viernes, 3 de octubre de 2008

El reino prohibido

Jackie Chan es una auténtica estrella cinematográfica. Quizá no sea un gran actor, aunque eso a nadie le interesa. Del mismo modo que a nadie desvelaba si Humphrey Bogart lo era o no. En cine, el magnetismo de una personalidad que nos compele a simpatizar con ella es a veces tan esencial como la mismísima cámara.

Entre los que lo conocen, basta que se diga Jackie Chan para que los rostros se deshagan en sonrisas y los ojos se iluminen con las reminiscencias de sus proezas.

Llegó al estrellato un poco por casualidad. Fue primero doble de riesgo y coordinador de combates de artes marciales. Un buen día terminó frente a la cámara, la cámara amó su inefable simpatía y aquí estamos todos sonriendo con cara de estar abriendo regalos.

No es casual que su película favorita sea Cantando bajo la lluvia, en la que el personaje de Gene Kelly obtiene su primer protagónico después de destacarse como doble de riesgo.

Consciente de que con su donosura o sex appeal no llegaría muy lejos, Chan tomó como referente a los cómicos del cine mudo que conoció en su niñez (Buster Keaton, Charles Chaplin y Harold Lloyd) y se abocó con pasión a la comedia física.

Sus gags no son los de la torpeza, si no los de la habilidad. Sus acrobacias son la celebración de la destreza humana, la exploración gozosa de lo que el cuerpo en movimiento puede lograr. La alegría con la que cabriolea lo emparenta con los héroes de la acción física, Errol Flynn, Burt Lancaster y Jean Paul Belmondo. En los films en los que es protagonista absoluto (a los productores yanquis les gusta ponerlo siempre con una contrafigura) no hay muertos ni sangre. Todo se resuelve a patadas y puñetazos limpios. Sus contrincantes y él se encuentran siempre en igualdad de condiciones, no es el héroe imbatible, cobra que da gusto y si logra imponerse es por su astucia y su imaginación. Le ha encontrado usos impensados a una silla, una escalera, un saco o un pantalón. Es el terror de las compañías de seguros, porque se arriesga mucho y a veces se lastima.

Los que han trabajado con él, toman la lira y le cantan loas de alabanza a su permanente buen humor, la bonhomía de sus bromas blancas a sus compañeros y a la felicidad con que hace su trabajo.

Los que no trabajaron aún con él, dan vueltas carnero en el aire cuando los llaman. Actores que habitualmente participan de proyectos “intelectuales” ponen como única condición tener una escena de humor o una pelea con Jackie para aceptar.

Recibe tributos inesperados. Steven Spielberg interrumpió una conferencia de prensa importante que se realizaba en un hotel porque desde el escenario vio pasar a Jackie por el lobby y quería su autógrafo. Como los fotógrafos lo siguieron, posó con Jackie y pidió por favor que le enviaran las fotos.

Los franceses, poco prejuiciosos a la hora de definir lo que es cultura, lo nombraron Caballero de las Artes y de las Letras, equiparándolo en honores con otros notables como Robert De Niro, Clint Eastwood o Jack Nicholson.

Anda amenazando con retirarse, dice que se está poniendo grande para esos trotes (nació en Hong Kong, el 7 de abril del ‘54), pero yo creo que su sabiduría en la comicidad se ha acrecentado tanto que la comedia de texto lo espera con los brazos abiertos. Él me contradice expresando que es probable que esto sea así, pero que su público de siempre se sentiría estafado si no desafía la lógica de la gravedad con una pirueta genial. (Claro, las palabras son mías, porque como todo verdadero grande además es modesto)

Mientras tanto está en nuestras pantallas con El reino prohibido. Un adolescente de nuestros días (Michael Angarano) es transportado a la China ancestral con la misión de devolver una vara al Rey Mono, convertido en estatua de piedra por el malvado General Jade (Collin Chou). Ayudarán al joven un monje borracho (Jackie Chan), un monje silencioso (Jet Li) y una chica apodada El Gorrión Dorado (Yifei Liu). Nada muy original, pero los adeptos al género de las artes marciales quedan muy satisfechos. Hay films que logran su cometido cumpliendo con lo que se espera de ellos. Lo que para el resto de los mortales son lugares comunes, los adeptos a un género determinado los ven como los pasos necesarios (y hasta imprescindibles) para que la historia se cuente bien y sea más disfrutable. Como todo film de explotación es un pastiche de cosas que funcionaron bien. Tiene algo de The karate kid, El tigre y el dragón, El señor de los anillos, y hasta de El mago de Oz. En las viejas épocas del programa doble (triple en algunos cines platenses) hubiera hecho un excelente aperitivo para el plato principal de una película clase A con todos los sabores.

Jackie, como siempre, devuelve el precio de la entrada. Es que se maneja con la ética del payaso (que a veces los actores “serios” olvidan): entretener por sobre todas las cosas.

En un momento, Jackie dice una línea que no es graciosa, pero con la que me reí mucho, porque por obvias razones, la imaginé el lema de vida de mis “alumnitos” de octavo y noveno: “El hombre que honra a su maestro, se honra a sí mismo”.
Los que no están yendo mucho al cine, no creo que rompan la racha yendo a ver un film de Jackie Chan. No se preocupen, El reino prohibido llegará pronto al DVD, legal o trucho. Mientras tanto, si no lo conocen, cuando se lo crucen en el cable, quédense con él. Las películas pueden ser obvias, tontas, formulaicas, pero pronto llegarán a una escena cómica o una pelea delirante y eso compensará el resto. Ya lo dijo el poeta Keats: A thing of beauty is a joy forever (Algo hermoso es una alegría para siempre).

Sé que esto más que una crítica es un homenaje y que más que una recomendación es un cúmulo de recomendaciones. Es que estoy seguro de que conocerlo equivale a simpatizar de inmediato con él y admirarlo. Habrá alguien a quien le caiga pésimo, pero encontrarlo debe ser tan difícil como ver una violeta de los Alpes en el Trópico.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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