domingo, 13 de julio de 2008

Antes que el diablo sepa que estás muerto

Hay artistas que aman su arte por encima de toda consideración, que ven su talento como algo natural que no merece una celebración exagerada. Uno los cree víctimas de una humildad malsana. Se toman tan en serio su rol de laburantes del arte, que no especulan con la elección de proyectos que asegurarán su nombre o consolidarán su fama. Prefieren el trabajo continuo, la frecuentación constante de su arte. En la Argentina, el ejemplo que se me ocurre es el de Roberto Carnaghi, quien ha prestado su figura a proyectos excelsos y a aventuras que sólo se podrían disculpar por la atendible necesidad de parar la olla. Pero más que por eso, uno intuye que es porque no puede estar sin actuar, y donde sea que esté, siempre dignifica su arte entregando sus mejores recursos.

El cine yanqui tiene uno de esos héroes: el director Sydney Lumet.

Su capacidad creativa está a la altura de la de Kubrick, Scorsese, Coppola, Polanski o Spielberg. Pero por trabajar mucho, durante años se lo consideró un artesano eficiente y recién ahora se le está dando la categoría de maestro, que en realidad siempre tuvo. Cuando recibió el Oscar por la trayectoria, premio consuelo que les dan a los que soslayaron sistemáticamente por celos o marketing, no pasó factura ni se hizo autobombo, sino que aprovechó la ocasión para hablar de su arte y terminó dando una clase magistral, que pasó desapercibida entre el glamour y la estupidez habitual de esa fiestita anual.

A él le debemos: Doce hombres en pugna, Límite de seguridad (Fail Safe), El prestamista, Serpico, Tarde de perros (mi favorita entre las de él), Network, poder que mata, Príncipe de la Ciudad, Será justicia (The verdict), El precio del poder (Power), Daniel, entre otras.

Amante del teatro, llevó al cine respetuosas versiones de Panorama desde el puente (Arthur Miller), Largo viaje de un día hacia la noche (Eugene O'Neill), El hombre de la piel de víbora (The fugitive kind sobre Orpheus descending de Tennessee Williams), La Gaviota (de Anton Chejov, con las magníficas Simone Signoret y Vanessa Redgrave), Equus (Peter Shaffer) ,
La colina de la deshonra (The Hill de Ray Rigby), Trampa mortal (de Ira Levin), El sueño de Stella (Garbo talks de Larry Grusin).

Riguroso director de actores, bajo sus ordenes, muchos dieron su actuación más compleja: Al Pacino (Tarde de Perros), Treat Williams (Príncipe de la ciudad), Raf Vallone (Panorama desde el puente), Katherine Herpburn (Largo viaje de un día hacia la noche) Henry Fonda (Doce hombres en pugna). Y le sacó algo nuevo a algunos caballos veteranos que volvieron a correr como potrillos: Paul Newman (Será justicia), Gene Hackman y Julie Christie (El precio del poder), Ingrid Bergman (Crimen en el expreso de Oriente), Anne Bancroft (El sueño de Stella), Sean Connery (Negocios de Familia).

Llevar novelas al cine, tampoco le generó grandes inconvenientes: Llamada para un muerto (de John Le Carré), El grupo (de Mary Mc Carthy), Los tapes de Anderson (de Lawrence Sanders), Crimen en el expreso de Oriente (de Agatha Christie, Asuntos de familia (de Vincent Patrick).

Los fanáticos del musical le reclamamos la poca onda que le puso a El Mago (The Wiz), pero había tanto ego suelto y tanto productor desesperado porque la plata invertida se viera, que prácticamente sólo le dejaron poner la cámara.

Aún sus títulos no tan logrados son interesantes: Un extraño entre nosotros con Melanie Griffith, El lado oscuro de la justicia (Night falls on Manhattan) con Andy García, La mañana siguente (con Jane Fonda y Jeff Bridges), Tan culpable como el pecado (con Rebecca de Mornay y Don Johnson), Gloria (la remake del film de Cassavetes con Sharon Stone).

Y ahora, a los 84 años, con el brío que más de un director joven le envidiaría, se despacha con una obra maestra; una indagación, incisiva como pocas, de la decadencia de la sociedad yanqui: Antes que el diablo sepa que estás muerto, en la que un par de hermanos decide robar la joyería de sus padres. Una lección de cine por donde se la mire, desde el uso de la cámara, la banda de sonido, la dirección de arte, el manejo de los tempi del guión, hasta como dirigir a un actor. La actuación es sencillamente sobresaliente. Philip Saymour Hoffman, Ethan Hawke, Marisa Tomei, Albert Finney y Rosemary Harris resplandecen, sacan a la luz la tremenda humanidad de sus personajes.

El título sale de un brindis irlandés: "Que tengas comida y ropa, una almohada mullida para tu cabeza, que estés 40 años en el Cielo antes que el diablo sepa que estás muerto."

Yo por mi parte levanto la copa y brindo: ¡Larga vida a Sydney Lumet!

Hoy en día hay muchas maneras de ver cine: el DVD, legal o trucho, el video, el cable o las bajadas de Internet, pero esta maravilla merece la vieja ceremonia de ir al cine. Sé que no me condenarán por mi entusiasmo.


Un abrazo.


Gustavo Monteros

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