viernes, 17 de octubre de 2008

El gran golpe

El gran golpe es el tipo de película que en la jerga cinematográfica anglosajona se denomina una “heist movie”. “Heist” en inglés es robo o atraco a mano armada, pero en la primera acepción es robo de una bóveda bancaria o de una caja fuerte, es decir un robo con la violación previa de algún mecanismo de seguridad.

Rififí (1955) de Jules Dassin, el film modélico sobre robos, no inauguró la tradición (en el cine mudo hay antecedentes de todo lo que vino después), pero llevó al subgénero a su primer pináculo de gloria.

En 1971 se robaron las cajas de seguridad de una sucursal del Lloyd’s Bank en un barrio de Londres. Se lo llamó el “walkie-talkie robbery” porque un radioaficionado oyó conversaciones entre un campana apostado fuera del banco y un ladrón que se suponía estaba dentro. El caso fue famoso porque a cuatro días de conocido el hecho, desapareció de todos los diarios de repente. Se rumoreó que el gobierno pidió que callaran la noticia porque comprometía la seguridad nacional.

Treinta y tantos años después, los detalles y las implicancias políticas siguen sin aclararse. Los guionistas Dick Clement y Ian La Frenais, y el director Roger Donaldson ensayan una solución mayormente plausible y muy interesante. La hipótesis central que manejan dice que una de las cajas de seguridad guardaba fotos comprometedoras de la princesa Margarita en pleno y gráfico menage à trois. En los ’50 y ’60 la princesa era una fiestera bárbara en constante tren de joda. A la hora del placer sexual, todos los colectivos la dejaban bien. Se retiraba a la isla de Jamaica y agitaba la matraca como loca. Al ser las fotos muy peligrosas, el gobierno se propuso rescatarlas a cualquier costa, haciendo honor de la famosa moral británica: no está mal hacer lo que sea, siempre y cuando no se entere nadie.

Las demás hipótesis de los creadores de este film implicarán a delincuentes de poca monta, voceros del poder negro que son en realidad tremendos criminales, damas de sociedad seducidas por la izquierda, espías, modelos, policías corruptos, reyes de la pornografía y políticos de renombre entregados a prohibidos placeres en burdeles de lujo.

En un comienzo la cosa es un poquito complicada y difícil de seguir. Hay muchos personajes y subtramas, pero después las fichas comienzan a caer en su lugar y uno puede armar el cuadro general con toda claridad.

El director Roger Donaldson tiene un probado oficio y manipula las cuerdas con destreza. Jason Statham se postula para el trono vacante de superhéroe de acción, ya que los que calzaban la corona están entrados en años y medio retirados para el género. Condiciones no le faltan, de pasado olímpico (fue saltador para el equipo de Gran Bretaña y participó de Barcelona ‘92) tiene presencia, carisma y una voz filosa. Tiene dos contras: es petiso y muestra una simpatía extraña que no termina de conectar con la platea. Como en toda película inglesa, los secundarios, del primero al último, están impecables.

Las “heist movies” me provocan siempre dos reflexiones. Estos robos requieren inteligencia, astucia, sagacidad, creatividad y una tremenda capacidad organizativa. Están perpetrados por personas que están fuera del sistema. Obviamente es su venganza contra una sociedad, que por distintos motivos, los marginó. Cuánto mejor sería la vida de todos si individuos de tanto potencial y talento hubieran permanecido dentro del andamiaje social protector, que aunque lo neguemos con prejuicios varios, no nos cobija a todos.

Y la otra reflexión es que en las historias de robo, particularmente si se basan en hechos reales, se percibe claramente cómo opera el azar en la vida. Planes perfectos pueden desmoronarse por detalles minúsculos, intrascendentes. Mientras que planes torpes pueden triunfar por una sucesión aparentemente gratuita de hechos fortuitos. El azar es una fuerza misteriosa que interviene constantemente en nuestras vidas.

A veces, camino de mi trabajo, en días que tengo ganas de quedarme en casa porque siento que mis cosas me llaman, me pregunto qué posibilidades me estoy perdiendo al no contestar esa llamada equivocada o al no atender aquel timbre que sonó por error. O si decido no ir a último momento a ese lugar adonde había planeado concurrir, me pregunto de qué cadena de circunstancias aleatorias no estoy participando y adónde me hubieran llevado de haber ido. Como en muchos otros campos, son cosas que nunca sabré.

Volviendo al film que nos ocupa, concluiremos que aunque entretenido, meritorio y audaz no pasará a la historia del cine (será a lo sumo una nota al pie de página) ni figurará entre nuestros films favoritos de todos los tiempos. Pero es como un buen caramelo cuando necesitamos algo dulce. No equivale a un gran postre, pero es sabroso mientras dura.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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