sábado, 14 de junio de 2008

Aniceto

Leonardo Favio, como cineasta, es un artista verdadero. Sólo es fiel a sí mismo. Y Dios lo bendiga o lo perdone, no le tiene miedo a nada. Es audaz, atrevido, lúcido, original, innovador, libre de ataduras, prejuicios o preconceptos, pero también cursi, pedante, plagiario, pomposo, adocenado, obvio. Ninguna de sus películas (Crónica de un niño solo; El romance del Aniceto y la Francisca; El Dependiente; Juan Moreira; Nazareno Cruz y el lobo; Soñar, soñar; Gatica, el Mono; Perón, sinfonía del sentimiento) es impecable. Todas tienen un momento que provoca risitas burlonas, da un poco de vergüenza ajena o despierta el saludable y liberador bostezo. Pero cuando la pega es lisa y llanamente genial. Como si Dios o el universo le hubieran confiado un secreto que él se empeña en ignorar, pero que cuando se descuida se le escapa y lo comparte con todos.

Con Aniceto, vuelve a visitar El Cenizo, el cuento de su hermano Zuhair Jury. Es una historia sencilla de amores, traiciones y gallos de riña. Antes la hizo en blanco y negro y con actores, Federico Luppi, Elsa Daniel, María Vaner (El romance del Aniceto y la Francisca). Ahora la hace en colores y con bailarines, Hernán Piquín, Natalia Pelayo, Alejandra Baldoni.

Como siempre, lo que hace es un poco inclasificable. Éste es tanto ballet filmado como un film con ballet. Por momentos hiperrealista, en otros surrealista. Por momentos hay un desequilibrio notorio entre sus ambiciones y sus logros, pero en otros, lo que cuenta se nos cuela en el alma y tanta belleza arrebatadora nos deja sin palabras.

Cuando el film termina, descubrimos que ya no somos multitud como en los tiempos de Juan Moreira, somos unos pocos gatos locos. Pero permanecemos sentados, nos demoramos, buscamos excusas para quedarnos un ratito más. Y no porque la película haya sido corta y el calorcito del cine incita la modorra. Sino porque de nuevo, y perdónenme el misticismo a la galleta, hemos sidos tocados por el ala del ángel.

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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