. Básteme decir que el secreto se origina en el seno de una familia judía francesa durante la segunda guerra mundial, que la guerra tiene algo que ver, pero que éste es en esencia un drama íntimo.


Ahora bien, ¿cómo responde este film a las preguntas que me obsesionan respecto a un SECRETO? Con aplastante rotundidad. Ni remotamente hubiera adivinado el secreto y cuando éste comienza a develarse se instala en la platea un bienvenido y desconcertante estupor. Y ¡sí!, el misterio satisface plenamente la expectativa creada.


El film se estructura en base a hechos ocurridos a lo largo de varios veranos, una primavera y un otoño. Normalmente cuando hay varias líneas temporales en un relato, el presente narrativo va en colores y el racconto en blanco y negro. Hay aquí una inversión a la norma. El presente narrativo va en blanco y negro y lo que se recuerda va en restallantes colores. Se trata de una elección muy afortunada porque el pasado es aquí el momento de la pasión y el presente sólo una consecuencia, y también porque cualquier secreto no hace sino palidecer la vida.
El film tiene una rareza y un detalle. La rareza: es muy frío. Formalmente es un melodrama, pero ante cada instancia conmovedora hay un deliberado distanciamiento emocional, como si se quisiera hacer pensar más que sentir. A Claude Miller le gusta narrar así. A las películas que más recuerdo de él, Lo Mejor de la Vida (La Meilleure Façon de Marcher), la historia de una manipulación que lleva a una humillación atroz y Betty Fisher y otras historias (Betty Fisher et autres histories), un rompecabezas policial sobre el inaprensible destino, la frialdad les venía como anillo al dedo. Pero aquí produce un extrañamiento incómodo. Uno ve escenas altamente conmovedoras, pero la puesta en escena nos dice todo el tiempo: no se conmuevan, sólo vean. Incomoda porque (aceptémoslo) un melodrama que no quiere emocionar es una contradicción de términos. El detalle: hay algunos diálogos muy artificiosos. Esto más que una crítica es un reconocimiento idiosincrásico. Los franceses tienen una tradición de dialogar escénicamente en un modo que a los rioplatenses nos parece rebuscado. Pensemos por un segundo en todos los films franceses que hemos visto y comprobaremos que esto es así.


En resumen, un muy buen film, muy frío, estupendamente actuado, con una buena historia y entretenidamente intrigante.


Existe un preconcepto muy difundido entre los críticos cinematográficos que dice que los italianos hacen films ruidosos y viscerales, que los españoles sólo piensan en escandalizar, que los ingleses sorprenden por una vitalidad insospechada en ellos y que los franceses a la hora de filmar son elegantes y distantes. Si se acepta esto, estamos entonces ante un nuevo ejemplo del “típico gusto francés”.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

sábado, 14 de junio de 2008

Aniceto

Leonardo Favio, como cineasta, es un artista verdadero. Sólo es fiel a sí mismo. Y Dios lo bendiga o lo perdone, no le tiene miedo a nada. Es audaz, atrevido, lúcido, original, innovador, libre de ataduras, prejuicios o preconceptos, pero también cursi, pedante, plagiario, pomposo, adocenado, obvio. Ninguna de sus películas (Crónica de un niño solo; El romance del Aniceto y la Francisca; El Dependiente; Juan Moreira; Nazareno Cruz y el lobo; Soñar, soñar; Gatica, el Mono; Perón, sinfonía del sentimiento) es impecable. Todas tienen un momento que provoca risitas burlonas, da un poco de vergüenza ajena o despierta el saludable y liberador bostezo. Pero cuando la pega es lisa y llanamente genial. Como si Dios o el universo le hubieran confiado un secreto que él se empeña en ignorar, pero que cuando se descuida se le escapa y lo comparte con todos.

Con Aniceto, vuelve a visitar El Cenizo, el cuento de su hermano Zuhair Jury. Es una historia sencilla de amores, traiciones y gallos de riña. Antes la hizo en blanco y negro y con actores, Federico Luppi, Elsa Daniel, María Vaner (El romance del Aniceto y la Francisca). Ahora la hace en colores y con bailarines, Hernán Piquín, Natalia Pelayo, Alejandra Baldoni.

Como siempre, lo que hace es un poco inclasificable. Éste es tanto ballet filmado como un film con ballet. Por momentos hiperrealista, en otros surrealista. Por momentos hay un desequilibrio notorio entre sus ambiciones y sus logros, pero en otros, lo que cuenta se nos cuela en el alma y tanta belleza arrebatadora nos deja sin palabras.

Cuando el film termina, descubrimos que ya no somos multitud como en los tiempos de Juan Moreira, somos unos pocos gatos locos. Pero permanecemos sentados, nos demoramos, buscamos excusas para quedarnos un ratito más. Y no porque la película haya sido corta y el calorcito del cine incita la modorra. Sino porque de nuevo, y perdónenme el misticismo a la galleta, hemos sidos tocados por el ala del ángel.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

domingo, 8 de junio de 2008

El Sueño de Casandra

Con Cassandra's Dream, Woody Allen vuelve al drama policial como en Match-Point y Crímenes y Pecados. Lo que la diferencia de las anteriores es que ya no está presente el nihilismo, sino que la línea de pensamiento que sustenta el drama se relaciona más con lo shakespereano, por aquello de que una vez que el orden de las cosas ha sido roto, no habrá paz hasta que se reordene o se recomponga; o con los trágicos griegos, por aquello de que un hecho de sangre puede ocultarse, pero tarde o temprano habrá que enfrentar las consecuencias.

La anécdota es muy sencilla: dos hermanos, por sus ambiciones o sus debilidades, se ven en la obligación de solicitar ayuda económica a un tío rico. Dicho tío no tendrá problema en ayudarlos, siempre y cuando le hagan un pequeño favor: matar a un hombre que lo perjudica. Hacerlo o no hacerlo, ésa es la cuestión.

Si en varias de sus películas Allen homenajeó a maestros del cine (a Fellini en Recuerdos, a Bergman en Interiores y Comedia Sexual de una noche de verano, a Fritz Lang en Sombra y Niebla, etc.), aquí, inconscientemente al menos (ya que no lo ha declarado), parece celebrar al maestro francés Claude Chabrol. Lo acerca a Chabrol, la minuciosidad con que describe la vida cotidiana de los protagonistas, la línea narrativa directa, el uso de la banda sonora (Allen deja de lado esta vez su estimable colección de discos y recurre a los servicios de Philip Glass), las simpleza en el uso de la cámara y el escamoteo de los hechos sangrientos (van directamente en off).

A estos dos últimos aspectos, el punzante crítico de New Yorker, David Denby, los atribuye más a la manía de Allen de hacer un film en menos de dos meses que a una necesidad estilística. Lo acusa de vago por no planificar mejor para lograr secuencias más expresivas y de evitarse el arduo trabajo que demanda escenificar los crímenes. Ellos sabrán.

Tom Wilkinson y Ewan McGregor ratifican su estatura de buenos actores todoterreno. Pero la sorpresa la da Colin Farrell. Vendido por Hollywood como la alternativa caucásica a tanto galán rubión, Farrel le puso la cara a un desatino tras otro. Aunque a veces eligió bienintencionadamente, su actuación resultó estar más para la cachetada y el chiste, que para la aprobación o el aplauso. Aquí se despacha con una actuación creíble y conmovedora. Lo que no es poca cosa porque ya es sabido que Allen no es un director de actores cuidadoso y no le gustan las retomas. No olvidemos lo que contó Michael Caine en el reportaje del Actor's Studio. Cuando le comentó a un asistente de fotografía que por fin lo había llamado Woody Allen, el asistente le dijo: "Lo que quieras lograr con el papel, traelo listo de tu casa y exponelo todo en la primera toma, no te guardes nada para un nuevo plano porque no lo habrá, siempre hay uno por toma, y no experimentes esperando afirmarte en la tercera o cuarta toma porque, con suerte, podés llegar a la segunda si es que se le da por hacer una de seguridad." El querido Michael le llevó el apunte y obtuvo el Oscar (que le andaban negando) con Hannah y sus hermanas, por su actuación sensible, casi poética, de ese cincuentón querible al que el amor volvía un adolescente.

El Sueño de Casandra es una buena película, pero no está a la altura de Match-Point (más cuidada y redonda) y menos, a la de Crímenes y Pecados (una de sus obras maestras), pero son casi 100 minutos de entretenimiento inteligente, en los que uno dialoga con uno de los artistas más notables del siglo XX. Y vale para él, lo que decían de Hitchcock cuando yo era chico: el peor Hitchcock es mejor que ningún Hitchcock.


Un abrazo
Gustavo Monteros