sábado, 15 de marzo de 2008

Elizabeth, la edad de oro

Si Elizabeth (de Shekhar Kapur) se emparentaba con la ópera por la exacerbación de sentimientos, conflictos y personajes; por la opulencia del vestuario y la dirección de arte; por la ampulosidad de la puesta en escena; por la absoluta falta de rigor histórico; todo subrayado por la grandiosidad del trabajo de cámara. Elizabeth, the golden age (del mismo director) se emparienta con el telenovelón del mejor cuño por la falta de espesor de sus personajes; por la levedad de su trama; por la superficialidad en el planteo de los conflictos; por la ligereza de las transiciones y la asimilación de algunas verdades por los protagonistas; por la excesiva digitalización de la dirección de arte que hace que todo parezca una pobre escenografía; porque los problemas sentimentales están por encima de todo y porque cualquier excusa es buena para derramar abundantes lágrimas. No faltan los clásicos pivotes del teleteatro: el triángulo y el embarazo inoportuno. Hay diálogos bien intencionados, pero tan mal resueltos (¿Descubrimos el nuevo mundo? ¿O el nuevo mundo nos descubre a nosotros?), que parecen ser fruto del apuro con el que se cocina el novelón. Y hasta el mismísimo Walter Raleigh la hace tambalear a Elizabeth con aquello de que: ¿Alguien la quiso alguna vez por lo que es y no por lo que representa? Idéntico conflicto padeció Facundo Arana en un recodo de la trama de Padre Coraje.


Hay momentos tan mal resueltos que dan vergüenza ajena: la lección de baile y la batalla naval final, con caballo y todo.


Pero, pese a todo lo expuesto, el film se sigue con interés, porque uno se resigna a que este reino isabelino es para comer pochoclo y por los actores. Cate Blanchett es hermosa, inteligente, talentosa y es de esas actrices que se preocupan por devolvernos la plata de la entrada, se consustancian con el proyecto y sudan la camiseta (en este caso el corset, que le aplana horriblemente sus dos bellas redondeces, cosas del papel). Eso sí, su Elizabeth parece haber leído el libro de Nacha Guevara (Sesenta años no es nada), en especial el capítulo de como elegir el mejor cirujano plástico, porque aunque se la supone medio veterana, luce lozana como pocas. Clive Owen es un estupendo actor que aquí se divierte mucho en plan de galanazo total (se le nota que tiene a Errol Flynn como modelo para el papel). La gran Samantha Morton conmueve con la estúpida de María Estuardo. Jordi Mollá, como es una película piratona, es el villano absoluto. Aunque pensándolo bien, no es para menos, el Felipe ése tenía detrás de sí a la Inquisición (¡Dios nos libre!) que era más asesina que la peste. En resumen, si se dejan llevar y no le piden mucho, entretiene.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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